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La iglesia rescatada del diluvio del Esla

Trasladada piedra a piedra de su emplazamiento original para evitar que el embalse del Esla la inundara, la iglesia visigótica de San Pedro de la Nave se considera una joya de la arquitectura cristiana

Publicado por
MARÍA MARTÍN | texto
León

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Uno siente algo cuando atraviesa la puerta de la iglesia de San Pedro de la Nave, ahora situada en el municipio zamorano de El Campillo, a escasos dos kilómetros de su emplazamiento original, anegado por el embalse del Esla. No es sólo una sensación de vértigo por tocar piedras esculpidas hace mil cuatrocientos años, ni de admiración por la belleza de la fusión de estilos artísticos en un pequeño templo. Tampoco es únicamente asombro por la hazaña de los hombres que trasladaron piedra a piedra la iglesia para salvarla del 'diluvio' del pantano. Es todo eso y mucho más. Los muros de San Pedro de la Nave desprenden historia, desde incluso antes de su construcción, empapada por la leyenda de San Julián y Santa Basilisa, a quienes se atribuye la fundación de la iglesia y cuyo sepulcro permanece, todavía hoy, en el interior del templo. Cuenta este relato que Julián, hijo de nobles y gran cazador, se encontraba un día por los montes de la Sierra de la Culebra cuando un ciervo al que se disponía a disparar se volvió y le advirtió de que iba a matar a sus padres. Para evitar la profecía del animal, Julián huyó hacia occidente, instalándose en Portugal donde medró por su valía en las batallas contra los moros. Allí se casó con una viuda noble, Basilisa, y dieron con él sus padres, que no habían dejado de buscarle desde que desapareció de su tierra natal. Al alcanzar la puerta de su casa, Basilisa les alojó en su propia cama para que descansaran, circunstancia que provocó que, al llegar Julián y ver dos cuerpos en su lecho, se creyera engañado y deshonrado y asesinara, sin saberlo, a sus propios padres. La amenaza del ciervo se había cumplido, de modo que Julián repartió todas sus posesiones entre los pobres y, acompañado por Basilisa, emprendió un camino de penitencia hasta que hallaron el río Esla, que entonces atravesaban los peregrinos en dirección a Santiago. Así, Julián decide construir allí una ermita junto a un hospital para darles alojamiento, creando así uno de los primeros albergues de las rutas jacobeas. También compró una barca para trasladar a los caminantes a la otra orilla del río, motivo por el cual la iglesia de San Pedro tomó el apellido 'de la Nave'. Allí cumplió Julián su penitencia y fue perdonado por sus pecados, hasta el punto de llegar a ser considerado santo, al igual que su esposa. El descubrimiento y la amenaza Más tarde, allá por el siglo IX, Alfonso III el Magno descubrió la iglesia y su leyenda y la enriqueció con donaciones que el Rey tenía en Valdeperdices. Este municipio, junto a los de Villaflor, Pueblica y El Campillo, pertenecían al concejo y al ayuntamiento de San Pedro de la Nave, a cuya iglesia acudían todos los vecinos de la zona. Pasó un milenio de estabilidad para este templo, aunque también de desidia y abandono, hasta que en 1906 el historiador del arte Manuel Gómez Romero descubrió la iglesia, cuya factura citó en el siglo VII y de la que destacó la ornamentación de sus capiteles y la belleza de un conjunto arquitectónico que fusionaba una factura romana con elementos visigodos y de influencia mozárabe. Gracias a su valoración, las autoridades de Bellas Artes lo declararon Monumento Nacional en 1912, una decisión que influiría en lo que iba a pasar unos años más tarde. El 23 de agosto de 1926 fue una fecha clave en la historia de San Pedro de la Nave, al promulgarse entonces un Real Decreto en virtud del cual se concedía a la Sociedad Hispano Portuguesa de Transportes Eléctricos (Saltos del Duero) el aprovechamiento global del río Duero y sus afluentes. Uno de ellos, el Esla, discurría junto al magnífico templo visigótico, que habría desaparecido bajo las aguas de no ser por el empeño de Gómez Romero, principal patrono de la ardua labor que se inició algunos años más tarde, no sin polémica entre vecinos, autoridades y empresas: trasladar la iglesia de su emplazamiento inicial para evitar que esta joya de la arquitectura y el arte se perdiera para siempre bajo el pantano. La citada ley permitía también construir una central a pie de presa en el término zamorano de Ricobayo, donde se erigió «el primer gran salto hidráulico de la Cuenca del Duero», afirma la directora del Archivo Histórico de Iberdrola en este municipio, Yolanda Diego. Este salto supuso una fuente de energía «cinco veces superior al consumo nacional de entonces», continúa. Además del indudable impulso para la industria eléctrica que conllevó el embalse del Esla -tras el cual se construyeron los de Villalcampo y Castro, en Zamora, y Saucelle, Aldeadávila y Villarino, en Salamanca, según su orden cronológico-, provocó una modificación total del paisaje de la comarca de Tierras del Pan. Bajo el lago Bajo las aguas de un inmenso lago artificial de 62 kilómetros de longitud quedaron entonces las pequeñas poblaciones que se encontraron en su camino, entre ellas San Pedro de la Nave y Pueblica, e incluso otros monumentos que quién sabe si no hubieran sido también dignos de conservarse, como el puente de Ricobayo, «de época romana y reformas medievales que en ese momento servía de paso a la carretera nacional 122 Zamora-Braganza, hoy bajo las aguas», explica Herminio Ramos en el libro 'San Pedro de la Nave. Joya de la arquitectura cristiana occidental'. El traslado En este mismo libro, el autor afirma que Saltos del Duero lleva a cabo «la obra más meritoria de cuantas hasta entonces se han llevado a cabo en todo el mundo occidental», en referencia al traslado de la iglesia, piedra a piedra, desde su emplazamiento original al actual, El Campillo, la localidad más cercana, situada a kilómetro y medio del lugar. La decisión del cambio de ubicación no fue sencilla. De hecho, hubo diferentes ideas como la de modificar el proyecto del embalse o proteger el monumento con un muro, pero, una vez acordado que se trasladaría, las autoridades de Zamora lucharon por llevarla hasta la capital, aunque finalmente el entonces obispo de la Diócesis determinó la localización en El Campillo, en virtud de lo que alegaba el Derecho Canónico. Llegado a este punto, sólo restaba pensar la forma de hacerlo. Hubo un ingeniero de caminos, Vicente Machimbarrena, que apostó por «realizar una plataforma de hormigón en la base de la iglesia para que, defendida por una balsa, se pudiera trasladar todo el conjunto por flotabilidad al tiempo que se embalsaban las aguas», según afirma un artículo sobre San Pedro de la Nave incluido en la obra 'Cien años de historia de Iberdrola. Los hombres', que añade que el conjunto pesaría la nada despreciable cifra de 300 toneladas. En este mismo artículo se explica cómo finalmente se encargó el proyecto al arquitecto Alejandro Ferrant, quien apostó por «desmontar el edificio y numerar una a una las dovelas y sillares, capiteles, frisos, basas e impostas». Las obras empezaron en junio de 1930 y terminaron en febrero de 1932 y se llevaron a cabo «con escrupulosidad y perfección extraordinaria», por lo que no hubo necesidad de «añadir ni una sola pieza». Todo el trabajo fue sufragado por la empresa Saltos del Duero, con un costo de cien mil pesetas. El Campillo: hogar de acogida Sin duda alguna, los más beneficiados por la decisión de trasladar la iglesia han sido los vecinos de El Campillo quienes, además de haber ganado una iglesia para su pueblo, la recibieron en condiciones mucho mejores que las que tenía antes de 1930, tras la restauración posterior al traslado, que recuperó elementos originales, retiró añadidos -como el campanario que ahora da entrada a los visitantes a unos metros del templo- y equilibró las proporciones de la estructura. Junto a esto, se han convertido en punto de atracción turística y, pese a que un vecino de la zona critica que «vienen aquí autobuses desde París y ni siquiera hay preparado un lugar para que puedan ir al baño», lo cierto es que son muchos los visitantes que recibe anualmente este templo. De recibir al turismo y permitir la contemplación de San Pedro de la Nave se encargan los propios vecinos de El Campillo, «uno cada año por rotación entre los habitantes en activo». Así lo explica Consuelo Bartolomé, que en ocasiones cubre el turno de su hija. María del Pilar Garretas y su yerno Abilio Luis Pérez, titulares durante 2006 de la responsabilidad de cuidar la iglesia. «Yo nací en 1932, cuando se acabó de trasladar la iglesia», dice Consuelo, mientras hace un descanso en la labor de mantener el templo presentable para los turistas. El traslado de San Pedro de la Nave, por la forma y las circunstancias en las que se hizo, introdujo a este templo en la historia del patrimonio español por sus propios méritos. Más de 70 años después, todavía produce escalofríos pensar que esta joya de la arquitectura visigótica podría estar ahora durmiendo el sueño de los justos bajo las aguas de un pantano. Como están otras muchas.

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