Diario de León

El milagro de Gordoncillo

La bodega Villacezán, junto a la Cooperativa Gordonzello, impulsa la comercialización nacional e internacional del vino de Gordoncillo, municipio referencia del centro y sur de la provincia en lo que se refiere a producción vitivinícol

NORBERTO

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PACHO RODRÍGUEZ | texto
León

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«El vino era una fiesta». Gabriel García-Luengos, gerente de Bodegas Villacezán, resume así la esencia colectiva de Gordoncillo, uno de los epicentros de lo que ha de ser la futura denominación de origen Vino de Calidad de Tierras de León. Allí, la vendimia era un sentimiento. Ahora, además, es un negocio. El río Cea ejerció tradicionalmente como vena aorta de una actividad a medio camino entre el esfuerzo del trabajo de la tierra y el orgullo. Y la uva autóctona Prieto Picudo siempre ha sido el secreto exclusivo de una comarca que, a partir de esta peculiaridad, toma nuevos bríos dentro del boom de la industria vitivinícola que se vive en España. Para entender Gordoncillo hay que entrar en sus bodegas y también en las interpretaciones de sus gentes. Puede que no haya una conclusión única, ni la habrá, porque el vino es todo un mundo que cabe en este pueblo situado en la meseta sur de la provincia de León. Pero, en pleno siglo XXI, el futuro se escribe a través del proceso de la profesionalización empresarial. No podía ser de otra forma en los tiempos que corren. Y así lo han entendido en este municipio de más de seiscientos habitantes situado a 57 kilómetros de la capital leonesa. De alguna forma, en este microcosmos del vino, se han dando las dos posibilidades: la cooperativa que agrupa a productores a través de Gordonzello, y la apuesta familiar de Bodegas Villacezán, que surge a través de la especialización dentro de un extenso conjunto de explotación agropecuaria. Y un dato prometedor en su conjunto: un diez por ciento de la población del Gordoncillo se dedica a esta actividad emergente. El dios Baco cotiza al alza en esta comarca. Un buen día, quien sabe si brindado por vino de la tierra, la familia García-Luengos decidió darle una vuelta de tuerca a la forma de hacer vino. El vino estaba inventado y la idea era poner el nombre de Gordoncillo en todo el itinerario del mapa productivo. Mejorar la calidad y modernizar la forma de producir en una zona en la que siempre se había trabajado a partir de la uva prieto picudo con el encomiable objetivo de ofrecer un caldo de sabor, textura y presencia uniforme. De aquellos pioneros Del pasado quedan las trayectorias heroicas de los pioneros. Los emprendedores de Gordoncillo que, como Primo Jano, toda una institución en el municipio, transportaban el producto hasta lugares, entonces casi remotos, más allá de Pajares. En realidad, era un visionario a bordo de un studebaker dispuesto a servir en mano lo que primero había recogido de la mismísima tierra. Sin saberlo, iniciativas como esta marcaban el ritmo que ahora se dibuja a través de la distribución, la exportación y en las empresas que añaden el .com a su imagen de marca. En el caso de Bodegas Villacezán, la apuesta corre en paralelo con la revolución vitivinícola que ha sufrido el pueblo. Y, como explica Gabriel García-Luengos, alma mater del proyecto sustentado en la labor realizada previamente por su padre, Gabriel García-Luengos Alonso, se trataba de aunar voluntades y de reordenar hasta el paisaje. Resulta llamativo descubrir cómo los viñedos forman parte de un cuadro que se ve desde los altos y que en otoño podría ser digno de una pintura de Van Gogh. Y es que al vino de la tierra, al clásico clarete con aguja, no sólo le han salido hermanos aventajados sino que la estética ha irrumpido como tarjeta de presentación. En síntesis, se trata de una forma de acomodar todos los sentidos para comprender un proceso que comienza envuelto en uvas a ras de suelo y termina sumergido en vidrio. Ahora mismo, Villacezán son 55 hectáreas de viñedos en la margen derecha del río Cea. «El efecto visual que se pretende conseguir es importante. Por eso se cuidan las entradas a la finca, las zonas verdes en tierras de campos¿», señala García-Luengos, como si al final se tratara de presentar con mimo ese famoso cuadro natural que se traducirá, si las previsiones se cumplen, en cerca de 170.000 botellas de vino para el 2006. Pero las cifras esconden, si la hay, su parte de romanticismo, sin que ello suponga caer en el ensimismamiento. Uno de los orígenes de Villacezán se produce a la hora de determinar el futuro de las explotaciones agrarias en la era contemporánea. Aquí ocurre una selección natural empresarial. Y la producción de vino a gran escala se convierte en la gran posibilidad. Ese mismo día que se decide que en la finca de los García-Luengos el vino tendrá un lugar prioritario se fermenta el pasado con el presente: «El encanto de hacer un vino todos los años es como criar un hijo y ver qué forma va tomando. Es hacer un producto en el que desarrollas toda la creatividad y en el que pretendes transmitir ese trabajo. Es crear valor, y a largo plazo», sostiene Gabriel García-Luengos. La primera botella Pero, antes de esas 170.000 botellas que suponen el futuro, hubo una que se convirtió en el milagro de Gordoncillo. Aquella primera botella cosecha de 1995 y que apareció en forma de tinto joven en 1997. Lo de hacer tinto con prietopicudo tuvo que hacerse, tal y como explica Gabriel García-Luengos, conviviendo con las inevitables dosis de escepticismo e incertidumbre. «Recuerdo que no era muy creíble, pero yo pensaba que en El Bierzo ocurrió lo mismo con la mencía y fíjate como ha resultado», afirma. El resto fue apostar por los sistemas de producción industrial sin olvidar lo que la tradición local siempre ha enseñado. Era poner en hora el reloj del vino. No era ciencia ficción, pero casi. Resultaba que al lagar iban a llegar nuevos inquilinos con nombres imposibles: como los depósitos de estabilización tartárica y otros equipos de alta tecnología. Para los profanos, mejor ni saber para qué sirven. Pero para los verdaderos apostantes de este sueño, la infraestructura necesaria para enfrentarse a un negocio de gran diversificación y competencia algo enloquecida. De hecho, en el entorno de la vieja bodega de la familia García-Luengos, centro neurálgico, y fraternal (allí trabajan los tres hermanos, Ofelia, Carlos y Gabriel, en sus respectivos departamentos), es en donde se cuece todo el tejido empresarial. Allí se repite la definitiva conjugación del pasado y el presente. En la web villacezan.com se explica que la bodega, excavada a mano a principios del siglo XX y a diez metros de profundidad, se da el clima perfecto para la conservación del vino. Hay una parte vieja, con depósitos para almacenar vino y las barricas de roble francés, y americano, para las crianzas. En la parte nueva, se fermentan los blancos y rosados a través de un sistema de control térmico que permita la temperatura óptima de fermentación. De aquella primera botella, surgida del trabajo de hace diez años, el panorama ha cambiado de manera ostensible. A la vieja bodega se ha sumado el laboratorio, en donde se puede ver trabajar a Raquel Mangas, la enóloga de Villacezán, que desde el aséptico blanco de las batas y la sala inicia un viaje de colores que deberá pasar a formar parte de la cultura del vino.

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