Diario de León
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|||| El 3% del agua que hay en el planeta es dulce y, de ese porcentaje, el 0,7% es accesible al consumo humano. A pesar de esta cifra tan baja, se calcula que cada año se renuevan 40.000 kilómetros cúbicos, mientras que el consumo es de 6.000. Aunque esto significa que hay en abundancia, está mal repartida y así, de los 6.400 millones de habitantes del planeta, un 21% carece de agua potable y cerca de la tercera parte de servicios de saneamiento. Además, Naciones Unidas ha identificado 300 zonas en el mundo con 3.000 millones de habitantes, que en dos décadas se verán envueltos en conflictos por falta de este recurso. El problema, por tanto, no es la escasez, sino su manejo en relación a las necesidades humanas y de los demás seres vivos. El agua se ha convertido en un bien costoso. Según el teólogo brasileño Leonardo Boff , l a pregunta que debemos plantearnos es si el agua es fuente de vida o de lucro. El agua no es un bien económico como cualquier otro y está tan estrechamente ligada a la vida que se debe considerar como parte de la vida misma y como algo sagrado. Y la vida no puede ser transformada en una mercadería. Para entender la riqueza del agua tenemos que romper con la dictadura que el pensamiento instrumental-analítico y utilitarista impone a toda la sociedad. Según este razonamiento el agua es un recurso hídrico con el cual se pueden hacer negocios. Pero el ser humano tiene también la razón sensible, la razón emocional y la razón espiritual. Son razones ligadas al sentido de la vida. Son razones no para lucrar, sino para vivir y conferir excelencia a la vida. El agua debe ser vista en esta perspectiva como un bien natural y como el nicho en el que hace 3.800 millones de años surgió la vida en la Tierra. Las dimensiones de fuente de la vida y de recurso hídrico no se excluyen, deben ser directamente relacionadas. Fundamentalmente, el agua pertenece al derecho de la vida, pero exige una compleja estructura de captación, conservación, tratamiento y distribución, lo que implica una innegable dimensión económica. Esta no debe prevalecer sobre la primera sino que debe asegurar que el agua sea accesible a todos. Se debería garantizar a todos los seres humanos por lo menos 50 litros de agua potable gratuita al día y es tarea de los estados junto con la sociedad organizada la creación de una financiación pública que cubra los costos necesarios para asegurar ese derecho. Aún falta mucho para lograr este objetivo. El IV Foro Mundial del Agua, recientemente celebrado en México, y con el que se pretendía buscar soluciones a la crisis mundial de acceso y gestión de los recursos hídricos, fue clausurado en medio del fracaso después de que los países ricos se negasen a incluir en la declaración final que el acceso del agua es un derecho fundamental que deben hacer efectivo los gobiernos. Esto supone que en los países en vías de desarrollo se tienda a privatizar el acceso y la gestión del agua. Aunque en la declaración final se afirma que el agua es esencial para el desarrollo sostenible y la lucha contra la pobreza, no se hace ninguna mención a la garantía de acceder a este recurso. Poner un precio al agua supone una medida problemática en muchos países del mundo, y en especial en Asia, un continente cada vez con menos recursos hídricos donde cultivadores, hogares y hasta las multinacionales más duras consideran que debe ser gratuita. Según afirmó en el Foro del Agua Apichart Anukularmphai, presidente del comité técnico para Asia sudoriental de la Global Water Partnership (Asociación Global del Agua), la mayoría de los asiáticos creen que el agua, al ser un recurso nacional, es un derecho de nacimiento y debe ser gratuita. El problema surge cuando, al darse por supuesto el acceso al agua, si existe una pérdida por una tubería nadie se siente con obligación de repararla.

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