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El «chantre de Villafranca», presidente de las Cortes de Cádiz

Diego Muñoz Torrero | Catedrático y rector de la Universidad de Salamanca, sacerdote comprometido con el ideario liberal, su autoridad era incuestionable

XOSÉ CASTRO

Publicado por
ENRIQUE PRIETO | texto
León

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Cádiz, 24 de septiembre de 1810. En el teatro de la ciudad se abren las Cortes de Cádiz siendo don Diego Muñoz Torrero, chantre de la colegiata de Villafranca del Bierzo, el primero en tomar la palabra, una vez que el obispo de Orense dio por comenzada la sesión inaugural de la magna asamblea en la que tenían representación, por vez primera en la historia de España, todos los ciudadanos del país. El chantre de Villafranca , según se relata en el Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias , era referencia obligada como autoridad en materia constitucional desde su etapa como catedrático y rector de la Universidad de Salamanca, en la que sin duda se fraguaron algunas de las principales ideas y principios, y también algunos de los más importantes personajes que entre 1810 y 1812 trabajaron sin descanso para dotar a España de su primera Constitución, texto que suponía el punto de inflexión entre el absolutismo del Antiguo Régimen y la España contemporánea. Según cuentan sus biógrafos, era una persona capaz de llegar acuerdos entre posiciones encontradas. Lo demostró en Salamanca y quizá por eso, más allá de su sólida formación jurídica, filosófica y religiosa, la recién elegida asamblea gaditana miró hacia él como la persona idónea para orientar la elaboración de la primera Constitución de nuestra historia, objetivo central de aquellos primeros representantes de la soberanía nacional. Curas, militares, agricultores, nobles, comerciantes y empresarios, profesores y juristas, de la Península y de América, se encontraban allí reunidos después de un complejo proceso de elección, que partiendo desde las parroquias y cabezas de partido había ido conformand o una variadísima asamblea que tenía ante sí la descomunal tarea de redactar la Carta Magna. Máxime cuando aún no había concluido la guerra contra la invasión napoleónica para la que el país se había tenido que dotar de nuevas instituciones, las juntas , que desde el ámbito local hasta el nacional vertebraban la nueva estructura del poder civil y militar, abandonado por aquellos que secularmente lo habían detentado. Sin duda el momento debió ser tan emocionante como cuando en las primeras elecciones democráticas de 1977 se constituyó la mesa de edad presidida por Dolores Ibárruri, diputada en las Cortes de la Segunda República y exiliada durante casi cuarenta años, y de la que formaba parte Rafael Alberti. Muñoz Torrero llegó a Cádiz procedente de Villafranca, donde había permanecido por espacio de dos años, después de fracasado su intento de ocupar una de las capellanías vacantes de San Isidro en Madrid, resuelta en su contra, a pesar de su reconocido prestigio, como consecuencia de la influencia de Godoy. Había abandonado la universidad salmantina impulsado por su intención de dedicarse a la vida religiosa, y fue don Pedro de Toledo, Marqués de Villafranca y patrono de su Colegiata, quién le ofreció en ella una canonjía. Había vivido en Villafranca desde la primavera de 1808 hasta finales del verano de 1810. En Badajoz se están eligiendo los diputados que representarían a esa provincia en las Cortes, y después de arduas batallas políticas, los partidarios de Muñoz Torrero logran un nombramiento que había sido previamente impugnado alegando que su residencia se encontraba de la circunscripción electoral. Sale Muñoz Torrero de Villafranca acompañado, según parece, por el diputado suplente José María Couto, procedente de América, que luego lo sería titular y desempeñaría importantes funciones en las Cortes. Camino de Cádiz, pasa por Badajoz, y con su acta de diputado en la mano se traslada a la Isla de León para asistir a la sesión constitutiva de las Cortes. Allí llega reconocido como el chantre de Villafranca , y con esa consideración de dignidad se alude a él habitualmente en los debates parlamentarios, de los que será uno de sus principales animadores. Han transcurrido dos siglos y han aparecido algunas biografías y estudios sobre el chantre en los que se hace referencia a las diferentes etapas de su vida: Cabeza de Buey (Badajoz), su lugar de nacimiento en 1761; Salamanca, donde fue catedrático de Derecho y rector, y sobre todo, impulsor y moderador de algunos de los principales debates en los que participaron los más significados intelectuales del final del siglo XVIII español; chantre de Villafranca, y las Cortes de Cádiz y su decisiva contribución en la forja de la Constitución que lleva su impronta en algunos de sus artículos mas trascendentales (desde el Decreto del 24 de septiembre hasta el principio de soberanía nacional, el concepto de nación, el modelo de Estado liberal, la división de poderes, las relaciones entre el poder civil y el militar, el centralismo administrativo, los derechos individuales, la reforma eclesiástica, la separación Iglesia-Estado, la Ley de Imprenta, la supresión de la Inquisición, etc., tal como se muestra en el Diario de Sesiones ); obispo electo de la diócesis de Guadix, nunca ratificado por el Vaticano, muy probablemente por las opiniones y la posición que mantiene en lo referente a las relaciones Iglesia-Estado y respecto a la necesidad de proscribir el Tribunal del Santo Oficio; su encarcelamiento, primero en Madrid y luego su traslado a la cárcel eclesiástica de Padrón, a la vuelta de Fernando VII; nuevamente diputado durante el Trienio Constitucional; el exilio obligado a Portugal con la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luís; y, finalmente, cuando preparaba su viaje a Francia o Inglaterra, los miguelistas le recluyen en la prisión de San Julián de Barra de Lisboa, donde es maltratado hasta su muerte en 1829, negándosele incluso el enterramiento en un cementerio cristiano. Su vida en Villafranca La etapa villafranquina debió ser un período de reflexión religiosa pero también filosófica y política, y aunque no disponemos de escritos que nos den fe de ello, el papel que desempeña en las Cortes de Cádiz es muestra evidente de que durante esos dos años en ningún momento fue ajeno a los dramáticos sucesos que estaban teniendo lugar en el país, y aunque, por no ser hombre de armas no participa directamente en la lucha contra los franceses, pone su mente y su propio peculio al servicio de la causa. Sobre su influencia en Villafranca, los acontecimientos posteriores nos informan de que su presencia en la villa berciana no pasó inadvertida. Sería difícil explicar la historia de la Villafranca del primer tercio del siglo XIX sin valorar la huella dejada por el chantre de la Colegiata. Sabemos que mantuvo una relación constante y fructífera con las autoridades de la provincia de la que tenemos constancia a través del Acuerdo de la Junta de Gobierno de La Coruña con motivo de su marcha hacia Cádiz al ser elegido diputado por Extremadura. De ello nos da fe Ángel Fernández de los Ríos, en Muñoz Torrero, apuntes biográficos , publicado en 1864. Durante su residencia en Villafranca participa activamente en la creación de la Junta de Galicia, alejándose radicalmente de la pléyade de rancios ilustrados que se acomodaron a la presencia francesa en nuestro país. Debemos suponer que, una vez transcurrido el sexenio fernandino, cuando el pronunciamiento del General Riego en Cabezas de San Juan da paso al Trienio Liberal, o Constitucional como preferimos algunos, y de nuevo vuelven a reunirse las Cortes, tomándose allí decisiones de tanto calado como la nueva división administrativa que crea la provincia de Villafranca del Bierzo, Muñoz Torrero no pudo ser ajeno a tal evento, tanto por la consideración de que gozaba en la Asamblea como por el conocimiento directo que tenía de la región en la que había pasado algunos años de su vida. Y aunque la nueva división provincial apenas surtió efecto, al igual que el resto de las reformas que impulsaron los trienistas , todas ellas derogadas de inmediato al recuperar el rey felón el poder absoluto, en la retina de los villafranquinos y de muchos bercianos siempre están presentes esos sellos que aparecen en algunos documentos de la época, hoy no se sabe en manos de quién por la desidia e ignorancia de sucesivas autoridades municipales, en los que se puede comprobar el efímero acontecimiento de la existencia de una provincia con su diputación y su gobierno civil y que extendía su territorio hacia parte de Galicia. Con Sociedad Patriótica propia Cuando en 1820 se crea la Sociedad Patriótica de Villafranca del Bierzo, de corta duración a consecuencia de la Ley de Sociedades Patrióticas que las disolvió el 9 de noviembre de ese mismo año, es evidente que en la villa existe un ambiente liberal, constitucional y reformador, como lo atestiguan algunas de las actividades de las que tenemos constancia impulsadas por esa sociedad. Dice Alberto Gil Novales en su documentada obra Las Sociedades Patrióticas ( 1820 - 1823 ), que la de Villafranca del Bierzo «parece haber tenido una gran preocupación económica y, en general, de fomento de la ciudad y su comarca». Además de oponerse a los gravámenes de la contribución directa solicitando la adhesión del resto de los ayuntamientos del Bierzo, la «sociedad ha acordado también representar, a fin de que se establezca una universidad en aquella villa, y exhortan a todas las autoridades del término a fin de promover la composición de los caminos de Zeana y Asturias, para dar salida a los frutos estancados del país». En lo concerniente al constitucionalismo villafranquino, quedó de manifiesto cuando su sociedad patriótica «felicitó a las Cortes, y representó contra don José Marcos y don Manuel Maraver, vicarios de las parroquias de San Nicolás y Santa Catalina, que se negaban a explicar la Constitución». La semilla liberal y constitucionalista, base del reformismo decimonónico español, tuvo en Villafranca un arraigo al que sin duda no fueron ajenos en sus orígenes Pedro de Toledo y Muñoz Torrero, y que en sus variadas formas acaba siempre manifestándose a lo largo de los siglos XIX y XX. Fue en la segunda cuando hizo su aparición rebelde y anticonstitucional el llamado «libertador de la villa», un tal comandante Manso, que detuvo y fusiló a parte de la corporación municipal, alcalde incluido, y a varias decenas de ciudadanos que no habían hecho mal a nadie. Hay una plazuela a la que, según parece, aquella corporación democrática dio el nombre de Don Diego Muñoz Torrero, y a la que las autoridades impuestas por la fuerza tras la execrable acción del «libertador» llamaron de Don Pío , que fue uno que vivió allí y que por todo título tiene el de ser el marido de una beata apodada La loba , enriquecida abusando de su posición, a costa de agricultores que perdieron sus tierras o estuvieron a punto de perderlas en pleitos interminables. Todavía hoy conserva ese nombre y ya va siendo hora de que el Ayuntamiento reponga el que corresponde y devuelva al resto de calles y plazas sus nombres de siempre, corrigiendo el ridículo heredado de corporaciones anteriores que les dieron nombres dobles. Después, apenas se ha vuelto a saber nada de don Diego Muñoz Torrero, hasta que fue reivindicado cuando el franquismo daba sus últimas boqueadas y en Villafranca, como en miles de lugares de toda España, los partidarios de la libertad comenzaron a dar señales de su existencia, reprimida durante casi cuarenta años, a través de la Junta Democrática, de la que formaron parte curas, estudiantes, abogados, músicos, empresarios y trabajadores. Muñoz Torrero, según costa en algún escrito de entonces, formaba parte de esa tradición liberal y antiultramontana que siempre estuvo presente en la villa y que era preciso recuperar. La última noticia relativa al chantre tiene que ver con un retrato, que yo nunca he visto, y que, parece ser, mantenía un alcalde antifranquista aún durante la dictadura en su despacho oficial. A todo el que preguntaba de quién era el retrato, el alcalde le respondía que era de un tío suyo cura. Descripción y retrato No sé que fue de aquel retrato si es que alguna vez existió. Ángel Fernández de los Ríos nos lo describe físicamente como un hombre «de mediana estatura, algo cargado de espaldas; tenía la cabeza muy desarrollada, poco pelo, llevaba crecido el que conservaba a los lados, la cara redonda, las facciones regulares, los ojos un tanto salientes; corto de vista, usaba a menudo gafas de miope; el conjunto de su semblante se hallaba de acuerdo con su carácter dulce, bondadoso, sencillo, tranquilo, pero firme y resuelto». El propio biógrafo lo convierte en uno de los principales referentes históricos del partido progresista en 1863 y realiza una breve semblanza del chantre en la que pone de manifiesto sus virtudes y su accidentada existencia: «Sabio, virtuoso, sacerdote ejemplar, simpático a cuantos le trataban, laborioso, modestísimo, catedrático de Quintana y de otros hombres ilustres, rector de Salamanca a los 29 años, elogiado por Jovellanos, celebrado pero agraviado por el Gobierno de Carlos IV, querido del pueblo, distinguidísimo en las Cortes, uno de los principales iniciadores de la libertad de imprenta, consultor de Argüelles y Calatrava, vejado por Fernando VII, admirado por el país, Presidente de la Diputación Permanente de las Cortes, obispo electo perseguido por el despotismo, emigrado atropellado en tierras extranjeras, atormentado en el calabozo, torturado en la torre, martirizado en la agonía, víctima de la saña absolutista; no había para Muñoz Torrero la fama que merece su nombre, la popularidad de que tan digna es su memoria». Juan García Pérez, su último biógrafo, se refiere a la etapa que transcurre desde su abandono de la universidad salmantina hasta su elección como parlamentario por la provincia de Extremadura, como una incógnita. Sólo sabemos, nos dice, su «acceso a la Colegiata de Villafranca en calidad de canónigo, la generosidad y el patriotismo por él derrochado durante las jornadas que siguieron al levantamiento del 2 de mayo de 1808 y el proceso electoral que finalizó con la obtención de un acta de diputado para las Cortes de Cádiz, son los únicos hechos de los que tenemos alguna certeza». Pero algo sí sabemos que merece ser recordado: en las Cortes de Cádiz, donde jugó un papel tan destacado, era el chantre de Villafranca.

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