El peinado de Anasagasti está patentado
Existen multitud de remedios tradicionales que claman ser útiles contra la calvicie. Según la medicina occidental, todos tan inútiles como leer los Poemas para combatir la calvicie del chileno Nicanor Parra (1993) o aplicarse el ungüento con que el médico griego Hipócrates (460-355 antes de Cristo) intentó prevenir su propia alopecia: una mezcla de opio, rábano picante, remolacha, excrementos de paloma y diversas especias. Por cierto, el término alopecia deriva del griego alopex (zorro) y fue acuñado por el dermatólogo francés Sabouraud (1864-1938) rememorando la pérdida de pelo del cánido al mudar su pelaje. En el romance burlesco Varios linajes de calvas, Francisco de Quevedo (1580-1645) desarrolla una serie de argumentos satíricos contra la calvicie. Por ejemplo, el fragmento donde desaconseja los novios calvos: «Madres, las que tenéis hijas/ así Dios os dé ventura/ que no se las deis a calvos/ sino a gente de pelusa». O la burla que don Francisco hace de ciertos personajes que intentan disimular su calvicie peinando sobre ella mechones más largos: «Hay calvas de mapamundi/ que con mil líneas se cruzan/ con zonas y paralelos/ de carretas que las surcan». Desde luego Frank y Donald Smith no se pararon a indagar las raíces históricas de este peinado, ya que lo patentaron en EE.UU. en 1977. No es broma: este estilo de peinado es la patente n.º 4.022.227. Los sagaces inventores debieron considerar que la ocasión la pintaban calva cuando patentaron un «método de peinado para cubrir la calvicie parcial utilizando el propio cabello de la persona. Para realizar dicho peinado se divide el pelo de la persona en tres secciones que se doblan cuidadosamente una sobre otra». Habría que preguntarle a Anasagasti o a José M.ª García si han considerado las connotaciones legales de usar tan controvertido peinado.