Diario de León

Con la muerte en los talones

Desde su nacimiento en la Edad Media, la Catedral de León ha estado a punto de derrumbarse en numerosas ocasiones. Ahora, se divisan esperanzas para salvar las abandonadas vidrieras y los sufridos arbotantes catedraliceos

CUEVAS

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MARCELINO CUEVAS | texto
León

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Lo comentó el Obispo hace sólo unas semanas que se avizoraban en el horizonte señales de esperanza para las abandonadas vidrieras y los sufridos arbotantes catedralicios, y comentó, de paso, que con eso no bastaba, ya que el conjunto de esculturas góticas del exterior del templo también estaba al borde del colapso. Ha pasado el tiempo y nadie dice nada, el Cabildo, ensimismado en sus oraciones, vive más allá del bien y del mal entonando su salmodia de ancestrales letanías. Los políticos leoneses siguen con su ávida danza ritual a la búsqueda de votos volanderos que atraparán con sus cazamariposas de promesas. Y las gentes de a pie pasan ante la Catedral con la enorme indiferencia de siempre, solamente se deslumbraron una vez, cuando en un cálido verano el alcalde incendió el corazón del templo para que las vidrieras inundaran de color las capitalinas noches de copas y jolgorios. Pero ahí tenemos el problema, uno más, las esculturas que durante casi ochocientos años han estado en permanente vigilia ante las puertas catedralicias han sido heridas de muerte por la contaminación, el tiempo, la desidia y no se qué extraños efluvios sulfurosos. Esas obras creadas hace casi ocho siglos por los talleres de grandes maestros del arte gótico europeo, agonizan en silencio sobre sus pedestales. Hay que conseguir que este goteo de desgracias que se derrama desde siempre sobre la Catedral termine. No basta con poner parches, no es posible que los leoneses se contenten con que sus amados regidores comiencen cien mil veces entre sonrisas y cohetes nuevas etapas de la interminable restauración de las vidrieras, o que los políticos, que entre todos sacamos felizmente de las urnas, se pongan sus chaqués para descorrer las cortinas en la inauguración de nuevos arbotantes o gárgolas redivivas. Hay muchas cosas en la Catedral que se mueren poco a poco, con la suavidad de lo que creemos eterno, y hay que poner cerco a su siniestra y silenciosa patología. Quizá la mayor belleza de tan singular Catedral sea que ha estado herida de muerte desde su luminoso nacimiento en las oscuridades guerreras de la Edad Media, desde entonces son muchas las veces que ha estado a punto de derrumbarse, pero se ha salvado, una salvación que en ocasiones ha tenido la categoría de milagro. Pero eso ya es historia, ahora hay que terminar con tanto parche, hay que intervenir con valentía, debemos atajar las enfermedades del santo edificio desde sus raíces, igual que alguien acabo con legendario topo destructor. Debe crearse un auténtico ejército de salvación que funcione y en la que todos los estamentos leoneses estén realmente implicados, desde el que se busque dinero hasta debajo de las piedras, porque todo, en definitiva, es un problema de dinero. En él deben estar la Iglesia, los políticos, y los leoneses de a pie incluso alguna ONG beligerante. Aunque ¿de qué han servido aquello de Salvemos la Catedral , o las 22 ediciones del Festival de Órgano? Deben quitarse de la intemperie las estatuas heridas por los años y hacer otras que decoren los portales, hay que acabar las interminables obras que rescatan los cristales milagrosos, y reforzar las frágiles estructuras. Pero debe hacerse con continuidad, no dependiendo del viento cambiante que hace ondear las banderas de los políticos, ni de los santos y caritativos ruegos de los curas, ni de la indiferencia de los ciudadanos de a pie que no saben lo que están a punto de perder. Alguien dirá que lo mejor es comprometer una vez más a Zapatero y no es eso, salvar la Catedral es cosa de todos los leoneses, especialmente de aquellos que se sienten de verdad leoneses y son capaces de luchar para que no se pierda su identidad y sus símbolos eternos.

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