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«El verdadero progreso es el que está enraizado en la tradición»

Concha Casado Lobato | La filóloga y etnógrafa leonesa, hija adoptiva de La Cabrera y Carrizo, que será homenajeada por iniciativa popular el sábado, defiende que «la escuela es la que debiera cuidar la cultura tradicional»

JESÚS

Publicado por
ANA GAITERO | texto
León

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A sus ochenta y cinco años, Concha Casado aún exprime energías a la vida para hacer de cicerone por su ruta de las artesanías -Alfar Museo de Jiménez de Jamuz, Museo de la Arriería de Santiagomillas y Batán Museo en Val de San Lorenzo- para descubrir a los estudiantes extranjeros la belleza de las humildes creaciones de los artesanos y el legendario oficio de los arrieros maragatos. Pero, más aún, los cabreireses son testigos de sus andanzas por Villar del Monte y Forna siguiendo paso a paso las restauraciones, y nunca dice que no cuando la reclaman de alguna escuela rural. Le faltó el tiempo para ir a Velilla de la Reina como asesora de la grabación de las artes de Jacinta e Hilario con la paja de centeno. Cada tarde, bien abrigada, pasea durante una hora de reloj por la ciudad. Nació en la calle Varillas, en pleno casco histórico de León, y aunque vivió en Madrid durante toda su trayectoria profesional, hasta 1986, se siente tremendamente enraizada en lo rural y en la naturaleza. Con voz alta, reivindica el carácter «monumental» de arquitecturas populares, como la casa de la chimenea de Villar del Monte o la doble corredor de Forna. Por su defensa y promoción de la cultura tradicional va a recibir un homenaje popular el sábado 25 de marzo. 1397058884 ¿La tesis doctoral que hizo en 1945 sobre «El habla de La Cabrera Alta» le descubrió la cultura tradicional en su conjunto, algo más que las palabras de aquella comarca? -Mi tesis doctoral no solamente iba hacia el habla. Estaba en la línea de la investigación el método «Palabras y cosas», del alemán Frizt Krüger, escuela de Hamburgo, a la que me orientó Dámaso Alonso. Me hizo leer las cosas que había publicado Krüger sobre Sanabria, que hoy están traducidas, pero que yo tuve que leer en alemán. Para prepararla fue muy buena la orientación tanto de Dámaso Alonso como de Vicente García de Diego, que era director de la Revista de Dialectología y Tradiciones populares, y Julio Caro Baroja. A través de las palabras quedaba documentada la vida campesina. -¿Qué significado tiene hoy la cultura tradicional? -Es la historia de la vida y de las personas del mundo rural sobre todo. Son las raíces de los distintos pueblos y personas. Suelo pensar muchas veces y lo he dicho, que el verdadero progreso es aquel que está enraizado en la tradición. Si no, se convierte en modas que pasan, pero no permanecen. -¿Qué recuerda con más cariño de aquella estancia de seis meses en La Cabrera que la devolvió las raices de su familia materna? -Aunque vivíamos en León, estábamos muy vinculados al mundo rural. Mi padre era de un pueblo del Páramo, de Pobladura de Pelayo García, y mi madre de un pueblecito de La Carballeda zamorana, Faramontanos de la Sierra, y de joven se había ido a Truchas porque su padre, mi abuelo materno, abrió allí una tienda. Recuerdo que los domingos, como a mi padre le gustaba mucho ir de pesca, mi madre preparaba unas tortillas y nos íbamos todos al campo, hablábamos con la gente de los pueblos... Creo que siempre hubo esa vinculación, pero el estudio fue como un descubrimiento de esos valores que ya había vivido en mi contacto con esas zonas rurales y la naturaleza. Todavía tengo grabado el día de la fiesta de Nogar, en La Cabrera Baja. Fui con un grupo de gente de Truchas, con un burro que nos llevaba las cosas, andando por el monte, y al acercarnos a Nogar, al amanecer, oí el toque de la gaita. Es inolvidable. -¿Qué palabras le impactaron del habla cabreiresa? -Preparé un cuestionario con todos los fenómenos fonéticos, morfológicos, etcétera. Pero allí me dí cuenta que no se podía preguntar, que había que escuchar, convivir e ir descubriendo aquello. Y es lo que hice. Me incorporé a la vida del trabajo con ellos y en la noche, a la luz del candil, anotaba lo que había oído. Una de las palabras que todavía recuerdo que me llegó al alma es cómo decían noche, ñueite , y lino, llino , las dos se me grabaron mucho desde el principio; además, aprendí a hacer todas las faenas del lino. En esos seis meses, en los que viví en la casa de la tienda, con Benjamín y Manuela, me sentaba en el mostrador y venían gentes de los pueblos a comprar zapatillas o un poco de aceite, escuchaba y anotaba palabras en unos papeles que me había cosido al mandil para que no se me olvidaran. Laura me acompañaba siempre, con ella iba a los otros pueblos, me decía los nombres de los prados y de los montes... -Después de la tesis, empieza a trabajar en Madrid en el CSIC, en un mundo muy diferente, ¿Cómo es que tras su jubilación se vuelve a enganchar a aquellas raíces? -En el año 1979 me nombran directora del Instituto de Filología Hispánica Miguel de Cervantes, actual Instituto de la Lengua Española, y al asumir la dirección de este centro ví que era importante hacer un equipo sobre la etnografía o la cultura tradicional con Caro Baroja. Tenía amistad con él desde los años de la tesis y estábamos vinculados por la revista de Dialectología y Tradiciones Populares y le propuse que formara un equipo de Etnografía, en el que él era el director y yo apoyaba su creación como funcionaria. Tuvo mucha aceptación y formamos un equipo en el que también estaban, entonces eran becarios, Antonio Cea y Carmen Ortiz. Nos reuníamos los jueves de cuatro a nueve de la noche en el CSIC y se publicaron varios trabajos sobre la cultura tradicional, además se hizo un curso de doctorado. Esa fue la siembra que recibí. Cuando vengo a León tengo la base para ir descubriendo más todo aquello, conociéndolo mejor y valorándolo. 1397058884 En este periplo de jubilación activa ha tocado todos los palos de la cultura tradicional, desde la música y las danzas de paloteo a los ritos del nacer y el morir, la indumentaria, las artesanías y los oficios reflejados en la arquitectura popular... -Desde el principio me ha interesado mucho la artesanía y los artesanos tradicionales. Cuando preparaba la tesis, un día don Dámaso me dijo que fuera a su casa para darme un libro que tenía que leer. Recuerdo que me recibió su mujer y me dijo que don Dámaso estaba en la biblioteca, en un sótano que tenía ventanas a la calle. Nada más entrar me dijo: «Mira esta alfombra. Me la regaló Leopoldo Panero, de Astorga, y la hizo el tejedor de San Justo de la Vega». Para mí, que Dámaso Alonso valorara a un artesano de pueblo fue algo impresionante. -¿A cuántos artesanos ha conocido? -A muchos. Cuando hice el libro de las comarcas en los años 70, preparé mucho todos los viajes y en todas las comarcas. Me acuerdo de los madreñeros, había muchos entonces, aunque ya no queda ninguno. Me acuerdo también de Pío de Sajambre, que hacía los arados y los yugos porque en Sajambre solían trabajar los inviernos y venían a vender las cosas aquí por San Juan... A la tejedora Dolores Fernández Geijo, a su madre, a su tía... Adelino, el dulzainero de Peñalba, que se fabricó su propio torno para hacer los instrumentos... Muchos, muchos. -¿Qué lecciones le han dado estas personas? -La belleza. Su capacidad para crear belleza y utilidad. Ponen todo su ser, como hace Martín Cordero, el alfarero de Jiménez de Jamuz. -¿Qué debería hacer la sociedad para recompensar a estas personas que apenas ya quedan? -Hace más de veinte años me mandaron de Japón un vídeo titulado Los tesoros vivientes de Japón . Los tesoros vivientes de Japón eran veinte artesanos. Me impresionó como los japoneses hacían cola para comprar los tejidos de la señora Ming. Se lo contaba hace unos días a un grupo de estudiantes extranjeros en una conferencia y cuando fuimos a visitar el Alfar Museo les ví entusiasmados con Martín Cordero, el alfarero. ¿Cómo hacer? Para mí, es la escuela la que debiera de cuidar la cultura tradicional, lo cual no quiere decir que haya que vivir como entonces, se puede vivir con todo el confort del mundo. Hay que valorar lo que hicieron y aprender de ellos desde la niñez, pero si sólo se les sienta delante de un ordenador no saben trabajar el barro ni entienden que alguien trabaje el barro, la forja, la madera o la cestería... todas esas cosas manuales que representan la sabiduría popular y la iniciativa personal. Así, el contacto con la materia y la naturaleza se deja de valorar. 1397058884 Ahora se reclama desde algún sector la enseñanza del leonés en la escuela. ¿Qué le parece? -Se pretende enseñar un leonés que ya no se habla o que se inventa en parte, porque el leonés de La Cabrera es distinto el leonés de Babia y Laciana. Es mucho mejor aprender cómo se hacían las cosas, aunque no sea para que los jóvenes se dediquen a ello. Una de las cosas que hice con más ilusión al volver a León fue el trabajo de la cultura tradicional a través de la escuela en el Centro de Profesores. Fueron seis o siete años en los que nos reuníamos con los maestros, pero se dejó de hacer y ya no se ha hecho nada más. Aquello fue una maravilla, entre los ponentes recuerdo que estuvo Carlos Flores, que es toda una autoridad, pero a la vez la maestra que estaba entonces en El Burgo Ranero es la que me descubrió a Lino, que estaba embarrando el albergue de peregrinos. Le convencí que nada preparar oposiciones a prisiones, aunque al final se casó y marchó; pero sigue Laureano, su primo, y se ha empezado a valorar algo del barro y de los adobes. -¿Se ha sentido sola en la defensa de la cultura tradicional en León? -No, al hilo del homenaje he pensado que en realidad no se trata de un homenaje a mi persona, a Concha Casado, sino a esos valores que he descubierto y amo, dándolos a conocer y valorándolos. Además, el contacto con personas como Joaquín Díaz ha sido un acicate. -¿Cree que ahora hay una moda de lo tradicional? -No lo sé. No sé si es porque se valora la cultura o porque se ve en ella un recurso económico, una repercusión en otros aspectos. Es cierto que en estos momentos la arquitectura tradicional se está repensando un poco más y hay una valoración, pero yo diría que aún es en tono menor. Veo una diferencia entre determinado interés por la cultura y la valoración de la cultura tradicional que ví en personas educadas en la Institución Libre de Enseñanza. Ahora dominan el poder y el dinero, el negocio y eso puede llevar a confusión, por eso hay que valorar desde la escuela. -¿De cuál de sus trabajos se siente más orgullosa? -De alfar museo de Jiménez de Jamuz, por haber encontrado a un auténtico artesano que se llama Martín Cordero, que desde niño conoció ese trabajo, lo amó y lo valoró. También fue una experiencia emocionante los tres meses largos que pasamos en el monasterio de Gradefes, trabajando en la restauración. 1397058884 ¿Cree que los políticos la temen por su ahínco a la hora de defender proyectos como la arquitectura tradicional de La Cabrera? -No lo sé. Pero creo que lo que tienen que tener es no solamente técnicos, sino técnicos cultos y con sensibilidad cultural y dejarse aconsejar por personas que no les interesa el dinero ni la fama, que les interesa el valor de lo que se puede perder. -¿Qué le ha aportado a usted la dedicación a la cultura tradicional? -Es mi vida. Yo pienso que a cada uno Dios le da una vocación, una misión y pienso que la mía es esta, conocer y valorar lo que tanto ha costado hacer, que se salve. Para mí es una satisfacción inmensa ver el alfar museo, ir a La Cabrera, a Enciendo, y ver a doña Olimpia que si llega alguien que no ha visto hilar coge su rueca y su huso y le muestra cómo se hilaba en La Cabrera. -¿Cuál es su sueño en estos momentos? -La restauración de la arquitectura tradicional, muy especialmente, lo siento así, de La Cabrera, pero diría más de Villar del Monte y de Forna, como modelo a tener en cuenta. -¿Va por buen camino? ¿Se está a tiempo de salvar estos núcleos de La Cabrera? -Creo que sí, si se continúa durante tres o cuatro años con estos proyectos pequeños, pero bien pensados, analizados y realizados, y que van quedando, yo creo que se salva. -¿Debería de existir algún organismo que se ocupara de que estas restauraciones se hicieran sin tener que peregrinar en las instituciones? -No, no creo en esas cosas. Sólo se puede salvar con cultura. Si en las instituciones hay gente con sensibilidad cultural ya está. -¿Tiene alguna espina clavada de las cosas que se han ido destruyendo? -Muchas, hay cosas tremendas... Recuerdo esa plaza del Grano ... lo que se quería hacer y menos mal que se salvó esa casa. Tengo un dolor tremendo por el taller artesano de Alfombras Nistal en Astorga, un taller donde durante más de un siglo una saga familiar ha tejido alfombras de alto lizo y que ahora se ha cerrado. Me pregunto cómo se puede dejar perder un valor cultural de esta naturaleza, aunque reconozco que aún no he perdido la esperanza de que se salve algo. -¿Cómo se definiría usted? -En el fondo creo que soy como una maestra de pueblo, creo que esa es mi verdadera vocación. Recuerdo en el año 1945 en La Cabrera, había pobreza pero no miseria, la ayuda mutua tan grande que había. Esa es la diferencia que veo entre los valores humanos de ahora y de cuando era joven. -¿Es es esa la lección pendiente en la época de la tecnología? -Creo que sí. Cuando me hablan de un tanatorio, siempre tengo en mi mente aquella noche que pasé velando con todo el pueblo el cadáver de un niño, todos unidos, en Truchas. Había una gran ayuda. Recuerdo también cuando estuve en La Cabrera con un grupo de alumnos de la escuela de oficios, pasamos un día con Moisés, el gaitero de Corporales, para que conocieran la ermita y les tocara un poco. Les contó cosas de su vida y de la mocedad y como se puso un poco frío fuimos a su casa. Y allí nos contó: «mirad, esta casa la hice yo». Pero, ¿usted sólo?, le preguntaron. «No, me ayudaba un vecino», contestó. «¿Y qué le pagaba?». «No, hombre no, entonces no se pagaba, nos ayudábamos unos a otros». -¿Algún político le ha pedido consejo? -No, no. -¿Qué significan para usted los monasterios de Carrizo y Gradefes? ¿Son sus refugios personales? -Carrizo ha sido para mí más de estudio, he indagado en su archivo, publicado sus documentos; Gradefes es más un refugio en soledad, en contacto con la naturaleza, con el silencio. Es un regalo de Dios maravilloso. -¿Cómo se encuentra actualmente? -Pues son ya 85 años, estoy sola. Tengo los sobrinos, cada uno tiene su vida, y muchas veces me pregunto qué va a ser de mí. He pasado una época un poco preocupada y más débil, pero ahora me siento más fuerte y quiero seguir aquí en casa mientras pueda, a Gradefes voy a refugiarme de vez en cuando. -¿Se considera una persona afortunada más allá de los homenajes? _Sí, siempre he pensado que la amistad es una de las cosas más hermosas de la vida y este homenaje es una demostración de amistad.