Diario de León

La liberalidad pedagógica, condenada a muerte

Manuel Santamaría | El número de profesores que sufrieron la represión en León, como consecuencia de la guerra civil, fue muy importante; el caso particular que nos ocupa no debe de ser muy distinto de la mayoría

JESÚS

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ISABEL CANTÓNJOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ | texto
León

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Manuel Santamaría estudió bachillerato en el Instituto General y Técnico de Zamora entre 1906 y 1912, y posteriormente cursó Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca, siendo rector Miguel de Unamuno, por quien guardaría particular veneración. Su primer trabajo fue el de ayudante numerario de la sección de letras en el Instituto de Zamora, del 20 de noviembre de 1918 al 31 de abril de 1922, en que cesó para tomar posesión al día siguiente de su cátedra de Lengua y Literatura Castellana en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de León. Manuel Santamaría casó con la astorgana Olvido Alonso García Botas. En la partida de matrimonio firman como testigos, entre otros, Emilio Alarcos García, que había sido compañero de estudios de Santamaría y al que siempre guardó especial afecto, Mariano Domínguez Berrueta, Tarsicio Seco y Ángel Suárez Ema, que eran colegas en el Instituto de León. Manuel y Olvido tuvieron cuatro hijos: Matilde, Juan, Olvido y Eduardo, cuyos natalicios fueron reseñados en los diversos periódicos de León. En la época en que se incorporó Santamaría el Instituto de Segunda Enseñanza de León lo hicieron también Hugo Miranda Tuya y Vicente Serrano Puente. Don Manuel llegó a León para ocupar la vacante que había dejado Eloy Díaz Jiménez Molleda y aquí echó raíces profesionales y familiares. Su tiempo se le iba en el estudio y en las clases. Sus investigaciones sobre diversos temas (de Berceo a Bécquer, de Juan del Enzina al poeta zamorano Ursicino Álvarez Martínez), permanecen inéditos y hoy se nos antojan de escaso interés. En el Instituto, impartió Preceptiva Literaria y Literatura Española, disciplinas para las que utilizaba su libro de Estilística, muy conocido a raíz de su publicación en 1932 (Valladolid: Imprenta Castellana; 2ª ed., 1933), utilizado como libro de texto en muchos Institutos de la época; entre las virtudes del libro estaban la coherencia conceptual y la fácil comprensión para los alumnos. En Literatura Española usaba, además, textos de diversos autores que cambiaba según iban apareciendo novedades en España o que traía de sus viajes estivales a París, adonde se trasladaba con el fin de preparar en la Sorbona la cátedra de Universidad, una de sus aspiraciones laborales e intelectuales. En su labor docente, Santamaría valoraba la memoria y utilizaba poesías modélicas que sus alumnos debían aprender, como la «Canción las ruinas de Itálica», de Rodrigo Caro, o el madrigal de Gutierre de Cetina a unos «Ojos claros, serenos...». Gustaba Santamaría de recitar poesías con una voz hermosa y sonora de la que se hacen eco algunos de sus alumnos, algunos tan ilustres como Luis Alonso Luengo, Vela Zanetti, Suárez Carreño o Mariano Martín Granizo -esposo después de Matilde, hija de Manuel Santamaría-. Todos ellos guardaron afecto y respeto al profesor. Maestro de Vela El pintor José Vela Zanetti lo consideraba su «maestro»; por cierto que el padre del pintor, Nicostrato Vela, fue amigo y compañero ideológico de Santamaría, por lo que ambos corrieron la misma suerte. Vela Zanetti, en carta a los autores de este trabajo (22 de enero de 1996), recuerda a su profesor: «Santamaría era tras su capa displicente en las clases, un humanista, náufrago en la cultura oficial leonesa. Pero cuando el tema del día de clase le ganaba, surgía el profesor apasionado. La primera vez que escuché el nombre de San Juan de la Cruz y el de Fray Luis de León fue de sus labios. Tanto me impresionó el mural para «Plaza-Janés» lo hice recordando sus palabras en clase sobre el Siglo de Oro español. De todos los testimonios de que disponemos, el recuerdo más entrañable nos lo proporciona Alarcos Llorach en su discurso con motivo de su nombramiento como doctor «Honoris Causa» de la Universidad de León en 1990: «Para mí, León era la ciudad donde vivía Momo [...]. Por tradición seguía llamando Momo a Manolo. Y Manolo era Manuel Santamaría, compañero de estudios de mi padre, catedrático en el viejo instituto de León, amigo casi patruo que siempre nos traía mantecadas de Astorga y nos divertia con su rara maña de mover el pabellón de las orejas. Tuvo la mala suerte de ser postergado en una oposición a cátedra de Madrid. Presidía el Tribunal don Miguel de Unamuno. A este le cayeron en gracia las funbambulescas piruetas vanguardo-conceptuales de Giménez Caballero, y don Ernesto, con su inspección de alcantarillas, se llevó la plaza. Santamaría tuvo que quedarse en León. La cárcel de San Marcos Y al año siguiente, instalado el embrollo nacional y establecido el desbarajuste del inciso, el grave pecado de ser vicepresidente de la Diputación provincial leonesa le condujo, con palabras de un poeta, a «entrar en la tiniebla de San Marcos, en los tristes depósitos de mi ciudad avergonzada», para, no tardando, cuando «el otoño se alhajaba fosforescente», desaparecer hacia el Gran Cero, sin remedio y sin indulto, en noviembre de 1936. Descansa en su Astorga conyugal. La lontananza no amortigua su recuerdo. Aún veo la tarjeta postal en que Olvido, su viuda, íntegra y firme, comunicaba a mi madre el impío óbito abrupto». En León pasaría Santamaría el resto de su vida, a excepción del curso 1925-1926 en que ejerció como profesor agregado al Instituto Escuela de Madrid. Era deseo de Santamaría continuar su labor intelectual y pedagógica en el Instituto-Escuela madrileño, pero lo abandonó ante las reticencias de su esposa Olvido, que no quería vivir en Madrid ni alejarse de su Astorga natal. Comienza el drama Las elecciones generales de 1933 dieron el triunfo en España a la derecha. En general, la provincia de León no participará de la confrontación visceral y violenta entre las «dos Españas», que representaban, por una parte, los terratenientes, la oligarquía financiera y parte del campesinado, apoyados por el Ejército y la Iglesia, y por la otra, obreros y jornaleros, que habían logrado el apoyo de sectores progresistas de las clases medias y de los intelectuales. La democracia, de carácter radical, daba cauce, al republicanismo leonés; el Diario de León, en cambio, era de militancia católica y conservadora. En el campo político, la derecha contaba en León con destacados protagonistas locales, como Francisco Roa de la Vega y José Echegaray; por su parte, en el socialismo militaban líderes como Alfredo Nistal y Miguel Castaño; y entre los republicanos, hombres de proyección nacional como Félix Gordón Ordás, Salvador Ferrer, Rafael Álvarez, Hipólito Romero Flores, David Fernández Guzmán y Manuel Santamaría, que vio llegado el momento de intervenir en la política provincial desde el partido de Izquierda Republicana, presidido por Azaña; partido que se encuadraría en el Frente Popular de cara a las elecciones de febrero de 1936. Santamaría participó activamente en la campaña. Él fue el que abrió el mitin que el 12 de febrero dio Azaña en el Teatro Principal de la capital leonesa. Aunque en la provincia ganaron las derechas (no así en la capital), el Frente Popular obtuvo la mayoría absoluta en el conjunto de la nación. En León se pidió de inmediato la dimisión del Gobernador y Manuel Santamaría estuvo entre los miembros de la delegación que pidió el nombramiento de un nuevo gobernador interino; desde el 23 de octubre hasta el 27 de marzo ocuparía tal cargo, interinamente, Hipólito Romero Flores, compañero de Santamaría en el Instituto Provincial y en Izquierda Republicana. Para la Diputación, el nuevo gobernador civil, Emilio Francés, nombró el 20 de marzo una nueva Comisión Gestora presidida por Ramiro Armesto, el último presidente de la Diputación durante la República. Al día siguiente, la Comisión Gestora se amplió con nuevas incorporaciones, entre ellas la de Manuel Santamaría, como vocal, desde el 21 de marzo de 1936. A partir de ese momento y hasta su muerte en noviembre, Santamaría acumuló distintos cargos, entre ellos el de Vicepresidente de la Diputación desde el 16 de abril del 36. Prisión y muerte Al estallar la contienda civil, se nombró nuevo presidente de la Corporación Provincial. La nueva situación política afectó también a la vida laboral, familiar y personal de Manuel Santamaría. Varios de los miembros del Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de León padecieron distintas medidas depuradoras, siendo Manuel Santamaría el que corrió peor suerte: fue apartado de la enseñanza desde el principio de la contienda, detenido el 22 de Julio de 1936, encarcelado en San Marcos, juzgado y fusilado después. Néstor Alonso, capitán médico de aviación, a quien Santamaría nombraría momentos antes de morir tutor de sus hijos, gozaba de gran ascendiente entre el estamento militar y se interesó vivamente por la suerte de su cuñado Santamaría, hasta el punto de solicitar atender como médico la prisión de San Marcos para favorecer en lo posible, con comida y ropa, a su cuñado Santamaría, llegando a implicar en el asunto incluso al obispo de León, José Álvarez de Miranda, que se interesó por el detenido y pidió clemencia para él; al parecer, el resultado fue una multa personal de 10.000 pts. por su osadía. Hemos podido leer las cartas y notas a lápiz que desde la cárcel enviaba Santamaría a su familia, a su esposa Olvido, sobre todo. Son reveladoras de las necesidades padecidas, de la incertidumbre sobre su situación personal y de la entereza con que afrontó la situación. El día 4 de noviembre se celebró el juicio sumarísimo contra Manuel Santamaría; fue condenado a muerte y, aunque su abogado recurrió la sentencia, pocas eran las esperanzas de poder salvarse. Las cartas que siguen a dicha fecha van ya marcadas por las previsibles consecuencias de la sentencia y por la preocupación por la situación de sus hijos en el futuro: «Te escribo esta pocos días antes de morir para decirte ante todo que te debo los años más felices de mi vida y que muero con tranquilidad de conciencia, sólo turbada ante la preocupación de lo que será de ti y de nuestros hijos». Manuel Santamaría veía aproximarse el fatal momento del fusilamiento. Se sucedían juicios y escritos de defensa, y veía con sus propios ojos cómo, día tras día, otros compañeros de prisión eran sacados al amanecer camino de la muerte. Redactó su última voluntad nombrando a su cuñado Néstor Alonso tutor de sus hijos; de su mujer, Olvido, se despidió minutos antes de ser fusilado con palabras que aún estremecen: «Te escribo unos momentos antes de morir para decirte que te he querido y te quiero siempre, que Dios te dé salud y acierto para criar y educar a nuestros hijos. Dale mi último adiós a mi madre y hermanos y a todos los tuyos. A nuestros hijos que sean buenos y que te quieran siempre. Hasta la eternidad. Os quiere siempre y a ti, sobre todo, tu Manolo» (León, 21 -XI- 936). De nada valieron las alegaciones oficiales ni las gestiones personales. La sentencia de pena de muerte quedaría definitivamente confirmada. Un padre jesuita, amigo de la familia, y Néstor Alonso, fueron los únicos autorizados a acompañar a Manuel Santamaría en la trágica subida al montículo de Puente Castro donde se llevaban a cabo las ejecuciones, mientras el resto de los familiares esperaban abajo. El 21 de noviembre de 1936, a las siete de la mañana, Manuel Santamaría murió fusilado en el polígono de tiro de Puente Castro, junto a buena parte de las autoridades leonesas de los últimos meses de la República y de líderes políticos y sindicales. Su esposa apunta estos datos en un dietario: «Murió Manolo el 21 de Noviembre de 1936, a las 7 y media de la mañana, era sábado y se le dio tierra el día 22 a las 3 y media de la tarde. Fue fusilado en Puente Castro, León, a la terminación del puente y al lado izquierdo. Hoy lunes 8 de mayo a las siete y veinte minutos de la tarde se le dio tierra en Astorga a Manolo, siendo trasladado su cuerpo del cementerio de León».

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