Diario de León

En la encrucijada de mil mundos 1 2 3 4 5

En un país africano, con la mirada en el norte y deseados por el mundo musulmán, los marroquíes viven el momento crucial de la incorporación de la mujer a la sociedad, la presión del fundamentalismo y la vigencia de sus propias tradiciones

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TUCHO CALVO | texto y fotos
León

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Después de haber sido corresponsal de la agencia de noticias Reuters en Marruecos durante casi medio siglo, de haber sufrido presiones de palacio por su tendencia izquierdista y de haber solicitado varias veces sin suerte poder entrevistar a Hasán II, Stevens Hugues fue llamado un día a presencia del monarca y cuentan que éste le dijo: «Señor Hugues, no has entendido nada». Y que contestó: «No, señor, no he entendido nada». El padre del actual rey conocía bien la diversidad de su pueblo, pero quizá por eso jugó a encauzarlo como mejor le convino en cada caso y no se paró a considerar la desorientación en la que se iba sumiendo el país. Un caos tal que ni siquiera la persona con la que me encontraba hace unos días en Rabat se dio cuenta de lo que significaba que se refiriese a un joven pedigüeño de Malí como «africano». «Y tú, ¿no eres africano», quise saber. La sorpresa se pintó en su cara, porque se trataba de un hombre culto que ha viajado, que conoce perfectamente Marruecos y sus gentes así como el mundo árabe y países ajenos a él. Un intelectual de izquierdas que no desdeñaría a nadie y menos a las gentes de su continente. El problema reside en que este país mira obsesivamente al norte, en que es un bocado apetecido por el fundamentalismo musulmán y en que tampoco puede renegar de su africanidad. Si hacemos caso de mi amigo, la mejor definición sería que se trata de una nación del Magreb árabe. Lo malo es que todo parece indicar que los apoyos que Hasán brindó a los sectores más tradicionales del islamismo están pesando ahora en la sociedad y que la utilización del velo por las mujeres, algo que hace tan sólo unos diez años era prácticamente inexistente, puede delatar la existencia de movimientos más profundos. La situación es, sin duda, compleja. Europa no puede asumir la incorporación de masas que acaben, lejos de integrarse en nuestro régimen de libertades, imponiéndonos doctrinas y costumbres ajenas. Al mismo tiempo, también es cierto que hay que tender un puente a las relaciones y al encuentro. Hourya significa libertad . Pero de nada le sirve que la llamen así a esta treintañera licenciada en Literatura Árabe, amante de los deportes y que sueña con ser entrenadora, que trabaja como bibliotecaria en Rabat, en el Instituto de Artes Dramáticas, y que disfruta de una posición económica desahogada. Joven todavía y soltera, dentro debe asumir las incomodidades de nadar a contracorriente; y el camino hacia el exterior le está vetado, incluso como turista que quiere satisfacer sus curiosidades culturales, porque España, por ejemplo, no le otorga visado. «Cuando salgo del trabajo y defiendo mis ideas o quiero vivir a mi modo, la gente no me acepta», dice Hourya Baba, quien admite sin embargo que las cosas han cambiado. Hay más facilidades para acceder a una vivienda, y al menos los chicos y chicas de la ciudad pueden tener una opinión propia: «Antes los jóvenes sólo pensaban en emigrar para realizar sus sueños. Ahora los hay que creen en nuestro país, y los que tienen estudios encuentran siempre trabajo antes o después». Practicante musulmana, Hourya no usa velo: «Mi fe es una cosa entre Dios y yo. No necesito mostrarla a la gente con mi vestimenta. Sólo cuando voy a purificarme y no quiero que nadie me reconozca en el templo, me cubro la cara. Estudio, salgo, viajo... y rezo porque no sabemos cuándo vamos a morir. Leo el Corán desde los once años, y encuentro en él una religión del perdón y de la vida que parte de que nada le es impuesto al ser humano, que debe elegir sus pasos. Lo malo es que hay mucha comedura de coco de las televisiones fundamentalistas y que en los barrios, sobre todo en los populares y con mayor analfabetismo, los líderes religiosos aprovechan para alfabetizar en el Corán y para ofrecer coberturas sociales que no facilita el Estado». Otros jóvenes comparten con Hourya su problema de visado, pero no su formación, de manera que se sienten despreciados por el norte y deseados por el fundamentalismo sin que les queden muchas opciones. Menos mal que la tradición bereber en la zona rural frena el avance de las corrientes más intransigentes. Los retos del Marruecos actual son muchos y son tan complejos como la propia realidad de un país que se está construyendo en la modernidad, asegura Larbi El Harti, hispanista y reciente traductor al árabe de Si o vello Sinbad volvese ás illas, de Álvaro Cunqueiro. «Lo que más urge, a mi modo de ver, es que los marroquíes definamos nuestro destino: qué queremos y hacia dónde queremos ir. Para ello es necesario que el Estado asuma su papel de vector de convergencia, y no lo contrario, y que la sociedad con todos sus componentes actúe para conseguir dicha convergencia consensuada. Es urgente tomar en serio asuntos como el paro, la educación y la sanidad, y es urgente también establecer una verdadera política participativa y superar los discursos paternalistas y de patriotismo ñoño y vacío». En plena transición Con una extensión poco inferior a la española y más de treinta millones de personas que se expresan, sobre todo, en árabe, bereber y francés, el marroquí es un pueblo en el que conviven altas tasas de analfabetismo (en las mujeres supera el 60%) y minorías muy cultas; pobreza y opulencia, y sensibilidades religiosas y lingüísticas muy diversas. Un país en el que las palabras creyente, región o derecha tienen un significado diferente al que nosotros les damos. Lo dice Latifa Benali, periodista del diario Le Matin, para quien Marruecos es «un país que está pasando por una transición en la que tanto el hombre como la mujer no cumplen el rol que tenían antes. Ahora las mujeres trabajan como periodistas, arquitectas, médicas... y los jóvenes en su mayoría recuperan la tradición que abandonaron sus padres cuando a partir de los 80 buscaron la rebeldía en la izquierda». Para Latifa, en el país hay «problemas económicos terribles» e incluso la emigración es elitista porque requiere un mínimo de cinco mil euros y gente formada. Pero, en su opinión, los elementos nuevos son que «el país le queda pequeño a su gente, sobre todo a las mujeres, y que el hombre está socialmente descolocado». Sobre la religión, tema clave del futuro marroquí, uno de los más prestigiosos intelectuales y escritores del país, Abdelkebir Khatibi, dice que «conlleva una convicción, un sentimiento de justicia y dignidad», pero que «ha llegado la hora de hacer de la laicidad un paradigma de la modernidad y no su adversario. No hay que demonizar la laicidad ni hacer de la religión el estandarte de la voluntad política. Hay que caminar hacia las paradojas de la modernidad. Las sociedades musulmanas están laicizadas por las prácticas cotidianas desde hace ya bastante tiempo (economía, industria, intercambios, nuevas tecnologías civiles y militares¿). Pero no poseen la voluntad política e intelectual capaz de motivar la producción de un pensamiento y unas prácticas realmente laicas». Una sociedad compleja Khatibi habla de su educación en La memoria tatuada . Recuerda que fue «sensible desde siempre a la pluralidad del entorno social». Y añade: «En mi familia, por ejemplo, mi padre fue un teólogo formado por una universidad tradicional, y mi madre era analfabeta. Nuestra yaya, una negra inteligente y valiente, participó activamente en nuestra formación y en nuestro aprendizaje de la vida cotidiana. Esto constituye una paradoja social y simbólica. Además del árabe, mi lengua materna, aprendí el francés en la escuela y no en la calle. Después aprendí otras lenguas. Me gustan todas las lenguas. Este es el principio mismo de mi ética y de mi disidencia contra toda estructura o pensamiento que no reconozca la diversidad. El lenguaje, en mi caso, es a la vez la invención de una vida, es comunicación y comporta al mismo tiempo el objeto político de mi compromiso ético. Se escribe contra la desgracia que el hombre crea en él y a su alrededor». Cualquier occidental que pisa Marruecos percibe con facilidad que se trata de una sociedad compleja. Es notoria la incorporación de la mujer a todas las responsabilidades, pero no lo es menos su ausencia en la mayoría de las cafeterías y terrazas y su presencia muy inferior a la masculina en la calle. También lo es el avance de la utilización del velo, aunque en este tema se mezclen la convicción religiosa, la presión social e incluso la moda. La diferencia entre la imagen pública y la vida privada. Y es perceptible la pobreza de amplias capas de la población representadas por muchos mendigos, así como un férreo control policial que, en lo que se refiere al turista, lo preserva de cualquier acoso o inseguridad. L ATIFA BENALI Periodista H OURYA BABA Bibliotecaria y licenciada en árabe L ARBI EL HARTI Hispanista y traductor ABD ELKEBIR KHATIBI Pensador y escritor

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