Diario de León

Empiece, señorita, la escucho Como una ola Boda con un boxeador Con su hija Rocío Boda con un torero La última foto

Sus orígenes humildes, una portentosa garganta y una biografía digna de copla convirtieron a Rocío Jurado en un mito popular. Su muerte prematura no ha hecho más que disparar la leyenda

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FERNANDA TABARÉS | texto
León

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-Empiece, señorita, la escucho. María del Rocío Trinidad Mohedano Jurado tenía 15 años cuando se sometió al examen más decisivo de su vida. Escoltada por su madre, la gaditana acababa de plantarse en el chalé de Concha Piquer en la Gran Vía madrileña. Pretendía que la influyente cantante juzgara su chorro de voz y la retirara del batallón de los humildes. Tres años antes, la muerte de su padre había obligado a la hija mayor de Fernando y Rosario a coser, arreglar zapatos y recolectar fruta en Chipiona, la localidad gaditana en la que había nacido el 18 de septiembre de 1944. La joven Rocío se plantó ante la Piquer e interpretó Mañana sale y Romance de valentía, dos clásicos de doña Concha. Cantó segura, arropada quizás por el apodo que le habían impuesto en los circuitos flamencos andaluces, en donde era conocida como La niña de los premios por su proverbial facilidad para ganarlo todo. Concluyó el minirrecital y esperó. -¿Cómo te atreves a cantar mis creaciones?- le espetó la petulante maestra. Artistas consagradas no se han atrevido a cantar una sola de mis canciones, y tú, niñita, que acabas de llegar del pueblo, tienes la osadía de hacerlo en mi casa. Si has de triunfar en Madrid, será por tu linda cara dura. Buenas tardes. El primer contacto de la Jurado con la fama no podía haber salido peor. Con los años, el desaire de la Piquer le sirvió a una ya consagrada Rocío para incorporar el elemento dickensiano que toda gran biografía necesita, pero con las 8.000 pesetas de crédito que el abuelo le había dado para probar suerte en Madrid a punto de agotarse, el exabrupto de la maestra sólo sirvió para desalentarla. Cuenta Juan Soto Viño, autor de la última biografía escrita sobre la artista - Rocío Jurado. Una biografía íntima (La Esfera de los libros)-, que tras el rapapolvo «Rocío salió a la calle del brazo de su madre, llorando». Finalmente, su desencuentro con Concha Piquer sólo aplazó unos meses el éxito. Poco tiempo después, encontramos a una veinteañera Rocío Jurado en El Duende, el tablao flamenco que Gitanillo de Triana y Pastora Imperio regentaban en Madrid. Al principio se limitaba a dar palmas, pero su arrolladora presencia y sus cualidades vocales enseguida despuntaron. Una combinación que llamó la atención del mismo Salvador Dalí, que pintaría a la entonces desconocida artista en una servilleta. Arrancaba la década de los sesenta en un Madrid ansioso por desperezarse; en esa atmósfera refrescante, la Brava -como empezaba a ser conocida la Jurado- reunía todas las cualidades para arrebatar el trono de la copla a Juanita Reina, Marifé de Triana o Antoñita Moreno, que para entonces empezaban a mostrar síntomas de agotamiento incluso en un mundo tan de tópico y peineta como el de la canción española. José Luis Uribarri recordaba estos días la primera vez que vio a la Jurado, en el verano de 1960: «Ricardo [regente de la sala Pavillon, junto con Florida Park la más visitada del momento] me llamó una noche: 'Uribarri, este fin de semana traigo a una joven cantante, magnífica, que va a dar mucho que hablar. Te pediría que la presentaras en el Pavillon porque eres muy conocido'. Jovencísima, vestida de negro, melena suelta, con un puñado de coplas de la época y una pequeña orquesta, allí estaba por primera vez en Madrid Rocío Jurado. Desconocida, sí, pero cuando actuó en la pista que habían pisado Paul Anka y los Platters y sonaron unos fandangos, el Retiro madrileño se hizo andaluz y su lago vibró como si fuera el Guadalquivir. Sí, había nacido una estrella». El entonces ubicuo Uribarri deja constancia en este párrafo de algunas de las señas de identidad de la Jurado, que con el tiempo se convertirían en marca de la casa. Entre las destacadas, una estética que la alejaba de los faralaes y la aproximaba a la canción francesa, y que explica que una intérprete de ritmos tan poco sugerentes como los del pasodoble adquiriera rango de mito erótico. Algo debía de tener la hembra Jurado, que en 1968 ganó el concurso de Lady España -el antecedente de Miss España-, y un año después, la tercera plaza del certamen de Miss Europa, celebrado en Italia. Con todas estas acreditaciones y una constante predisposición para el exceso biográfico, el mito popular de la Jurado estaba a punto de salir del horno. La «garganta más portentosa de España» -sentenció el jueves Montserrat Caballé- apuraba su cita con la leyenda. En 1976 apuntalaba el tópico cañí al casarse con el boxeador Pedro Carrasco, a quien había conocido dos años antes en un festival taurino en Las Ventas. Y en este mismo 1976 subyugaba a una audiencia todavía pacata al aparecer en transparente combinación en la película La querida , dirigida por Fernando Fernán Gómez y en la que daba vida a una ambiciosa cantante resuelta a triunfar. En esta cinta, una de la docena que filmó, cantó por primera vez un tema de Manuel Alejandro, un compositor que permitió a la artista merodear fuera del territorio de la copla para convertirse en la reina de lo que se llamó canción ligera. Si amanece , Lo siento mi amor , Como una ola o Como yo te amo calaron enseguida en un público que valoró en tumulto la calidad vocal de la Jurado y jaleó sus excesos interpretativos como un síntoma de la grandeza artística de una mujer que, a partir de entonces y hasta su muerte, no ha generado más que epítetos superlativos. El escritor Terenci Moix la catalogó de «bestia magnífica» y este mismo jueves Rafael Corbelle consideraba su muerte «un drama nacional». Corbelle fue el apoderado de su segundo marido, el torero José Ortega Cano, con quien Rocío Jurado se casó por la iglesia en 1995, consagrando el mito de la tonadillera y el matador que un año después reforzaría la hija de la cantante al desposarse con un guardia civil. Las dos ceremonias, celebradas en la finca Yerbabuena, abrieron de par en par las puertas de la vida de Rocío a la prensa rosa, con la que ha convivido hasta su muerte con una intensidad que la irritaba. El jueves, el presidente Manuel Chaves cerraba involuntariamente el ciclo artístico de la Jurado al proclamar en su velatorio: «Tenía una voz que no se ha dado en España desde la época de la Piquer». La zapatera de Chipiona al fin alternaba con su mito.

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