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La contaminación por metales pone en peligro la salud y la naturaleza

Tras la revolución industrial, la presencia en la atmósfera de plomo, cobre y zinc se ha disparado. Su concentración en los seres vivos aumenta a medida que se asciende en la cadena trófica por lo que la ingesta de plantas o animales contaminad

Publicado por
Y. C. ÁLVAREZ | texto
León

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La contaminación provocada por los metales pesados, además de causar graves problemas ambientales, en determinadas circunstancias causa la degradación y muerte de vegetación, ríos, animales e, incluso, daños directos en el hombre. Aunque de los 84 metales conocidos, sólo algunos (plomo, mercurio, cadmio, cobre, manganeso, níquel, estaño, vanadio, zinc) son muy dañinos para la salud humana y para la mayoría de formas de vida, su presencia natural es muy escasa y no debería ser peligrosa (son parte del equilibrio de la naturaleza). Sin embargo, desde la Revolución Industrial, su producción ha ascendido vertiginosamente. A título de ejemplo, sólo en el periodo 1850-1990 se multiplicó por diez la presencia de plomo, cobre y zinc en la atmósfera, con el correspondiente incremento de emisiones que ello conlleva. Los metales emitidos por la actividad industrial y minera se encuentran en la atmósfera como material suspendido que respiramos. Además, las aguas residuales no tratadas, provenientes de minas y fábricas, llegan a los ríos, mientras los desechos contaminan las aguas subterráneas. Es importante recordar que cuando se abandonan metales tóxicos en el ambiente, contaminan el suelo y se acumulan en las plantas y los tejidos orgánicos. En todo el planeta La peligrosidad de los metales pesados es mayor al no ser química ni biológicamente degradables y, una vez emitidos, pueden permanecer en el ambiente cientos de años. Su concentración en los seres vivos aumenta a medida que se asciende en la cadena trófica, por lo que la ingesta de plantas o animales contaminados puede acabar provocando síntomas de intoxicación y, en los seres humanos, retrasos en el desarrollo, cáncer, daños en el riñón e incluso la muerte. Además, la relación con niveles elevados de mercurio, oro y plomo ha estado asociada al desarrollo de la autoinmunidad (el sistema inmunológico ataca a sus propias células tomándolas por invasoras) pudiendo derivar en el desarrollo de artritis reumática y enfermedades de los sistemas circulatorio o nervioso central. A pesar de las abundantes pruebas de estos efectos nocivos para la salud, la exposición a los metales pesados continúa y puede incrementarse por la falta de una política consensuada y concreta. Según se afirma desde la Fundación Eroski, distintos estudios dejan patente el aumento de los metales en todo el mundo. El mercurio todavía se utiliza profusamente en las minas de oro de América Latina. El arsénico, junto con los compuestos de cobre y cromo, son un ingrediente muy común en los conservantes de la madera. El contenido de plomo en las capas de hielo de Groenlandia evidencia un aumento continuado que corre parejo con el renacer de la minería en Europa. En Bolivia, los residuos tóxicos de una mina de zinc en los Andes acabaron en 1996 con la vida acuática a lo largo de 300 kilómetros de ríos y pusieron en peligro la vida de 50.000 personas. Las emisiones tóxicas de las fundiciones de níquel en Sudbury, (Notario, Canadá), devastaron 10.400 hectáreas de bosques situados en la zona de influencia de los vientos procedentes de la fundición. En 1953, unas familias de pescadores que vivían a orillas de la bahía de Minamata (Japón), sufrieron el azote de una misteriosa enfermedad neurológica. Perecieron 44 personas, y muchos supervivientes quedaron paralizados. El origen fue el metilmercurio vertido por una fábrica de plásticos, una sustancia que se concentró en peces y mariscos para acabar siendo ingerida por las víctimas.