«Todo el que viene a este museo queda encantado»
El pasado viernes se cumplieron once años de la creación del Alfar Museo en Jiménez del Jamuz, una feliz idea que ha permitido perpetuar una tradición centenaria y que está siendo estudiada para su adaptación a otras localidades
Martín Cordero encarna la sabiduría popular del verdadero artesano. Él es el alma del Alfar Museo, el corazón de un centro dedicado a salvaguardar, fomentar y perpetuar las variadas y ricas producciones alfareras que desde tiempo inmemorial se han venido creando en la localidad de Jiménez de Jamuz, cerca de La Bañeza. A pesar de esa intensa y famosa actividad secular, el pueblo, como ha venido sucediendo con tantas otras poblaciones y comarcas de nuestra tierra, veía cómo los años finales del siglo XX le deparaban abandono y olvido. Afortunadamente, las gestiones y el esfuerzo incansable de la etnógrafa leonesa Concha Casado, junto con la complicidad de la Diputación y la profesionalidad insustituible de Martín Cordero, hicieron posible -el viernes hizo precisamente once años- la creación de un espacio en el que lo expositivo queda unido de manera indeleble a lo productivo: el visitante no sólo ve los resultados, también los procesos. No sólo se percata de la inmensa variedad de utensilios que se creaban en Jiménez (cada uno perfectamente adaptado a una labor o a un tipo de contenido), también asiste al momento en el que Martín y sus ayudantes diseñan, moldean, arrojan, hornean y decoran. Y eso, en una sociedad tan altamente tecnificada como la nuestra, es todo un privilegio. Porque el valor de estos objetos es otro. Muy distinto al producido por una empresa de manera industrial. En ellos está acumulado el saber y el cariño de muchas decenas de generaciones. Son tazas, platos, vasos, botijos, ollas... con «alma», con personalidad. Cada una es distinta. Y cada una lleva dentro de sí la memoria y la historia de lo que fuimos y de lo que somos, de unas raíces que, en el momento que las perdamos, dejaremos también de poder vislumbrar un futuro propio. Llegó a haber nada menos que 160 alfareros en Jiménez, que trabajaban en unos 104 hornos elaborando una producción que surtía los mercados de todo León, Galicia, Asturias, el Norte de Castilla, Santander y hasta Navarra. Lo sorprendente es que los objetos que fabricaban estaban hechos «a la medida» de las necesidades y preferencias de las diferentes regiones a las que iban destinados, de forma que un cacharro de tipo gallego era diferente de uno que iba a viajar rumbo al Sur de Zamora, por ejemplo. Como se ha señalado antes, las piezas que se elaboraban antiguamente y que hoy sigue haciendo el Alfar Museo eran variadísimas: par el agua había botijos, barrilas leonesas (con dos asas), barrilas especiales para Tierra de Campos, bocalejas , pichetas , cántaros de la tierra o de boca ancha, cántaros de boquina , ollas de Lugo, botijos... para el vino, mosteros de un asa, medidas, barriles, jarras leonesas y jarros para Asturias y Galicia, entre muchos otros. Para la leche, nateras (para la montaña leonesa), lolas para mazar la leche, ollas de Lalín, queseras de diversos tipos...; para el fuego pucheros, paperas y paperinas , ollas, tarteras, asoperadas y potas; y para la mesa, fuentes, boinas o cuencos típicos de la comarca, barreñones para llevar la comida al campo, platos cabreireses , chocolateras... y para conservar la matanza, las orzas leonesas, los chamorrillos y los barreñones para el adobo... jarras de trampa, botijos-cura, huchas, tiestos, saleros... La fama del Alfar no sólo ha facilitado que se perpetúe esta tradición; su fórmula también se estudia hoy en otras zonas (la madera de Maragatería, por ejemplo) para adaptarla y salvar así más tradiciones. Además, en Jamuz ya hay hoy cinco artesanos que comen del oficio. Y es que por el museo han pasado gentes de todas las nacionalidades: «¡Y todos han salido encantados!», dice Martín Cordero.