Diario de León

Un artesonado salvado entre decenas amenazados

La Junta recupera la armadura mudéjar del siglo XVI de la iglesia de Valdesaz de los Oteros, pero aún son muchos los templos que deben restaurar sus artesonados

JESÚS

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ANA GAITERO | texto
León

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El agua es la base de todas las pinturas que cubren y adornan el artesonado mudéjar de la iglesia de Valdesaz de los Oteros. Y el agua, las humedades, las estaban matando, diluyendo, tras cinco siglos de existencia. La lluvia que se colaba por las grietas del tejado era además un excelente caldo de cultivo para la aparición de insectos y hongos depredadores de la madera. La armadura mudéjar del ábside de la iglesia, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, como la de Villacé, ha sido restaurada entre marzo y noviembre de este año como parte de las obras de recuperación del templo, que han incidido en la cubierta precisamente para plantar cara al «peor enemigo de todos los elementos que componen la obra», señala el restaurador, José Ramón López. Patrimonio ha invertido, con dinero del Fondo Social Europeo, cerca de 355.000 euros en la iglesia parroquial de Valdesaz de los Oteros, que es bien de interés cultural con categoría de monumento desde 1982. El pueblo, de origen mozárabe, se asienta sobre el paisaje ondulado que caracteriza a la comarca de los Oteros y su iglesia, elevada sobre un altozano, está rodeada de casas de barro. Desde allí se divisan en el campo varios palomares tradicionales aún en pie y más allá unos hermosos cuetos. Durante la restauración -las obras no se concluirán hasta enero- la iglesia está cerrada. La pluma de la grúa con la que se ayudan para arreglar la cubierta se enseñoreó de las alturas y los obreros que trabajan en ella llevaron el bullicioso laboreo a un pueblo que escasea en vecinos. No llegan a cien las casas abiertas. La iglesia de Valdesaz es una singular mezcla entre la arquitectura herreriana de su fábrica y el mudéjar de sus artesonados. Se cree que trabajaron en su diseño y construcción Juan de Badajoz el Mozo y Juan del Ribero, maestro uno del cabildo catedralicio y autor, el montañés, del edificio del Ayuntamiento (Plaza Mayor) y de la escalera de San Isidoro. Pero estas atribuciones no han superado la fase de la hipótesis. Lo que salta a la vista es la grandiosidad de un templo que observado desde fuera no desvela la valía de lo que tiene dentro, sobre todo de sus armaduras. La envergadura de sus sillares en esta tierra de barro también llama la atención. «Lo más notable, no sólo de su interior, sino que magnifica todo el edificio, lo constituyen sus armaduras de madera, tanto de la capilla absidal como de la nave central y laterales, tenidas por obra mudéjar de finales del siglo XVI», subraya Jaime Federico Rollán-Ortiz. El artesonado del presbiterio es el que más peligro corría de desaparecer, aunque la intervención sobre la cubierta protege el templo entero. La estructura que sustentaba la armadura absidal estaba muy deteriorada, pese a que en 1992 hubo otra intervención en la que se quitó el tejado y se colocó una estructura suplementaria para liberar al artesonado de la carga de la cubierta. Ahora, los problemas afectaban a la pieza de madera horizontal que sujeta la armadura, por lo que la intervención, en lo que a la estructura se refiere, ha consistido en «acoplar un cinturón metálico alrededor de todo el estribado para evitar que los faldones se siguieran abriendo», precisa el restaurador. Contemplarlo desde el suelo En cuanto a la decoración, se ha actuado sobre las zonas perdidas y se han consolidado las policromías, que estaban muy deterioradas. La reintegración pretende, en palabras de Juan Ramón López, «ayudar a que el ojo perciba una sensación aproximada a lo que había originalmente». La calidad de esta decoración al temple es «impresionante», subraya. Está salpicada de motivos renacentistas, casi manieristas, y el artista las ejecutó con una técnica que permiten una visión clara desde el suelo -a unos ocho metros- y con una iluminación muy tenue, la que podían proporcionar las hachas de cera que alumbraban el templo. El restaurador piensa que las pinturas que decoran el artesonado son posteriores a la ejecución de la armadura, que posiblemente realizaron carpinteros cristianos siguiendo las trazas de los musulmanes por tratarse de una armadura ataujerada, en la que los lazos ocultan la estructura. La decoración, en cambio, está emparentada con el estilo renacentista-manierista italiano del siglo XVI. El azul de la lacería doble se logró con azurita aplicada al temple y la base del lazo se decoró con blanco de plomo. Asimismo, los lazos y estrellas están pintados con pan de oro o dorado al agua y el arrocabe o friso que rodea la armadura octogonal está cubierto por una cinta de mocárabes dorada con cabezas de ángeles en el frente. Por debajo, el triple alicer se salpica, sobre fondo rojo, de motivos grutescos, como una sirena con cola de pez y ángeles que representan las virtudes, pues fue el renacimiento una época en la que se pusieron en valor los trabajos artísticos realizados por los primeros cristianos en las catacumbas romanas. Estilo italiano en Los Oteros Pero es improbable que la ejecución de esta decoración fuera coetánea a al apogeo de esta moda en Italia a principios del siglo XVI. Los movimientos artísticos de moda tenían su principal canal de difusión en aquella época a través del Camino de Santiago y también de los artistas que aprendían en los principales focos productores y que luego eran demandados por toda la geografía. Se cree, pues, que pudo realizarse con casi un siglo de diferencia respecto a la ejecución de la armadura, coincidiendo con los trabajos de Juan del Ribero en la capital leonesa. La restauración realizada ha sido «un trabajo de mucha paciencia por el mal estado en que se encontraba, así que hemos tenido que ir muy despacito», precisa el técnico. Pero ha permitido acercarse a la obra de una manera excepcional, mediante una plataforma de ocho metros cuadrados para aplicar todos los tratamientos sobre las policromías, el trabajo más delicado, y la carpintería. «Es un trabajo muy especial porque te quieres identificar con el artista, respetarlo y ponerlo en valor porque son de una calidad impresionante», precisa el restaurador. Para Juan Ramón López asegurar la pervivencia de esta obra es una misión obligada para que «pueda ser transmitida a los que vienen detrás. Si no se hubiera actuado en poco tiempo se habría perdido», añade. Al finalizar esta obra le toca el turno al retablo del altar mayor, también de gran valor por pertenecer a la escuela de Berruguete. El ábside de la iglesia de Valdesaz es anterior al resto del templo y se cree que en su origen esta cabecera, de tapial y ladrillo y no de piedra, fue una fortificación que sirvió de vigía en la etapa de la repoblación; de hecho, hubo un monasterio en sus inmediaciones dedicado a San Cipriano. A finales del siglo XVI se añadió un nuevo cuerpo a la iglesia y es esta época en la que Juan del Ribero debió trabajar en Valdesaz Focos mudéjares en León El auge de las carpinterías mudéjares en el sur de León se produce a partir de la segunda mitad del siglo XV. Según el estudio realizado por la profesora leonesa Ana Reyes Pacios los encargos costeados por familias nobles y pudientes que se hacían enterrar en capillas impulsan estas obras de carpintería que el renacimiento, por su parte, revalorizó. La época renacentista -precisa- «no sólo no relega la carpintería mudéjar, sino que hace de ella una de las manifestaciones más importantes del arte edilicio del momento». En la cuenca del Esla se trata de un fenómeno artístico de larga duración que se prolongó «hasta bien entrado el siglo XVIII, a través de transformaciones en las que siempre pervive el arte hispano-musulmán». En su tesis doctoral, de 1986, la experta, que actualmente es profesora de Documentación en la Universidad Carlos III, realizó un estudio detallado de las iglesias de Campo de Villavidel, Fresno de la Vega, Mansilla de las Mulas, Mansilla Mayor, Marne, San Justo de las Regueras y Villarratel, aunque son muchas más las que se localizan no sólo en el sur de León, sino en toda la provincia, incluida la montaña, según apunta Joaquín García Nistal, que realiza su doctorado con una investigación sobre las armaduras y artesonados mudéjares de la provincia dirigida desde el departamento de Patrimonio Histórico Artístico y de la Cultura Escrita de la Universidad de León. Más de doscientas armaduras Asegura el investigador que son más de doscientas las iglesias en las que aún perviven armaduras de madera, si bien en las zonas más alejadas de los focos mudéjares tradicionales (Sahagún) como las de la montaña leonesa, son de factura más humilde y sencilla en comparación con las joyas de Santa Colomba de la Vega y Azares del Páramo. La primera es bien de interés cultural desde 1943 y fue restaurada recientemente. Es una cúpula espectacular no sólo por sus policromías, sino sobre todo por el trabajo, realizado a escuadra y cartabón, para armar las repetitivas geometrías que la componen, una lacería estrellada. Las armaduras de la iglesia de Valdesaz de los Oteros son excepcionales, se salen bastante de ese patrón de arte «popular y rural» que caracteriza a la mayoría de las armaduras conservadas en iglesias parroquiales y además han tenido la suerte de sobrevivir a la ignorancia con la que se han destruido o abandonado otras en la comarca. Es el caso de la que había en la antigua iglesia de Campo de Villavidel. Tras el derrumbamiento del templo, en los años 80, se construyó una nueva iglesia en el pueblo pero de la armadura apenas se salvaron unos pedazos. En Mansilla de las Mulas se conserva muy de los elementos decorativos de una armadura que en su día debió ser también rica en pinturas, entre las que destacaban unos canes excepcionales. Se han perdido también en los últimos años los de San Justo y Jabares de los Oteros, el de Fuentes de Carbajal y, tiempo atrás, otro en Valencia de Don Juan en la desaparecida iglesia de Santa Marina. En cuanto a los que perviven, muchos de ellos maltrechos, destacan en la margen derecha del Esla cabe destacar el artesonado policromado de la iglesia de Villacé, en proceso de reconocimiento como bien de interés cultural, que va a ser objeto de una intervención de urgencia el próximo año. En Villamandos se conserva una cubierta de madera labrada, oscura, sin policromías, que fue trasladada desde la antigua iglesia al actual templo en los años 30 del siglo XX. Se salvó también, hace más de una década, la armadura de Grajal de Ribera. En la margen izquierda, destaca, además del de Fresno de la Vega, uno muy sencillo en la iglesia de San Salvador de Velilla de los Oteros, ambos necesitados de algún tipo de intervención para evitar su deterioro paulatino tanto de la madera como de las policromías. Todas ellas son herencia y exponente de un oficio tradicional que se transmitió desde la cultura islámica a la cristiana y que se fundió en lo que el polémico, en cuanto a definición, arte mudéjar. El término para designar la corriente artística que funde lo hispano y lo musulmán con lo cristiano y se desarrolla desde el siglo XII hasta el XVIII con sucesivas mutaciones se extrajo de la denominación que en principio aludía a los moriscos que permanecieron en tierras conquistadas, finalmente deportados en 1570. Sevilla, Granada y Toledo son las principales exponentes de las artes decorativas mudéjares, pero también en otras comunidades como Aragón y Castilla y León se localiza ese movimiento. El uso de la madera para decorar las iglesias o fabricar sus cubiertas no se debe a que fuera el material más accesible en muchos de estos lugares pues como apunta la investigación del leonés García Nistal para el artesonado del Palacio de los Guzmanes se importan maderas de los pinares de Soria, de gran calidad. Madera de los mejores pinares «La escasez de árboles maderables en la Meseta leonesa parece ser una constante desde el siglo XIII», apunta en este sentido el estudio de Ana Reyes Pacios Lozano. En sus trabajo ya apuntó la idea de que «el posible comercio con zonas pinariegas próximas, como Valladolid, sur de Burgos o norte de Segovia relacionaría la cuenca del Esla con focos importantes de mudejarismo, recibiendo así su influjo». Los expertos ven claras las influencias toledanas y andaluzas en muchas de las obras que, señalan, pudieron llegar «a través de las emigraciones mudéjares o bien indirectamente por contacto con focos de mudejarismo». Pero tampoco hay que olvidar la pasión que algunos monarcas castellanos tuvieron por el arte islámico y mudéjar, particularmente de Pedro I como dejó patente en la decoración con yeserías de los Reales Alcázares de Sevilla (1364-1366) y en el patio de los Leones de la Alhambra de Granada. Sahagún, Toro, Arévalo, Olmedo y Cuéllar son algunos de los focos de León y Castilla donde se localiza la arquitectura mudéjar más sobresaliente de esta zona de la Península. Pero si la época de auge de esta arquitectura es el siglo XIII y parte del XIV, la proliferación de armaduras de madera en las iglesias leonesas se da sobre todo entre el siglo XV y el XVIII. A partir de este momento se produce un abandono paulatino de las técnicas tradicionales. Hoy en día la carpintería de armar es una técnica que sólo se enseña en escuelas taller. El Centro de los Oficios de León cuenta con uno de los talleres más prestigiosos de España en este técnica, de la que se organizan cursos internacionales cada verano. Los artesonados que se conservan, ya sean los más grandiosos como el de Valdesaz de los Oteros o el de Santa Colomba de la Vega o los más humildes, como el de Velilla de los Oteros y los de la montaña, son una herencia digna de que sean valoradas en sus poblaciones y puestas en valor por las instituciones culturales para su transmisión a futuras generaciones. Hay que mirar hacia el cielo para contemplar su belleza y muchas veces ni en los pueblos que los guardan se han percatado de las joyas que tienen en sus techumbres.

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