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Dos leoneses sometidos a la Inquisición en Las Indias

Agustín Valenciano de Quiñones y Juan Núñez | Estos dos leoneses fueron parte de la colonización española en América y sufrieron el hierro de la Inquisición. El primero de ellos lo hizo en Perú y el segundo se vio sometido en México

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Publicado por
JESÚS PANIAGÜA PÉREZ | texto
León

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La persecución de los hombres, por unos motivos u otros ha sido una constante en la historia de la humanidad. Las Indias, por tanto, no fueron una excepción a la regla, sino más bien uno de los mejores ejemplos de la intolerancia humana debido a la necesidad de mantener una idea de unidad en el imperio español, la conservación de la heterodoxia o las necesidades de la propia corona y del aparato del estado. Otro caso diferente y ejemplificador de las persecuciones en las Indias es el que le tocó vivir a otro leonés. Su caso es uno de los más conocidos de la Inquisición americana, por lo que tuvo de irregularidades y porque la biblioteca de la que era poseedor el reo, que ascendía a 354 volúmenes, la hacían la más ricas de cuantas existieron en Perú en el siglo XVI y ha sido cusa de varios estudios por el profesor Teodoro Hampe. El interés que parece haber puesto la Inquisición limeña en el asunto de este hombre parece desmedido. De nuevo sospechamos que tras la supuesta herejía, que resultó no serlo, hay otras motivaciones de fondo, las cuales, de nuevo, no podremos desvincular de la mano dura con la que Francisco de Toledo trató de llevar a cabo los asuntos peruanos, valiéndose frecuentemente de la Inquisición. Probablemente, este hombre no debió estar muy de acuerdo con las ideas centralizadoras del virrey, de ahí sus manifestaciones a favor de que el Cabildo de Cuzco siguiese entendiendo en asuntos inquisitoriales, lo que sin duda no gustó a las autoridades limeñas y, en concreto, al máximo dignatario. Pero fuese éste u otros asuntos lo cierto es que valenciano de Quiñones tenía en la propia ciudad en la que residía un supuesto enemigo, íntimo colaborador del virrey Toledo, como era el canónigo Pedro de Quiroga. Había nacido nuestro hombre en la ciudad de León, deudo lejano de la familia más poderosa de la misma, los condes de Luna. Pasó al Perú en 1556 como provisor y asesor, pues parece que en España había estudiado Leyes, aunque se doctoró más tarde en la Universidad de Lima. Posteriormente, se había asentado como abogado en la ciudad de Cuzco, donde estaba casado con la hija de un encomendero granadino, Luisa Guerrero, de la que tuvo como hijos a Luis, Petronila, Isidora y Catalina, casándose esta último con un deudo de los marqueses de Astorga, Diego Osorio, que se hallaba asentado en Perú. Aquel matrimonio de don Agustín Valenciano de Quiñones le había hecho poseedor de media encomienda en El Collao, además de ser propietario de una importante cabaña ganadera y una mina de plata en Potosí, amén de algunas propiedades en el entorno de Cuzco. Toda aquella riqueza le permitía una vida desahogada y apacible en la capital de los Incas, en la que al parecer dedicaba mucho tiempo a la lectura y se ocupaba de la formación de aquella biblioteca de la que hemos hablado, lo que contribuiría a su formación humanística, que se manifestaría en algunas de las precisiones filológicas que salieron a relucir en su proceso respecto de cuestiones teológicas. Probablemente, sin esperarlo siquiera, en 1574, el mencionado canónigo Pedro de Quiroga, autor de los Coloquios de la Verdad y protegido del virrey Toledo, como comisario del Santo Oficio en aquella ciudad de Cuzco le denunció al tribunal de Lima por heterodoxo. La cuestión se centraba en algunos comentarios que el leonés había hecho a la predicación de un sermón, para lo que no faltaron testigos que manifestaron que tales comentarios los hizo en el sentido de decir que Cristo no era imagen y figura de Dios Padre. Por entonces Valenciano se hallaba temporalmente en Lima y los inquisidores le ordenaron que no saliera de la ciudad, aunque luego, por cuestiones de su salud, se le permitió ir temporalmente a Huamanga. Entre tanto, se recogieron testimonios como el de un fraile que le oyó la mencionada herejía y que el leonés había justificado en que "imagen" y "figura" eran algo accidental y Cristo no podía ser una cosa accidental del Padre. A ello se añadió la acusación de que en su biblioteca tenía un libro en el que se decía, que San José, antes de desposarse con María, había estado casado con otra mujer de la que tuvo dos hijos y una hija. Tras las mencionadas declaraciones se mandó que se le apresara y que todos sus bienes fuesen confiscados. Así, se le hizo preso en Huamanga en mayo de 1576 y sus bienes se entregaron a Damián de la Bandera, en Cuzco, para hacer una almoneda pública. Lo cierto es que nuestro hombre no negó aquella proposición supuestamente herética de la que se le acusaba y lo reconoció, por lo que se sometió a los calificadores inquisitoriales; uno de ellos era el ya mencionado Francisco de la Cruz, que acabaría también en las garras de la Inquisición poco tiempo después. La decisión final del tribunal estuvo dividida, pero se aceptó la más drástica, la del inquisidor Gutiérrez de Ulloa, que apoyaba la mayoría: reconciliación en acto público, hábito de penitencia, confiscación de bienes, un año de reclusión en su casa de Cuzco y otros tres más teniendo como cárcel la ciudad. Como consecuencia de la reconciliación, sus descendientes quedaban privados de honras y oficios públicos. Curiosamente, por avatares del destino, aquella reconciliación se haría el 13 de abril de 1578, al mismo tiempo que se quemaba a fray Francisco de La Cruz, que había sido uno de los calificadores que le habían considerado como un hereje. Afortunadamente, la confiscación de bienes que se le hizo dio lugar a toda una causa judicial emprendida por su esposa, pues se habían incluido en ella los bienes que la susodicha había aportado como dote y que era casi todo el capital de Valenciano de Quiñones. En tanto se dilucidaba el caso, la esposa pudo quedarse con su casa de Cuzco y con los rebaños de El Collao, pero entregando en prenda la biblioteca de su esposo, que afortunadamente nadie compró y debió quedar en manos de la familia, por lo que es de suponer que pasaría a engrosar los bienes de su hijo Luis. El pleito por los bienes se dio por acabado en 1581. Doña Luisa Guerrero se comprometía a abonar 5.500 pesos y la cesión de la mina de Postosí al fisco, reteniendo el resto de las propiedades. Con todo ello el asunto parecía quedar solventado y el leonés en entredicho dentro de aquella sociedad, con una vergüenza que deberían acarrear sus sucesores. Además, el tribunal obtenía unos ingresos de los que estaba muy necesitado y que, probablemente, tuvieron mucho que ver con la condena de Valenciano. Pero las irregularidades del tribunal inquisitorial de Lima habían llegado hasta la Corte. Probablemente, el dominico leonés Andrés Vélez algo pudo tener que ver en el asunto de poner de manifiesto aquel funcionamiento. Lo cierto es que se había decidido hacer una visita al tribunal peruano. Así, en 1587, llegaba como visitador del mismo Juan Ruiz de Prado, que llevó a cabo un lento y minucioso trabajo. Entre otras cosas, se centró en los autos de herejía que se habían llevado a cabo contra Quiñones. Parece que observó tales irregularidades que consideró que debía ser revisado en España. Y la Inquisición española, el 19 de julio de 1595, revocó la sentencia limeña, por lo que Valenciano fue absuelto de toda culpa de herejía y de las condenas que se le habían hecho. Sin embargo, mucho nos tememos, que todo aquel proceso de persecución a nuestro leonés le costó el desarrollo de su carrera en el campo de las leyes Juan Núñez de León Un caso muy diferente a los anteriores fue el de este personaje nacido en Cea, hacia 1545, como hijo de Juan de León y de María Núñez. En 1560 su progenitor, que era un mercader, había muerto, por lo que su madre casó con otro hombre del mismo oficio y de la misma localidad, Francisco de Torres. Para entonces él ya no estaba con su familia biológica, puesto que, en 1559, se había trasladado a Grajal de Campos, donde residió durante un año con su tío Luis Núñez. Estas sagas de comerciantes en el entorno de Sahagún nos hacen sospechar que este hombre se movía en un mundo de conversos, aunque tal cosa solo es una suposición, puesto que nada en firme nos lo corrobora, aunque el iluminismo mexicano, al que se adscribió, parece que tenía sus raíces en los conversos, y de hecho el inquisidor Peralta quiso implicarle en el criptojudaismo. Al año siguiente de haberse instalado con su tío, suponemos que sediento de aventuras y en busca de mejor fortuna, deambuló por varios lugares de España hasta llegar a Sevilla. Allí, como a otros muchos jóvenes de su tiempo, le tentó el deseo de pasar a las Indias y se embarcó hacia ese destino. Al año siguiente se hallaba en las minas mexicanas de Temascaltepec, donde se casó con Leonor Báez, de la que tuvo tres hijos. Su vida estuvo marcada en un principio por los cambios de oficio, cosa que no debía ser difícil para él, puesto que nos consta que sabía leer y escribir. Primero fue solicitador y procurador de la audiencia arzobispal, después mercader en los soportales dela plaza mayor y por fin, debido a la simpatía que despertó en el arzobispo Moya de Contreras, se le nombró balanzario de la casa de la moneda, con un sueldo envidiable en la época. Nuestro leonés, sin embargo, siempre se sintió más atraído por la vida religiosa que por otras cuestiones, de ahí que desde 1568 compartió sus trabajos con las actividades religiosas, incluso haciendo pláticas espirituales por las casas o enviando cartas del mismo cariz a Puebla, ciudad a la que viajaba con frecuencia, por estar residiendo allí su hija casada. Sin duda estamos ante un caso de alumbrado y de hecho fue el intermediario entre los grupos de alumbrados de Puebla y México. Su fama iba tan en aumento que se le llegó a dar el apodo de Santo, ya que predicaba el valor del amor puro y de la oración mental, lo que hacía esencialmente en los locutorios de los monasterios femeninos y en las casas particulares, incluso una de sus discípulas poblanas fue una de las famosas alumbradas de aquella ciudad. Como hemos dicho y de acuerdo con los espacios en los que se movía. sus principales clientes eran las doncellas y las monjas e, incluso, se servía con frecuencia de la beata dominicana cordobesa, residente en México, Marina de San Miguel para transmitir sus mensajes. Esta mujer estuvo siempre muy vinculada a sus quehaceres, por lo que con frecuencia se les considera formando un equipo. Sin embrago, cuando ella fue detenida demostró una clara perturbación mental, ya que alegó revelaciones y fantasías de la más diversa índole, incluso que Cristo se le aparecía con figura de demonio. Lo cierto es que durante su proceso ésta no dudo en traicionar a su compañero de fatigas, el leonés Juan Núñez. La predicación de nuestro alumbrado estaba marcada esencialmente por dos cuestiones. Por un lado, la del amor puro, en que llegó a concluir que cuando se llegaba a éste ya no había pecado; incluso las penitencias carecían de valor frente al simple hecho de amar a Dios. Por otro lado, y esto fue más grave para él como causa de su detención, que denostaba la oración vocal frente a la mental, lo mismo que denostaba rosarios e imágenes, cometiendo el error de manifestárselo en la catedral de Puebla al licenciado Esteban de Porres. Además de esos dos puntos principales de su doctrina, se añadieron como pruebas en su proceso, la presunción que hacía de tener ciencia infusa y la de haber tenido revelaciones. Junto a todo esto practicaba tocamientos y besos con las mujeres que le rodeaban, enseñándoles que no pecaban, puesto que no había mala intención en ello. Pero no tardaron en correr malos momentos para los alumbrados mexicanos, después de una época de relativa bonanza. A finales del siglo XVI se desató una gran persecución contra ellos y el 15 de marzo de 1597 el fiscal de la Inquisición pedía el encarcelamiento de nuestro leonés. Sin embargo, el inquisidor Peralta, no quiso actuar con tanta rapidez y lo que hizo fue detener a su confidente, la ya mencionada Mariana de San Miguel, que fue sentenciada en el auto de marzo de 1601 a adjurar de vehementi y a recibir 200 azotes. Fue pocos días antes de la celebración del auto cuando se detuvo a nuestro hombre, por quien el inquisidor Peralta sentía verdadera antipatía. Para conseguir las informaciones precisas el inquisidor le puso como compañeros de celda a personajes de los que no le cabía la duda que le delatarían, como de hecho sucedió. Uno de ellos era el judaizante Diego Díaz Nieto, con quien el leonés mantuvo largas pláticas sobre la Biblia Pero las sospechas iban más allá de su alumbradismo, sobre todo en la mente de Peralta que veía en él a un judaizante, por lo que se le sometió a tormento el 27 de febrero de 1603. La sentencia se le dío el 4 de marzo, condenándole a salir en el auto de 20 de abril, destierro perpetuo de la ciudad de México, una pena pecuniaria de 5000 ducados y no volver a hablar o escribir de todo aquello por lo que había sido juzgado. De esta forma Juan Núñez de León salió de la ciudad de México para realizar un servicio obligado de seis años en el hospital de Valladolid de Michoacán, donde ya se hallaba el día 6 de ese mismo mes y donde cumplió su condena hasta el 8 de mayo de 1609, en que ya libre desapareció de escena y nunca más se volvió a saber de él. El caso de Juan Núñez de León es el de tintes más claramente religiosos, lo que explica, de alguna manera, la lentitud en su detención y el interés por ir acumulando pruebas antes de Pero es un caso claro de persecución más puramente religiosa no hay prisa en detenerle.....

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