El espíritu de la Institución regresa a Sierra Pambley
La Fundación creada por Francisco Sierra-Pambley inaugura próximamente un museo que mostrará no sólo la vivienda burguesa del siglo XIX sino el alma liberal con la que el filántropo leonés «iluminó» a toda la provincia «La única verdadera arist
Se debe vivir en un país en el que el mejor maestro esté en la última aldea. Este espíritu fue el que trató de materializar Francisco Fernández Blanco y Sierra Pambley, un iluminado que puso su empeño en conseguir que su riqueza moral y económica revirtiera en la sociedad. Su legado refleja que desde su privilegiada atalaya espiritual ayudó a sacar de la indigencia a cientos de personas, no en vano uno de sus compañeros en este viaje pedagógico, Bartolomé Cossío, le definió como «una extraordinaria y armoniosa conjunción de libertad y aristocratismo. Su obra es el empeño por acabar con la España que, muchos años después, reflejaría uno de los alumnos de la Institución en la película que realizó sobre las Hurdes. Si Ortega solía decir que a España le faltó el gran siglo educador, las ideas krausistas con las que Francisco Fernández Sierra realizó su evangelio pedagógico hunden sus raíces precisamente en las corrientes perdidas del XVIII. Porque, el ideal del espíritu krausista con que los institucionistas trataron de regenerar el país se basaba en una modificación radical de la sociedad desde la persona en todas sus vertientes: religiosa, política, social, científica e intelectual . «Lo que España necesita son hombres», solían decir, y para «fabricarlo» conformaron un sistema en el que la educación se convirtió en el pilar sobre el que descansaría todo el peso de la sociedad. La escuela salió a la vida y la vida se convirtió en escuela. Con ello se puso fin al sistema basado en lo que Cossío llamaba estampación. Los institucionistas creyeron que debía aprenderse gracias a la experiencia propia, de alguna manera a la intuición -«Debes afirmar la verdad sólo porque y en cuanto la conoces, no porque otro la conozca: sin el propio examen no debes afirmar ni negar cosa alguna»- y se aplicaron a desterrar de las aulas las técnicas que hasta ese momento habían sido ley. Francisco Giner: «La única verdadera aristocracia es la del talento y, por consiguiente, la mayor fuerza en la sociedad moderna es la escuela. La educación es una función esencial, pero en ninguna circunstancia, un monopolio del Estado, representado por el Gobierno. Las escuelas privadas deben tener libertad para escoger sus ideales y sus métodos». Dentro de las «patas» que conformaron la mesa creada por la Institución Libre de Enseñanza a partir del ideario krausista, destaca la obra desarrollada por don Paco. Entre los hitos pedagógicos que crecieron en León y Zamora gracias a la liberalidad del filántropo están la escuela Mercantil y Agrícola de Villablino, la de agricultura de Hospital de Órbigo, las aulas de Villameca, la de Moreruela de Tábara, la escuela Industrial de obreros de León y la granja escuela del Monte San Isidro. Estas iniciativas se convirtieron en auténticas misiones pedagógicas mucho antes de que las presididas por Bartolomé Cossío acercaran la luz de la civilización hasta los valles más sombríos del país. Don Paco pensionó a Ventura Alvarado y a otros profesores para que realizasen estudios en Suiza y Francia con objeto de modernizar la Industria de la mantequilla y de la leche, lo que, a la larga, contribuyó a cambiar la fisionomía económica de la provincia. De la escuela de artes y oficios salieron multitud de técnicos modestos que más tarde fueron aprovechados por las compañías de ferrocarriles, por las minas y por los talleres diseminados por toda la comarca. Y en el Monte San Isidro estableció la granja experimental. Krausismo e institucionistas Pero, ¿Cómo llegó Francisco Fernández Blanco a tejer esta red de generosidad social? Para comenzar este cuento hay que destacar que el personaje no vivía en León. A la provincia se desplazaba tan sólo en el mes de junio, época en la que solía arribar hasta León para no perder contacto con las propiedades que allí tenía en Zamora, Hospital de Órbigo y Villablino. No obstante, tenía una fecha tope en este periplo. Pasara lo que pasara, el viajero debía estar de vuelta en Madrid para cumplir de manera rigurosa con la temporada de ópera en el Real, que comenzaba en el mes de octubre. Es decir, su vida transcurría en la metrópoli, y allí se relacionaba con los hombres cuyas ideas y valores germinaron en la Institución Libre de Enseñanza: Giner de los Ríos, Bartolomé Cossío y Azcárate. Todos ellos respiraban bajo la influencia de una filosofía menor, cierto -en Alemania se utiliza la palabra krausismo para definir argumentos que son poco claros, excesivamente abstractos y abstrusos-, pero de una importancia capital para la historia de España. Krause, discípulo de Kant, fue traducido por Sanz del Río. Su pensamiento puede traslucirse en una de las frases de su obra más importante: Ideal de la humanidad para la vida . En uno de sus primeros capítulos, este Job de la filosofía germana explica: «La idea de la humanidad pide al individuo que ante todo y sobre el límite de su día o hecho presente, sea hombre para sí, esto es, que mire con atento espíritu a toda su vida en idea total y plan práctico y con el sentido de cultivar todas sus facultades, sus órganos y fuerzas para realizar en sí la total humanidad en que él funda su dignidad moral. Esta misma idea pide al individuo que sea hombre para sus semejantes inmediatos, esto es, que tome parte con ellos en todo pensamiento y obra para los fines comunes, que sobre toda oposición temporal muestre hacia ellos un sentido de amor y de leal concurso para la realización en todos, y por consiguiente en él mismo, del destino común». El hombre como ser social, la humanidad como atmósfera en la que el individuo se encuentra, se reconoce y evoluciona. Y Dios como un todo; filosofía panenteísta próxima a la explicación cartesiana de la divinidad. Tal vez por ello, a pesar del tan cacareado laicismo, los institucionistas desarrollen hasta sus últimas consecuencias los valores cristianos. Paradojas de estos grandes cristianos liberales. Virtud, caridad, austeridad, esfuerzo, tolerancia... cientos de educandos en alguna de las «divisiones» de la Institución Libre de Enseñanza se adornaron con estos atributos como todo ornamento a lo largo de su vida. Aulas de Pestalozzi La disciplina moral, el aristocratismo cultural, la austeridad material fueron las tres cartas con las que apostaron para generar las creaciones de la Institución. Entre las más destacadas están la Junta de Ampliación de Estudios, la Residencia de Estudiantes, las Misiones Pedagógicas o el Museo Pedagógico. Todos estos proyectos, realidades, fueron un intento por cambiar la faz de un país anclado en el pasado, un movimiento para conseguir que el hombre nuevo fuera una realidad. Para ello, Giner primero y Cossío después hicieron de la educación y de la educación primaria la base del desarrollo social. «No enseñes, entrégate», solía decir el que fuera presidente de Misiones. Esa bonhomía intelectual hizo que los niños que se educaron bajo las faldas de la Institución lo hicieran siguiendo el método socrático, desarrollando espíritu crítico y abriéndose al mundo sin prejuicios. Fue esta filosofía la que animó a Francisco Sierra-Pambley a poner en marcha sus proyectos de León y Zamora. De tal forma, León se convierte en una de las escasas provincias de España en la que florece la vanguardia de la ILE madrileña. Todo este universo se desplegará en el Museo a través de la sala llamada precisamente Manuel Bartolomé Cossío. En ella se recreará una de las aulas de la época y se respirará el ambiente que se creó gracias a la pedagogía liberal. Así, el visitante podrá admirar la puesta en marcha de la praxis creada por Pestalozzi: los libros de lectura y de consulta que sustituían a los de texto eliminados de las enseñanzas, el instrumental de laboratorio (microscopio, probetas, tubos de ensayo, máquinas para hacer el vacío, termómetros, barómetros), métodos audiovisuales (linterna mágica con colecciones de Historia natural, máquina de cine con películas de contenido pedagógico, praxinoscopio, estereóstopos), láminas francesas explicativas de diversas disciplinas, materiales recolectados en de las excursiones que realizaban para entrar en contacto con la naturaleza (uno de los pilares de la filosofía institucionista), etc. En este mismo espacio se realizará una semblanza de los cuatro padres de la Fundación: Francisco Sierra-Pambley, Gumersindo de Azcárate, Manuel Bartolomé Cossío y Francisco Giner. Asimismo, se destinará uno de los espacios de la sala a explicar el nacimiento y desarrollo de cada uno de los proyectos engendrados por don Paco. Una de las máximas prioridades del Museo es la didáctica. Por ello, algunas de las áreas de nueva creación se destinarán a mostrar aspectos cotidianos de la vida de entonces. Entre ellas, cabe destacar la que muestra cómo desarrollaban su vida los burgueses de la época, con aspectos como sus costumbres sociales, gustos decorativos, la higiene, la iluminación, la calefacción y la cocina. Otra de ellas, «Entre la razón y la fe», ilumina al visitante acerca de la dicotomía a la que se enfrentaban los -como ellos- liberales de la época entre las convenciones sociales y la identidad y creencias personales. Estancias burguesas Pero, sin duda, uno de los puntos más atrayentes del nuevo Museo es la casa burguesa, el germen del que en principio iba a apellidarse romántico. Estas habitaciones fueron creadas para que en ellas viviera el tío Segundo con la que en su voluntad iba a ser su mujer, su sobrina y ahijada, Victorina. Para ella adquirió alfombras en París y Londres, telas, abanicos y juegos de origen oriental, cristalerías, ropa de cama, marquetería, arañas de cristal, sofás de estilo isabelino y muebles del gusto Imperio francés, cortinajes, tapicerías, plata... un sinfín de joyas ornamentales que nunca se usaron. Victorina rechazó el ofrecimiento de su tío y desposó con otro, lo que hizo que Segundo se ensimismara en el piso superior dejando en la oscuridad el que habría de haber sido el escenario para su vida social. La zona más alta de la casa, la que podríamos calificar de íntima, la reservada para que la familia desarrollara su día a día, dispone de varias salas. Son varias habitaciones (comedor, alcobas, gabinete, sala de música, tocador, despacho), entre las que cabe destacar una: la alcoba de las columnas. Según cuenta la tradición, la reina Isabel II pudo haber dormido en ella en una de sus visitas a la ciudad. Todas estas estancias se caracterizan por la sobriedad y austeridad de la decoración. El recorrido por el «pudo pero no fue» comienza en la planta baja en el despacho del fundador. Adyacente a éste, se dispone un pequeño aseo que tiene la singularidad de acoger el primer retrete que hubo en León (año 1912 y marca Vitesse). Además, también se dispone junto al buró una pequeña habitación orientada al norte cuyo único mobiliario es una pequeña cama. Aquí acaba la austeridad. Tras dejar atrás el despacho, el visitante llega a la sala en la que se expone la biblioteca familiar y de allí pasa directamente a la sala de billar. En ella, además del pool , se expondrán mesas de juego y entretenimientos como el blackgamon, ajedrez o naipes. Una pequeña puerta con el mismo papel pintado que cubre la pared orienta el paso hacia la sala de fumar, que se caracteriza por vestirse con muebles franceses, entre los que destacan los sillones Voltaire y moquetas y cortinas de estilo inglés. Llama la atención la alfombra del suelo, en la que en varias zonas puede leerse Free Trade (Libre comercio). Tras una pequeña antesala destinada a que el servicio ordenase los platos que se iban a servir y a la distribución de quinqués y candeleros, se pasa hasta el gran salón, llamado Rojo por las impresionantes papeles pintadas que decoran sus paredes y que han permanecido casi intactos debido a la oscuridad y al frío que han reinado en la casa. En ella reinan los dos retratos familiares de Felipe y Segundo Sierra-Pambley y la mesa y sillería estilo Luis XV, junto con una mesa extensible a la inglesa. Inmediatamente después, se desemboca en la pequeña salita azul, la que don Segundo vistió con más mimo, la habitación en la que él esperaba que Victorina hiciera de anfitriona, una estancia adornada con primor hasta el más pequeño de los detalles. Papeles en plata y oro, tapicerías de seda azul, alfombras francesas y dos joyas: el costurero y el escritorio, dos tesoros que han vivido en la penumbra hasta ahora. El Museo Sierra Pambley es, pues, mucho más que una vitrina de objetos más o menos valiosos, es la crónica de una época, un recorrido a través de una corriente ideológica y moral que el tiempo ha relegado al olvido.