Finlandia-León: el regreso
«Es difícil separarse de este paisaje, pero reconforta saber que la querida tierra leonesa me espera»
El tiempo pasa deprisa y, como cada año, más de 20.000 parejas de grullas finlandesas retornan a casa al acabar el invierno para pasar la temporada estival y construir su nido en alguna de las numerosísimas turberas del país. Éste es el país con mayor proporción de zonas húmedas: casi un tercio de su superficie total. Estos importantes ecosistemas para la vida salvaje se forman por la lentísima descomposición de restos vegetales en condiciones de frío y humedad. A mediados del siglo pasado, decenas de miles de hectáreas de turberas fueron drenadas en Finlandia para obtener turba o para convertirlas en nuevas áreas de cultivo, pero hoy en día la UE ha declarado estos hábitat de «interés comunitario», protegiéndolos en la red de espacios naturales del programa Natura 2000 y recuperando muchas de ellas. Los cisnes, con su elegante plumaje blanco y pico amarillo, son más madrugadores y llegan unas semanas antes que las grullas a los mismos lagos donde crían cada primavera. Siempre fieles como nuestras cigüeñas. Y como ave nacional que es, aparece en las monedas de euro finlandesas. Aunque la llegada de las grullas es mucho más espectacular. Entre últimos de abril y primeros de mayo se las puede ver cruzando los cielos volando en su característica formación en uve, emitiendo su sonoro reclamo mientras se dirigen hacia el interior. Y eso significa que el comienzo del buen tiempo es una certeza. Pronto los lagos, ya sin hielo, se cubrirán con las enormes flores del nenúfar y brotarán por doquier las amarillas del diente de león y los campos de colza. La vida vence una vez más al invierno, que se bate en retirada hasta noviembre, cuando regrese para cubrir de nuevo con su manto de silencio todos los rincones de Finlandia. Pero ahora es primavera y los bosques vuelven a mostrar su alfombra verde de bayas silvestres y mullidos musgos que poco a poco se esponjarán con la lluvia suave y el tibio sol de mayo. Los pájaros no paran de cantar y los primeros mosquitos hacen su aparición prolongando sus incursiones hasta el interior de las casas. Queda todo un verano repleto de vida por delante y las ciudades y pueblos se animan con conciertos y mercados al aire libre para celebrarlo. Y, para el viajero, el regreso de las grullas significa también el suyo. También él debe regresar a España ahora que otra etapa de su vida en Finlandia acaba. Y así, tras despedirse de los amigos que aquí deja y de una tierra hospitalaria acudiendo al siempre solitario pero profundamente evocador lago, coge su mochila y se encamina al aeropuerto. Las mañanas son ya muy agradables, con 10 ó 15 grados de temperatura, y los días crecen y crecen a medida que se acerca la mágica noche de San Xuán, que aquí se celebra como el ecuador del verano, prendiendo multitud de fogatas. El avión despega sin problemas y a través de la ventanilla circular la imagen del país de los bosques se va alejando, haciéndose cada vez más pequeña hasta convertirse en una sucesión de manchas verde oscuro salpicadas de otras más claras: los lagos. Los recuerdos de esta cuarta vez en Finlandia se entremezclan en su cabeza con las vivencias de ocasiones anteriores. De esta forma, cuando se quiere dar cuenta, sobrevuelan ya el Báltico, mar que aísla Finlandia del resto del continente y le otorga esa agradable sensación de lejanía con el resto del mundo. Es difícil separarse de estos paisajes, pero reconforta saber que la querida y añorada tierra leonesa le espera dentro de pocas horas junto a esa realidad a veces caótica pero característica de España. El tren traquetea acompasadamente mientras asomado al exterior del vagón el viajero siente la brisa suave mientras vuelve a contemplar emocionado los pueblines de la Ribera y la silueta amable de Astorga, recostada plácidamente sobre la vega del Tuerto y más hermosa que nunca ahora que mayo viste de color y lozanía los eriales de la Sequeda. Los tonos tiernos del cereal recién germinado y las hojas de los chopos acarician la mirada del viajero, que recuerda la palabras del libro El Hobbit que dicen: «¿los caminos siguen avanzando, sobre rocas y bajo árboles, sobre las nieves que el invierno siembra y entre las flores alegres de junio, bajo las nubes y las estrellas. Pero los pies que echaron a andar regresan por fin al hogar lejano. Los ojos que espadas han visto miran al fin las praderas verdes, las colinas y paisajes conocidos». Y le invade la certeza de que ningún otro lugar de este planeta podrá igualar la belleza del campo leonés en primavera. La preocupante sombra de la sequía parece haber desaparecido y la vida brota por doquier a su alrededor. Quizá Finlandia posea interminables bosques y cristalinos lagos, pero carece de la maternal presencia del Teleno, la austeridad evocadora de los rincones maragatos, la infinita soledad de la montaña de León o los guiños secretos de la capital de todo un Reino. Comprende que jamás cambiaría la espontaneidad y sencillez de sus paisanos por la sobriedad que caracteriza a los finlandeses. Y cuando sobre el horizonte reaparece la figura quasi humana de Pedro Mato, alzado sobre el pedestal de la Catedral asturicense saludando con su estandarte a los vencejos, el viajero no puede reprimir un profundo suspiro de alivio que brota desde su corazón y le llena de felicidad por saberse de nuevo en casa.