Atenedoro Santos Encinas
El maestro de 24 años que aceleró la primavera docente y que murió devorado por la «grama perenne», tan arraigada en los campos de León
Se llamaba Atenedoro como su abuelo paterno. Nació en Grajal de Campos, en la Calle Mayor, donde se encontraban las casas solariegas y señoriales más importantes de la Villa. Fue el día 30 de agosto de 1912. Le pusieron un nombre griego que, aunque significa regalo de la diosa Atenea , connotaba en su origen la tragedia del nacimiento de la hija de Zeus, la Minerva romana. Fue el mayor de diez hermanos, algunos perdidos en las sendas de la infancia. En 1912, Grajal había superado la crisis económica provocada por la filoxera. El Sindicato Agrícola y su Cooperativa funcionaban como exponentes máximos de unidad y de estímulo agrícola, aunque conservaban la herencia secular, heredada del Señorío, de la sangrante división y separación de las clases sociales. En la segunda y tercera década del siglo XX, el imperativo categórico, que estimulaba y condicionaba al hombre y a la cultura de la villa, era la posesión de la tierra, la ampliación del terruño, los pares de mulas, los cántaros de vino. La cultura secundaria y universitaria eran señuelos sin sentido, sin aspiración trascendente. Lo inmediato ofuscaba crudamente las iniciativas y el progreso; y lo inmediato era la agricultura y sus productos para alcanzar unos parámetros de vida que estallaran los moldes de una existencia dura y sacrificada. En la segunda y tercera década del siglo XX convivieron en Grajal labradores honrados, atados gordianamente a posiciones ultracatólicas y conservadoras con labradores liberales que rozaban el agnosticismo, aunque acudieran a conjuros, entierros, bautizaran a sus hijos y se casaran por la Iglesia. Intentaron dinamizar la agricultura y dio comienzo un movimiento industrial que feneció sin pena ni gloria. En esta dinámica de ilusoria transformación se olvidaron de la masa obrera, en especial campesina, que sumaba las casi tres cuartas partes de la población. La mantuvieron en la pobreza, en la mísera subsistencia del jornal temporero y en la incultura secular que producía sumisión, degradación e ignorancia. Estas dos lacras, la miseria y la incultura, serán las dos espuelas que aguijonearán al joven Atenedoro desde su primera juventud y en su defensa morirá trágicamente. Comprendió, de una manera precoz, que la educación y la cultura liberan a los oprimidos y el pan y el vino abundantes transforman a los hambrientos. Y lo comprendió desde su liberalismo familiar, aunque estuviera inserto en la clase dominante labradora. En 1924, a los once años de edad, inició el Bachillerato. Estudió «de por libre» y en un centro privado. En 1927 terminó el bachillerato y empezó la carrera de Magisterio que concluyó en 1931. A los dieciocho años emprendió su tarea liberadora: impartir clases particulares a los hijos de los obreros de la villa, desfavorecidos económicamente y transformarlos en su situación vital y en su marginación social. La docencia en el Grajal de 1931 acusaba un panorama y unas constantes tan deficitarias que, hoy en día, nos causan el asombro y el rechazo más absolutos: dos escuelas regidas por un maestro y una maestra conservadores, pero grandes, eficaces y entregados profesionales, que, en un local atiborrado, impartían sus clases a ciento cincuenta alumnos/as cada uno, desde la edad de seis años hasta los catorce, teniendo como únicos medios el encerado y la tiza. El absentismo escolar se producía por la falta de estímulo que provocaba la incultura y, a la vez, por la necesidad de llevar, lo antes posible, el pedazo de pan a la casa poblada de hijos, que consumían vorazmente el jornal mísero y aleatorio, antes de ser ganado. Nuevos horizontes de enseñanza Cuando llegó la República, el maestro Atenedoro era «un joven inteligente, extravertido y, en consecuencia, admirado, elogiado y respetado por todos», aunque solo tenía dieciocho años. En aquella sociedad agrícola, cerrada en sus propias estructuras sociales, terriblemente diferenciadas, que carecía de altos parámetros culturales, provocadores de superación, la figura de Atenedoro, con sus recios valores personales y su carrera, era admirada y elogiada por el pueblo. Y también «envidiada». Pecado capital que subyace en las graves acusaciones que lo condujeron a su trágico final. Durante el curso 1932-1933 ejerció la docencia como maestro interino en el pueblo de Lorenzana. En 1933-1934 le asignaron la escuela del poblado vecino de Cuadros. Y, desde un principio, como fiel liberal republicano, con los esquemas aprendidos y asimilados de las doctrinas de la Institución Libre de Enseñanza, cumplió escrupulosamente las órdenes emanadas del Gobierno de la República. Frente a la ortodoxia de una docencia fundada en la religión, el orden, la familia, la paz... opciones legítimas y tradicionales, se rebeló y escogió la cultura, la igualdad, el reparto, el trabajo, la fraternidad, la libertad de conciencia... Pura heterodoxia de 1932 frente a una ortodoxia secular. Libertad de conciencia en todos los aspectos fundamentales del hombre frente a obligación regulada por el orden y el dogmatismo. Durante los dos años que estuvo de maestro en estos dos pueblos cercanos a León y anteriormente cuando cursaba magisterio, frecuentaba asociaciones y círculos intelectuales de izquierda en la capital provincial. Paseaba frecuentemente con don Julio del Campo, escultor, filántropo y arquitecto del ayuntamiento de Grajal. En 1934 obtuvo en propiedad la escuela unitaria de Escobar de Campos. Residía en Grajal y se desplazaba, a diario, en bicicleta a su escuela. Continuó dando clases por la tarde a niños humildes, una vez que regresaba de Escobar. Su trayectoria profesional durante el bienio 1934-1936 como titular de la Escuela de Escobar, fueron tan innovadoras, profundas y eficaces, que se granjeó la estimación de los vecinos. Hasta el alcalde y el jefe de Falange de este admirable pueblo le calificaron de «excelente profesor» en el proceso que le condenó a muerte en 1937. Abrió, aún más, los dilatados horizontes de esta Tierra de Campos, trasladándolos a la enseñanza. Realizó excursiones por la provincia con sus alumnos; actividad insólita en aquellos tiempos, lugares y circunstancias; aplicó métodos nuevos a la docencia; insertó el respeto, confianza y sentido de la justicia en los escolares, como una nueva forma de culturizar la ignorancia sostenida. Su forma de enseñar denotaba claramente la influencia del grupo cultural-excursionista Inquiteudes, al que perteneció, y del que formaban parte los Inspectores de Enseñanza primaria de León. Cumplió a rajatabla las órdenes que, procedentes de Madrid, eran aplicadas por la Inspección de León en los pueblos. Dada su militancia, asumió las disposiciones republicanas con entusiasmo. Hizo de la Constitución «el tema central de la actividad escolar» y enseñó «la laicidad, el respeto a la conciencia del niño, libre de toda propaganda política, social, filosófica o religiosa». La República creó en Grajal, en 1932 y 1934, otras dos escuelas más para eliminar la masificación y modernizar la enseñanza de acuerdo con niveles de edad cronológica y mental. En el inicio del curso 1934-1935 tomó posesión de la Escuela de Niñas número 1 la joven maestra Julia Arranz Arranz, nacida el 10 de noviembre de 1912 en Aldeayuso, un arrabal de Peñafiel (Valladolid). Traía consigo ideologías diferentes, inmersas ya en los principios renovadores de la enseñanza: rechazo del poder del clero sobre el sistema educativo, supresión definitiva de la Monarquía, reivindicación de derechos civiles, aceptación sin escrúpulo de la Constitución y liberación de las masas por la cultura. Es cierto que, en sus comportamientos personales o profesionales, ni ella ni Atenedoro provocaron u ofendieron a la clase monárquica-conservadora, o atacaron a la simbología religiosa, a pesar de sus creencias; pero esta conducta no fue, como era lógico, del agrado del clero local que posteriormente intervino en su depuración y condena. Julia Arranz conectó de inmediato con el maestro Atenedoro, tanto en ideales como en afecto sentimental, provocando ante el clero el rechazo por su tímida apertura de manifestación pública, tierna y emotiva con Atenedoro. La maestra Arranz protestó e informó a la Inspección del estado lamentable en que se encontraba, en 1936, el local aula donde impartía la enseñanza. Logró clausurar la escuela durante cuatro meses. A pesar de las reclamaciones y de las gestiones del alcalde y miembro del Consejo Escolar Local, Jacinto Pascual López, el aula se volvió a abrir sin haber realizado reparación alguna y con toda la peligrosidad que conllevaba. El joven maestro Atenedoro no solo intentaba transformar la mentalidad de sus alumnos hacia una abertura cultural, sino que se adentró en aquel mundo jornalero, bracero, peonal y proletario de la agricultura graliarense. Pretendió impregnarles de la «ilustración» de sus derechos sociales, laborales, humanos en una palabra. El largo calvario de la represión Llegó julio de 1936. Atenedoro, con 23 años, era considerado como un personaje intelectual con influencia profunda en la docencia y en el mundo obrero de la villa; un consejero y dirigente cualificado en la sombra por sus conocimientos en política, sociedad y movimientos liberadores. Digo en la sombra porque el ambiente estaba tan encanallado y turbio que las palabras en la luz se convertían en delitos condenables, tanto en una como en otra vertiente. Atenedoro estaba comprometido con la actuación republicana de izquierdas, lícita y normal dentro de los parámetros de libertad política, sancionada por la Constitución y las leyes de convivencia del momento. Cuando los obreros de Grajal, el 16 de abril de 1936, hambrientos y desesperados, asaltaron la Panera Comarcal, sita en los salones del Palacio Condal y se llevaron parte del trigo almacenado y al día siguiente se produjo el motín con sangre y disparos en la Plaza Mayor, la sombra del dedo apuntador se dirigió, cruel y falazmente contra Atenedoro, quien nada tuvo que ver con los hechos, ni fue por ello procesado. Sus convicciones éticas no se lo permitían. El día 27 de julio de 1936, a las 10.30 horas de la mañana, cuando impartía clases a dos niños, hijos de humildes obreros, en la Calle de San Pelayo, fue detenido en Grajal y confinado en la cárcel de Sahagún. A Atenedoro se lo llevaron para un viaje sin retorno. El Rector de la Universidad de Valladolid lo destituyó de su plaza de Maestro Titular de Escobar, el día 10 de octubre de 1936. En Sahagún permaneció encarcelado durante seis meses. Allí soportó el hacinamiento y convivió con la tortura y la muerte de los obreros que procedían de Grajal y de los pueblos limítrofes. Su vida en el presidio del partido se convirtió en zozobra permanente. Un dilatado y sospechoso corredor de la muerte. El día 13 de enero de 1937, el jefe de la Prisión envió un oficio en el que exponía que «aquellos presos peligrosos (...) se encontraban en un incómodo encierro (...) no sabían qué hacer con ellos, ni conocían las causas de su detención ». El oficio tuvo respuesta inmediata. El día 25 fueron trasladados ante el Juez Militar de León e ingresados en el depósito de presos de San Marcos. Atenedoro fue ubicado en la sala tercera. Su estancia en San Marcos se encuadra en la desgarradora narración y personal testimonio que nos ofrece Victoriano Crémer, preso en la Sala número cinco, de aquel «antro de las más crueles moribundias» en su Libro de San Marcos . A pesar de los informes favorables del Juzgado de Instrucción y Juzgado Municipal de Sahagún, del médico de Grajal... en el sentido de que « nunca había sido penado por delito alguno y haber observado siempre buena conducta» , el 29 de marzo de 1937 se le inició el auto de procesamiento que fue concluido el día 7 de abril. El día 2 de junio de 1937 se determinó la hora, el lugar, presidente, vocales, Juez Instructor, defensor y fuerzas de seguridad para el desarrollo del un Consejo de Guerra, por procedimiento sumarísimo, contra cuarenta y ocho vecinos de Sahagún y su partido. De ellos nueve, incluido Atenedoro, eran de Grajal. Todos estaban encausados por un delito de rebelión militar. En este mismo día Atenedoro fue trasladado de San Marcos a la cárcel provincial. Macrojuicio, amor trágico y fusilamiento Amanecía el día 3 de junio de 1937. Ante el Palacio de los Guzmanes se producía una agitada y preocupante tumultuosidad de fuerzas de seguridad, letrados, militares y de gentes a quienes inquietaba aquel juicio. A las nueve de la mañana comenzó la sesión. El Fiscal solicitó, de forma definitiva, la pena de muerte para Atenedoro por delito de rebelión militar, con la agravante de gran trascendencia de los hechos y la peligrosidad del encausado . El Teniente Defensor aseguró con firmeza que Atenedoro no era persona peligrosa y que proporcionó buenas enseñanzas a sus discípulos limitándose a cumplir órdenes superiores y nunca llevó a Escobar una orden para que se armase el pueblo, pues no ocurrió nada extraño a la normalidad. Era una persona de hombría de bien y buena conducta. El mismo día 3 de junio, el Tribunal del Consejo de Guerra dictó sentencia. Atenedoro Santos Encinas, Maestro Nacional de Escobar de Campos fue condenado, como autor responsable de un delito de rebelión militar, con circunstancia agravante, a la pena de muerte. Los delitos que se le atribuyeron fueron los siguientes: Estar afiliado a Izquierda Republicana,(...) amistad y reuniones con el Benito Pamparacuatro en forma clandestina, contactos con la Casa del Pueblo de León, de ideas comunistas y peligroso, que daba enseñanza comunista en la escuela considerado como uno de los culpables de lo acontecido en Grajal de Campos (...). es de apreciar en Atenedoro Santos la circunstancia de su gran perversidad (...) y manifiesta peligrosidad. A nuestro juicio, los hechos imparcialmente investigados y los testigos que informaron contradicen tales y tan categóricas aserciones y afirmaciones, que le condujeron a la execrable condena. Su actuación no traspasó los límites de libertad y de protesta permitidos en la Constitución y hoy sería considerado como un libre republicano de izquierdas. La noticia de la condena a muerte conmocionó a Grajal. El alcalde Pedro Gayo Conde, guardia civil retirado, cuyo hijo Eusebio, militar, había sido asesinado en Paracuellos, mostró toda su grandeza humana, una vez más, y se apresuró a enviar urgentemente, el día siguiente 4 de junio, petición de indulto al General Franco. El día 5 reunió a la Corporación, le leyó el telegrama enviado y la Corporación asintió por unanimidad. La familia recurrió a toda persona influyente en esferas provinciales para transmutar la sentencia. Todo fue inútil. Amistades, familiares, Julia, la novia inquieta, recorrieron las calles del pueblo, se personaron en los corrillos de la Plaza Mayor a la salida de la Misa Dominical para recabar firmas y conseguir el indulto. Con las firmas se presentaron en el Cuartel General del Generalísimo en Salamanca. La petición fue un estrepitoso y decepcionante fracaso. A las 00.00 del 21 de junio de 1937, cuando terminaba la primavera y comenzaba el verano, el Juez Instructor le notificó a Atenedoro que la sentencia de muerte había sido declarada firme por la Autoridad Militar y confirmada por S. E. el Jefe del Estado . Acto seguido ordenó la entrada en capilla, por espacio de tres horas. Allí, al lado de Atenedoro, se encontraba Julia, la novia enamorada para celebrar la triste, pero insólita ceremonia de su matrimonio, de un enlace postrero que unirá efímeramente a dos seres que se aman hasta la muerte. El Capellán del Ejército, Teófilo García, impartió cuatro sacramentos a aquel maestro que aparentaba ser agnóstico por la gracia de Dios. Ni un beso de arcilla enamorada en aquellos instantes trágicos y fugaces de una imposible noche de bodas. Por el contrario, le aplicaron seguidamente la extremaunción «in artículo mortis», cuando sus 24 años eran una unción de vida exuberante, primaveral como la primavera que moría. A Julia se le formó expediente de depuración y fue castigada con la prohibición de solicitar cargos vacantes durante un periodo de un año e inhabilitación para cargos directivos y de confianza en instituciones culturales y de enseñanza de los maestros . A las tres de la mañana Atenedoro fue entregado al jefe del piquete de ejecución. Tres horas después, a las seis de la madrugada, Atenedoro Santos Encinas , natural de Grajal de Campos, Maestro Nacional de Escobar de Campos de 24 años de edad fue pasado por las armas en el Campo de Tiro de Puente Castro. Las ilusiones se habían esfumado, cruelmente, como un golpe frío e inexorable. Los acontecimientos, imparables, terminaron en un desenlace trágico mientras las aguas del Torío, limpias de nieve invernal, corrían como ojos acusadores y huían espantadas las madrugadoras grajillas de La Candamia.