Diario de León

Así explotan los bancos a África

Iolanda Fresnillo trabaja para que se cancele la deuda externa de los países pobres, y para que las naciones ricas asuman las obligaciones históricas, sociales y ecológicas contraídas con el Sur. Es una de las organizadoras del Tribunal Interna

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HERNÁN ZIN | texto
León

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Sabemos perfectamente qué camino debemos tomar para terminar con la pobreza en el mundo. Abrir las barreras de nuestros mercados a los productos de las naciones más relegadas, establecer programas eficientes de transferencia de recursos tecnológicos, fomentar regímenes democráticos sin corrupción y terminar con las deudas financieras que obligan a estos países a dedicar más dinero a pagar intereses a los acreedores que a desarrollar programas de asistencia sanitaria y educación. Sin embargo, algo falla a la hora de tratar de promover iniciativas en esta dirección. Se toman decisiones, pero nunca del calado necesario para que sean realmente efectivas. De modo que, al final, siempre terminan primando nuestros intereses más inmediatos sobre las necesidades de los cientos de millones de personas que en el mundo apenas logran subsistir. Los préstamos de dinero a los países pobres son un buen ejemplo. En algún momento sirvieron para fomentar el desarrollo, pero la ambición de los acreedores hizo que los intereses crecieran hasta convertirse en una trampa. Las 34 naciones más pobres del planeta dedican hoy más dinero a cumplir las obligaciones de sus deudas externas que a la educación de sus ciudadanos. La transferencia de divisas entre el Norte y el Sur tuvo su auge en los años setenta. El vertiginoso aumento de los precios del petróleo en 1973 hizo que creciera la liquidez de los países de los países productores. Este dinero comenzó a ser prestado a bajos intereses a las naciones más pobres. En 1979, los intereses empezaron a subir. Y los países deudores se vieron obligados a contraer nuevas obligaciones financieras para hacer frente a las anteriores. Así empezó la espiral de endeudamiento que impide a tantos millones de personas prosperar. Hasta el momento, estas naciones han pagado siete veces el dinero recibido hasta 1980. Y, aunque resulte difícil de comprender, aún tienen pendiente de pago cuatro veces esa cantidad. Iolanda Fresnillo, responsable del Observatorio de la Deuda en la Globalización, sostiene que se debe declarar inmediatamente una moratoria en los pagos y poner en marcha una investigación. «Lo primero que tenemos que hacer es determinar cómo surgieron las deudas y a dónde fue a parar el dinero», explica. «Una vez que tengamos esta información, debemos cancelar toda deuda que no sea legítima». Uno de los aspectos más controvertidos de estas obligaciones financieras es que fueron contraídas mayoritariamente por regímenes dictatoriales. Durante la guerra fría, los créditos eran utilizados para establecer alianzas estratégicas. Aunque pocos desconocían el comportamiento autoritario y corrupto del presidente de Zaire, Mobutu Sese Seko, la administración Reagan no dudó en brindarle ingentes cantidades de dinero a cambio de su apoyo en la lucha contra el comunismo en África. Y son, hoy, los ciudadanos de la República Democrática del Congo los que deben hacer frente a una deuda que en parte terminó en las cuentas secretas del dictador en Suiza. Recientemente tuvo lugar en Madrid el Tribunal Internacional de Opinión para Juzgar la Deuda Externa, al que participaron juristas, académicos y activistas sociales tanto de España como de los países en desarrollo. El veredicto del tribunal señala que la deuda externa «ha sido pagada con creces» y que debería cancelarse de inmediato ya que se ha convertido en una forma de «saqueo permanente del Sur». Por otra parte, sostiene que las naciones ricas tienen una vasta deuda histórica, social y ecológica que aún no han empezado a pagar a los pobres.

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