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El lujo que eligieron Mandela y David Bowie

Es una ciudad flotante, el quinto mayor trasatlántico del mundo, en el que viajan 1.747 pasajeros y 1.022 tripulantes. En las entrañas del «Queen Elizabeth 2», que esta semana atracó en A Coruña, se cuida el lujo y continúa vigente la tradición

Publicado por
E. SILVEIRA | texto KOPA | fotos
León

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sto no es un barco de crucero, prefabricado. Es un trasatlántico. Está hecho con acero puro y su forma es más estilizada». Es lo primero que hay que saber del Queen Elizabeth 2 antes de visitar sus cubiertas, de perderse por los laberínticos pasillos o admirar las piezas de museo que luce en sus salones. Para los ingleses es la niña bonita de su sector náutico, una de las joyas de la corona de la naviera Cunard, aunque fue vendido recientemente a la empresa americana Carnival. Sigue manteniendo la bandera y el ambiente británico y, por ello, el salón de té siempre se llena a media tarde. Además, la tradición de vestirse de traje para la cena está por encima de los nuevos tiempos y sigue siendo un honor que el capitán invite a alguno de los viajeros a sentarse a su mesa, algo de lo que ya han disfrutado ilustres pasajeros como David Bowie, Vanessa Redgrave, Gene Hackman, Meryl Streep o Nelson Mandela. Hasta 1994 no todos los pasajeros podían acceder a los exclusivos salones de los que disfrutaban los de primera clase. Hoy en día, esa división ha desaparecido. Por imagen y por una razón comercial. Los oficiales del trasatlántico son en su mayoría de nacionalidad británica, sin embargo, el resto de la tripulación procede de 49 países diferentes. Sus contratos son de cuatro, cinco, seis y hasta nueve meses, en los que sólo pisan tierra firme durante unas horas, cuando el barco amarra a puerto. Entonces también aprovechan para realizar las labores de limpieza, por dentro y por fuera del barco (las escotillas reciben baños constantes de agua y jabón para evitar la oxidación), para hacer el inventario en las tiendas o para lavar la única de las cuatro piscinas que antes había en el trasatlántico. En el Queen Elizabeth 2 se puede jugar al minigolf, a las palas, al ping-pong, hacer footing o apuntarse al gimnasio. Ejercicio suave para un prototipo de pasajero adulto, de edad avanzada y que desea tranquilidad, dispuesto a desembolsar desde 6.000 euros por una travesía de dos semanas. Una minucia si se tiene en cuenta que el trasatlántico costó 43 millones de euros en 1969.