A la memoria de Gregorio Alonso, «Goro» de Reyero
Hizo la guerra y luchó después por el progreso y para sacar adelante una familia de 14 hijos. Trabajador incansable y experto en varios oficios, emprendedor, amante de su tierra, fue el ejemplo perfecto de hombre de la montaña del Porma
Cuando pienso en mi padre, ahora que se ha ido, me parece una figura épica y veo en su vida una auténtica gesta propia de otros tiempos, grato patrimonio de la memoria. Quisiera por ello rendirle aquí un sincero homenaje tejiendo datos y recuerdos de su historia: Gregorio Alonso Andrés, de Reyero, pueblo donde falleció el 12 de noviembre a los 90 años. Salir de una guerra, en la que participó, para casarse en 1940 y emprender la tarea de crear una familia numerosa. Construir la casa con sus propias manos. Salir adelante en aquel sistema económico de autoabastecimiento, produciendo en el campo casi todo lo necesario para vivir. Todo ello en un pequeño pueblo de la montaña del Porma, con hora y media de angosto camino hasta el coche de línea y una más hasta el teléfono, el mercado y el médico en Vegamián. Una familia numerosa de catorce hijos, al lado de una madre para la cual el calificativo de ejemplar resulta insuficiente: Oliva González Fernández. Nuestra educación empezaba en el hogar, con el consejo y el ejemplo. Aprendimos el trabajo, antes de irnos a estudiar y durante las vacaciones, armonía en el esfuerzo y respeto a la autoridad del cabeza de familia. Esa formación nos ha servido más que las licenciaturas y doctorados que la mitad de nosotros conseguimos gracias al coraje que nos transmitieron y a que nuestros padres así lo querían. No era fácil, no, afrontar tamaño desafío en la posguerra y en los años 50, incluso en el periodo de progreso agrícola que se produjo en la región en las dos décadas siguientes. No era fácil con un humilde patrimonio ( capital , dicen en mi pueblo). Hacía falta la capacidad de lucha, la inteligencia y el espíritu polifacético y emprendedor que tenía mi padre. Tratante en los buenos tiempos del ganado caballar, iba a Riaño con reses cruzando la collada, iba en su yegua a la feria de San Andrés, recorriendo en dos días con una recua de potros 70 kilómetros hasta la capital. Con qué habilidad y constancia trabajaba mi padre la piedra, la madera y, por supuesto, la tierra que nos daba de comer: legumbres, hortalizas, verduras, harina de trigo para el pan que mi madre amasaba. De la piedra conocía todos los oficios, desde su extracción a golpe de puntero y dinamita hasta la construcción del muro, tan típica de la zona, labrando las esquinas, decorando después las juntas con revoque fino... Y dominaba, en fin, el oficio de carpintero, que le sirvió para hacer los muebles de su casa. Secaba y aserraba la madera de roble, que luego trabajaba a mano con serrote, garlopa, azuela y berbiquí. Hacía yugos, bieldas, esquíes, tarucos de madreña, el moisés y la cuna de sus hijos. Pero había otro oficio que a nosotros nos fascinaba. En los largos inviernos con frecuentes nevadas nos poníamos a su alrededor viendo cómo fabricaba cestas y cestos de mimbre: grandes para la paja, medianos para las patatas, pequeños para las manzanas y cerezas y también para los trabajos que a los más pequeños nos encomendaba. Toda la ilusión y el empeño de mi padre estaban puestos en modernizar la producción agrícola y ganadera, bien fuera roturando terrenos fértiles de regadío, construyendo un estanque con canalización para facilitar el riego, experimentando con cultivos como la beza o nuevas variedades de trébol, introduciendo el uso del nitrato para enriquecer la tierra, fabricando los primeros silos de forraje décadas antes de que dicha práctica se convirtiera en usual o comprando la primera máquina de segar que llegó a la comarca a comienzos de los 60. Siempre haciendo mejoras en fincas y caminos, construyó puentes y muros de contención, luchó por la concentración parcelaria y fue también pionero en la modernización de instalaciones ganaderas. Trabajador de sol a sol y cultivando con esmero oficios diversos, para sí y a veces para los demás vecinos del pueblo, todavía encontraba tiempo para la actividad pública. Mi padre fue durante 14 años alcalde de Reyero, gestionando, entre otras obras, la traída del agua al pueblo en 1960. Recuerdo también con cuánta ilusión participó, como socio fundador y vocal de zona, en la primera cooperativa de ganaderos de la montaña del Porma, Pormaga, allá por los 70. Lo mismo que en la Asociación de Criadores de Parda Alpina, que empezaba por entonces el control ganadero, o en la Cámara Agraria Local. Emprendedor, activo, luchador por el progreso. Así era mi padre, probablemente sin saberlo porque él venía de otra época, oscura y heroica, marcada por una guerra que cercenó a su generación. Así era, ése fue mi padre, Gregorio, miembro de una familia humilde pero rica en vocaciones e ideales: Un maestro de escuela, un misionero Franciscano, un Teniente piloto muerto en accidente en plena juventud, una monja de clausura, un sargento de la Policía Nacional, un sacerdote doctor en Derecho Canónico¿ vidas de ilusión y entrega como fue la suya y la de tres hermanas más. «Qué consolador resulta acompañar en el adiós reconocido a un padre que ha hecho de su vida una siembra de sacrificio, trabajo y cariño, derramado con ternura en bien de su familia y de otras muchas personas a quienes ha tratado. Persona seria, honrada, trabajadora, fiel, luchadora de su familia, generoso en vidas, austero en costumbres, religioso, creyente y practicante, lo que le daba fuerza para su vida¿», son palabras pronunciadas por su sobrino Argimiro, párroco de la iglesia de San Martín de León, en la homilía del funeral. Domi pater/ in vita miles/ in memoria exemplum , le ha escrito como epitafio Victoriano, su hijo mayor, catedrático de Latín. Mi padre lo habría traducido sin problema, con su buen latín de Comillas: «Padre en la casa/ luchador en la vida/ ejemplo en el recuerdo». Fidel Alonso París, 21 de noviembre de 2005 PIES DE FOTO: FOTO1: De izquierda a derecha, D. José de Prado, Cura Párroco de Reyero; el que fue Gobernador Civil de León, D. Antonio Álvarez Rementería; D. Gregorio Alonso, alcalde de Reyero; el presidente de la Diputación de León, D. José Eguiagaray, el alcalde de Boñar, D. Félix Población y D. Antonio Alonso, Secretario del Ayuntamiento de Reyero. La foto fue tomada en la fiesta de inauguración de la traída del agua a Reyero, en 1960. FOTO2: Gregorio Alonso, en una foto de los años 60, cuando ya era padre de 14 hijos. FOTO3: Gregorio Alonso durante las Navidades de 2004, con su hija más pequeña, María Dolores, y su nieto Víctor Ulises. FOTO4: Una imagen habitual de Gregorio Alonso en los años 80 (al fondo, sobre el muro, alguno de sus aperos de labranza hasta los 70).