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«En el Polo Sur podría haber plantas anticancerígenas»

Varios biólogos y científicos españoles, embarcados en una nueva expedición del buque oceanográfico «Hespérides», exploran desde enero los fondos marinos de la Antártida. Ya a punto de regresar, uno de ellos, el ferrolano Javier Cristobo, relat

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JAVIER CRISTOBO | texto y fotos OLALLA SÁNCHEZ | edición de texto
León

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Son las once de la noche en este paraíso llamado isla Rey Jorge y a esta hora es cuando aprovecho para escribir mi cuaderno de bitácora con todos los recuerdos de la expedición en la que me embarqué. En total somos seis los científicos que participamos en esta nueva expedición del buque oceanográfico Bio Hespérides , en la llamada Bentart 2006. Mis compañeros lo hacen en calidad de investigadores de a bordo, durante la campaña nunca abandonan el barco, mientras que yo formo parte del equipo de filmación y tengo el privilegio de desembarcar unas semanas para realizar diferentes grabaciones submarinas y terrestres de la Antártida. Nuestro punto de referencia es la base chilena Escudero, situada en la isla Rey Jorge. Es durante estos días cuando escribo mi relato. Primer contacto Desembarcamos en Escudero a mediados de enero. Los primeros días nos dedicamos a colocar los acuarios, a preparar las nasas para capturar algunos crustáceos y peces, y a preparar los equipos de filmación. Fue también durante estas primeras jornadas cuando comenzamos a establecer relaciones con otros grupos científicos y fue, precisamente, uno de ellos el que nos invitó a disfrutar de un paisaje único, situado cerca del glaciar Collins, en donde estudian una de las pocas especies vegetales que viven en la Antártida, la Deschampsia antártica , la cual podría producir algún tipo de sustancia anticancerígena. El trabajo de los investigadores consiste en comprobarlo, comparando el genoma de esta gramínea a radiaciones ultravioletas y sin ellas. Pero sigamos a lo nuestro, a hablar del paisaje único de esta zona. Se compone de paredes de hielo inmensas a punto de caer sobre el mar y, cuando alguna de ellas lo hace, a lo lejos se escucha un potente estruendo como si de miles de toneladas de roca se tratase. Es estremecedor y, a veces, a uno le impone navegar en sus proximidades, no sólo por el peligro de que te caiga encima, sino también por el tamaño de las olas. Debemos extremar las precauciones, ya que estamos en el verano antártico y, por tanto, en pleno deshielo. En la parte próxima al glaciar hay mucho hielo suelto que crepita continuamente. La sonda en las proximidades de esta capa marca -1,8 grados, una sensación térmica que también se nota en el ambiente. Además el cielo puede pasar de estar casi despejado o con pocas nubes a estar completamente gris, con un viento muy frío y desagradable. Otra de las notas meteorológicas predominantes durante nuestra estancia en este lugar fue la niebla. Mañana tras mañana nos acompañaba durante nuestro desayuno (a las 7.30) y durante nuestras primeras horas del día, que aprovechábamos para recorrer los alrededores o para responder los correos electrónicos. Las inmersiones Sin embargo, durante la tarde del 17 de enero, la visibilidad mejoró y, sin dudarlo, decidimos hacer nuestra primera gran inmersión en una zona situada cerca de la isla Albatros. Lo primero fue vestirnos adecuadamente, ya que el buceo en aguas frías nos exige equiparnos a conciencia de arriba abajo. Normalmente yo llevo un par de calcetines finos hasta los tobillos y otros más gruesos hasta las rodillas; por encima me pongo un mono polar hasta el cuello y unos guantes finos y, por fuera, me coloco un traje de neopreno de siete milímetros, que incluye escarpines y unos guantes secos. Como la capucha del traje es fina, me pongo otra por encima de, también, siete milímetros. Tan sólo falta una parte pequeña del equipamiento: el cuchillo, unas tobilleras con medio kilo de plomo, las botellas, el chaleco, las gafas y, por supuesto, la cámara. El punto clave son las manos. El frío se puede soportar en la cara y en los labios, pero si te entra agua en los guantes estás perdido. Al bucear los tres, uno siempre se queda con ellos peor colocados, ya que, una vez que te los pones, apenas puedes ayudar a tus compañeros. Pero, si antes lo digo, antes me pasa. En esa expedición, me tiré el último y uno de mis manguitos se me rasgó e hizo agua. Decidí seguir la inmersión siendo consciente del riesgo que conllevaba. Aunque el dolor fue soportable, al salir tenía la mano como anestesiada, con una sensación de hormigueo. Y esa pérdida de sensibilidad me duró hasta esa noche. Sin embargo, la inmersión mereció la pena. Quizás debería haber escogido otro tipo de objetivo dadas las condiciones de las aguas, pero uno nunca sabe con lo que se puede encontrar. En estos casos intento animarme, me digo «ahora ya está, no llores», y sigo adelante. Pero, como decía, fue en este día cuando mis dos compañeros y yo conseguimos los resultados más positivos en cuanto a imágenes submarinas. Fotografiamos un molusco llamado Nacella conccina , que es uno de los más abundantes de la zona. Se puede encontrar en todas las playas y en los lugares donde se sitúan las aves marinas, al ser uno de sus principales alimentos. Y también pudimos recoger varias especies, como la de una estrella que estaba incubando a sus crías, aunque de este detalle nos dimos cuenta más tarde. Cuando la recolectamos estaba encogida o con su parte central sobreelevada, como si estuviese comiendo un molusco, pero al llegar al acuario uno de los obreros de la base nos vino a avisar de que íbamos a ser tíos abuelos al haber muchas estrellitas chicas paseando por el acuario. A partir de aquí el tiempo no nos acompañó. Aun así, intentamos buscar sitios en los que poder bucear, filmar y hacer un buen trabajo. Pero esa expedición tan esperada se retrasó hasta el 9 de febrero, el llamado día D. Estuvimos buceando cerca de 45 minutos y esta vez bajé hasta los 15 metros de profundidad. Retratamos los fondos fangosos de este mar, sus anémonas, sus esponjas, sus estrellas, sus ascidias... Tras la inmersión, resta ahora un arduo trabajo de organizar las fotografías hechas, describir el material recogido, preparar acuarios y fijar la fauna que más nos interesa. Pero eso ya, a bordo del Hespérides . El 13 de febrero el barco llegó a la base Escudero a buscarnos. Tras recoger todo, pusimos rumbo a Punta Arenas, atravesando el temido estrecho de Drake. El barco comienza a moverse más y más, y se hace difícil escribir.

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