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«Lady Foster los recibe ahora»

Elena Ochoa | Se hizo famosa en España gracias al programa «Hablemos de sexo». Diez años más tarde, esta gallega casada con el arquitecto más famoso del mundo, Norman Foster, edita libros por valor de siete millones de pesetas y acaba de lanzar

Publicado por
JESÚS FLORES | texto VÍTOR MEJUTO | fotos enviados especiales a londres
León

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Conseguir una entrevista con Elena Ochoa es, más que difícil, una misión bastante compleja. Primero hay que intercambiar seis o siete correos electrónicos con su secretaria, Claire, cediendo a exigencias tales como que cites en el reportaje la web (www.ivorypress.com) de su revista o que el fotógrafo no tome más imágenes que las que se le permita, un toma y daca de exigencias y concesiones, hasta que al fin recibes una llamada telefónica en la que alguien te dice: «Un momento, que Lady Foster va a hablar con usted». Lady Foster es, como ya se habrán imaginado, Elena Ochoa, aquella psicóloga sonriente que hace diez años nos explicaba por televisión los misterios del sexo y que poco tiempo después anunciaba su matrimonio con el arquitecto Norman Foster para convertirse en la gran dama de la sociedad británica. «¿Jesús? Soy Elena. Mira, tengo la agenda tan ocupada que no te puedo recibir hasta dentro de un mes. ¿Te va bien? Si no, la hacemos por teléfono...» Un mes más tarde, en concreto el pasado lunes, Víctor y yo estábamos en un lluvioso y frío Londres, a las puertas del deslumbrante edificio de cristal y acero (¿adivinan quien lo diseñó?) en el que el matrimonio tiene sus oficinas y su casa, a las orillas del Támesis. La cita es a las 15.30 y llegamos con puntualidad británica: «Lady Foster los recibe ahora...». Al fin conocemos en persona a Claire, la secretaria con la que en las últimas semanas hemos mantenido más correspondencia electrónica que un adolescente en el chat. Aunque ella, con exquisita corrección, pero también con esa frialdad que se le supone a alguien que se codea a diario con lo más selecto de la sociedad británica, nos conduce hasta la última planta del edificio sin siquiera intercambiar un socorrido comentario sobre el tiempo. Al abrirse la puerta del ascensor nos encontramos con un espectáculo grandioso: al fondo, una vista panorámica de Londres a través de una cristalera que ocupa toda la fachada de la planta, de unos ochocientos metros cuadrados. El viento silba más allá de ese escudo de cristal y acero. Y, a lo lejos, a través de una puerta, aparece Elena Ochoa mientras da las últimas instrucciones a una colaboradora. La mujer de Norman Foster, de quien en un reciente reportaje publicado en The Guardian se dijo que ha influido decisivamente en los últimos trabajos de su marido, viste con un elegante pero sencillo traje chaqueta de color gris, que combina con unos zapatos negros de tacón escaso. Completa el conjunto un bolso a juego con los zapatos y unas gafas de pasta dura de color fucsia y patillas oscuras. Todo muy sencillo en apariencia, pero seguramente muy caro, como todo lo que vemos a nuestro alrededor: un fresco de Richard Long, de 20 metros de largo, ocupa parte de una de las paredes. A la izquierda, el despacho de la ex psicóloga, en la que no puede faltar un diván de diseño firmado por Van der Rohe al lado de dos tumbonas de Eames, como las que habrán visto en el apartamento del televisivo Frazier. En el otro extremo, una puerta de cristal da acceso a una terraza con... ¡césped! (estamos a la altura de un noveno piso) en la que hay mesa, sillas y tumbonas. Todo sencillo, pero caro, como la mesa de cristal y los sofás de cuero blanco en el centro de la estancia en los que nos sentamos para comenzar esta entrevista. Elena se quita sus gafas, deja el bolso a un lado del sofá y nos mira sonriente. Parece que se avecina una entrevista interesante, pero para ser cauto, decido comenzar por los temas que sé que más le interesan a ella. -La revista de fotografía que acaba de lanzar, «C Magazine», ha tenido tan buena acogida que se plantean doblar la tirada en el segundo número... -Sí. Al final hemos decidido que sean doce mil. La primera fue una entrega de seis mil, en inglés-chino y japonés-español, y ha ido bastante bien, pero no vamos a reimprimir porque pensamos que cada ejemplar es un objeto de deseo y de colección. Además, no tenemos tiempo, porque el segundo número ya está cerrado y ahora ya estamos haciendo el de septiembre. Ten en cuenta que colaboramos con gente que trabaja en Corea, China, Malasia, Brasil, Argentina, Cuba... y luego comisionados para hacer trabajos especiales en cada número. Controlar eso lleva muchísimo tiempo. -¿Calificaría de éxito la respuesta obtenida, según las previsiones que tenían? -Desde luego. Es un proyecto difícil, para un público minoritario, y sin publicidad, con lo cual el riesgo económico es alto, pero con una respuesta magnífica. Claro que yo lo hago así o no lo hago: C Magazine debe ser el soporte de una fotografía contemporánea, sin la distracción de la publicidad y sin una portada convencional. Esto último es una gran apuesta que aumenta la imagen de contundencia de la revista. Dentro te vas a encontrar lo que pretendemos, una revista internacional de fotografía. Creemos que nuestro público está ahí. En el segundo número el músico Brian Eno mostrará su proyecto de fotografía, pintura y música al mismo tiempo. Creo que es el momento ahora de hacer una revista como ésta. -¿En el mundo de élite en el que usted vive le llegan también críticas negativas a su trabajo? -[Risas] Por supuesto. Hay quien dice que le molesta encontrarse con dos lenguas en la misma revista. Yo creo que es un trabajo visual y que el texto es secundario, pero si apostamos por la globalización y el cosmopolitismo es importante que esté en las lenguas más habladas del mundo, el español, el japonés, el inglés y el chino. Japón es ahora mismo un mercado extraordinario para la fotografía. De hecho la revista se ha agotado en Japón y España. -Para situar esta revista en el mercado tiene que dedicar una gran parte de su tiempo a la actividad profesional. En los últimos meses ha vivido prácticamente en un avión. ¿Cómo compagina su tarea de madre, esposa y ejecutiva? ¿Cree que es un modelo al cual seguir por aquellas mujeres a las que les cuesta definir su papel en la sociedad? -Cada vida es diferente: yo creo que cada uno tiene que buscar los huecos para su trabajo y su vida personal. Para mí es sencillo, porque mi vida personal está en un avión e inmersa en la profesional, no tengo muchos cubículos separados. Los artistas con los que trabajo son amigos míos, convivo con ellos, viajo con ellos; aunque no estuviera haciendo esto, seguiría haciendo un tipo de vida bastante similar. He buscado una profesión compatible, cada hombre y cada mujer deben hacer lo mismo. Durante veinte años mi vida fue la investigación y la clínica y nunca pensé que hubiera otra profesión, pero si tu vida profesional cambia... está muy bien reinventarse muchas veces, uno no tiene por qué estar constreñido a una sola actividad. Eso exige la capacidad de dejar atrás otras cosas que quedan ahí como si no hubieran existido nunca. Si de repente estalla una bomba y me tengo que ir a China, pues a lo mejor me pongo a arar el campo. Yo creo que cada uno tiene que vivir la vida en ese momento con sus circunstancias y buscar la más equilibrada posible. Si tú te lo puedes permitir, claro. -En su caso hablamos de una vida muy desahogada económicamente, que quizá la lleve a volcarse en proyectos demasiado suntuosos. ¿No hay una contradicción entre el sectarismo cultural contra el que dice combatir con «C Magazine» y el carácter elitista de la revista? -No. La editorial Ivory Press tiene una vertiente de trabajo elitista, desde luego, y otra de una revista que puede comprar cualquiera que tenga sesenta euros que no existiría sin lo anterior. Los libros de artista de Ivory Press no pueden ser para el gran público. Primero porque el artista únicamente puede hacer unos pocos ejemplares, si quiere que sean a conciencia: los materiales que se utilizan son carísimos y exigen dedicación. Para conseguir una seda hay que hacer muchísimos viajes o para lograr un determinado tono de rojo hay mucho trabajo por delante. Llegarán al gran público si se exponen en museos, que seguramente será el segundo paso, en el 2008. Todos los grandes movimientos han empezado en grupos muy pequeños. Yo diría que la revista tiene que ser elitista en el sentido más social de la palabra, para que luego pueda tener una mayor repercusión. Si empiezas haciendo libros de artista en tapa blanda que valen 30 euros, sería una contradicción. En un libro de Bacon que estamos planificando, de 25 ejemplares, algunos de los ítems los vamos a publicar en mil ejemplares de tirada por unos 70 euros. Pero con muchísimo cuidado, porque yo lo que no quiero es coger un material y vulgarizarlo. -¿Cómo es el proceso de selección de los libros de artista? -Muy sencillo: soy totalmente arbitraria en mi trabajo, elijo a los artistas que a mí me gustan. Y me gustan por varios motivos. Casi siempre los conozco personalmente. Llego al artista por la persona, pero luego valoro su capacidad. Los libros de artista tienen una labor extremadamente personal. Puede suceder, como me pasó con Anthony Caro, que me llame y me diga que no le gustó lo que había hecho, que volvía a empezar y que a lo mejor no lo hacía. Esto me lo dijo en mayo. Llevaba tres años trabajando con él. La producción pasa por muchos altibajos. -Usted toma grandes decisiones artísticas, cuando viene del mundo de la psicología y la televisión. Su currículum vital y profesional es amplio e intenso y, aparentemente, con transiciones muy rápidas... -Cuando estuve en televisión, que fue solo un año, estaba totalmente centrada en mi labor académica. Me convencieron, y lo hice con un permiso especial del rectorado, porque como yo era en aquellos momentos funcionaria no me estaba permitido tener otro trabajo. Entonces yo grababa y hacía los programas los fines de semana, nunca interrumpí mi profesión de profesora e investigadora. Esa fue mi condición, lo que pasa es que tuvo gran impacto y parece que dejaba de lado las demás dedicaciones. Fue muy interesante, tuvo una repercusión enorme, se abrieron muchos centros de planificación familiar... Siempre hay un hilo conductor en todo lo que hago, no sucede porque sí. -Ha dicho en alguna ocasión que en todo lo que hace pone mucha pasión y que, sin ella, todavía seguiría en Ourense... 1397058884 A mí Ourense me encanta y creo que se ha mantenido para bien. Aún estuve este verano, pero si no tienes curiosidad por las cosas, te quedas en el nicho de tus padres. No hay que leerlo de una forma literal, para volver a ese nicho tienes que conocer otros. Si no tienes capacidad de riesgo o de apostar por todo, te quedas en tu casa. -¿Se plantea volver entonces a su nicho gallego en algún momento, ya sea físicamente o profesionalmente? -No, por el momento. Yo sigo en contacto con Galicia. Allí tengo familia, amigos... mi infancia y adolescencia está completamente unida a Galicia, pero ahora no tengo nada que me una a ella. No hay ningún puente o conexión, excepto la emocional y la familiar. -Así que nos ve fuera del mundo cosmopolita en el que usted vive... -No, no es eso. Acabo de ir hace poco. Creo que estáis muy dentro del mundo. Aquello ya no es lo que era. En Galicia hay carreteras estupendas, encuentras los libros que quieres... Esa sensación de melancolía ya no existe. -Me refería a si ve Galicia sin un proyecto de futuro definido, en la encrucijada de apostar por su propia identidad o abrirse plenamente al mundo. -Hay que ir por los dos caminos. Abrirse al exterior sin perder la identidad. Yo he sufrido físicamente al ver cómo han castigado a Galicia en los últimos años, en las Rías Baixas y no digamos en A Coruña: eso es destruir la identidad, como sucedió en otras zonas de España y del mundo, donde se aboga por lo que se cree vanguardia y modernidad, destrozando lo que es la historia y borrando completamente lo que ha sido y lo que es la identidad de una región. Además de una tragedia, me parece un insulto. No tenemos la culpa ni tú ni yo, sino los políticos. Los ingleses saben mantener su identidad, pero tienen un cosmopolitismo enorme. Eso significa estar en una vigilancia constante con las decisiones que tomen sus políticos. -¿Qué opinión tiene de la Ciudad de la Cultura que se está levantando en Santiago? -Cuando fui este verano me hablaron de ella, pero no tuvimos tiempo de ir. Te lo diré cuando lo vea. Me parece que a lo mejor es fantástico. Más que el continente, que será maravilloso porque Eisemann es un gran arquitecto, lo importante será el contenido que tenga y, sobre todo, su gestión, la forma en que la gente llegue a eso. -Hablando de construcciones, uno de los grande debates en Galicia es el paisaje roto, el llamado feísmo... -Yo creo que los grupos como Greenpeace tienen que ser muy activos y cuajar entre la gente joven. Porque si no es así, vamos de lado. Estos grupos de presión, que son fundamentales, son los que más han hecho en muchos países de Europa. Vas a Alemania y ves cómo apuestan por la energía solar, la conservación de las especies, del agua... Si no lo hacemos la generación de nuestros nietos no sabrá ni lo que es un árbol. Pero no tengo conocimientos teóricos o académicos, son impresiones de lo que veo y debidas a donde está mi corazón político y lo que haría si yo no estuviera aquí. El control de los políticos tiene que venir por parte de los ciudadanos, por grupos independientes, es el único modo de que el ciudadano controle al Estado: grupos de gente preparada y que tengan claros los objetivos, que sean honestos, que no haya unos intereses soterrados y cuanto mas anónimos sean, mejor. Sin protagonistas de carisma, así el grupo tendrá más fuerza. Si no, se fastidia. Greenpeace o Amnistía Internacional son símbolos de sociedades muy avanzadas. -¿Qué poso le quedó de su sus orígenes gallegos en su vida adulta? -Yo trabajé todos los veranos desde los 17 a los 20 años en el psiquiátrico de Toén. Había vivido en A Coruña hasta los 16 y entonces me marché a Madrid, cuando Pío Cabanillas, amigo de mi familia, me consiguió el traslado del expediente académico. Y luego iba en verano a Ourense, mis padres marchaban a Sanxenxo o se quedaban en A Coruña y yo me quedaba en el psiquiátrico todo el día. Eran unas vacaciones fantásticas. Hasta los 16 años, desde los 10, yo venía a Inglaterra en verano y así aprendí el idioma. Por eso terminé y encontré trabajo, especialmente gracias a Manolo Cabaleiro, que era mi maestro y amigo de mis padres y los convenció de que hiciese Psicología. Yo iba a hacer Historia del Arte y Cabaleiro me empezó a dejar libros, era como un segundo padre, con la diferencia de que él era un amigo y un modelo. Las lecciones magistrales que me daba fueron un privilegio. La motivación me vino por él.

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