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Demasiado jóvenes para morir

El embarazo es la principal causa de muerte de las muchachas de 15-19 años. La mitad de las 12.000 infecciones diarias de VIH son juveniles

Publicado por
MANU MEDIAVILLA | texto
León

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El Día Mundial de la Población fijó el martes su mirada en los jóvenes (3.000 millones, casi la mitad de habitantes del planeta, no han cumplido los 25 años), y la directora ejecutiva del Fondo de Población de las Naciones Unidas (FPNU), Thoraya Ahmed Obaid, se hizo eco de sus inquietudes. Por ejemplo, sobre la prevención del VIH-sida: «Los adultos dicen que somos muy jóvenes para recibir la información; nosotros decimos que somos muy jóvenes para morir». Demasiado jóvenes para morir de sida (cada día se contagian 6.000, el 50% de las nuevas infecciones), pero también para perder la vida intentando alumbrarla: cada año, 14 millones de adolescentes de 15-19 años dan a luz, pero en ese grupo de edad la principal causa de muerte es precisamente el embarazo. El FPNU señala como factores determinantes las complicaciones del parto (peores conforme baja la edad: las chicas de 15 a 19 tienen el doble de probabilidades de fallecer que las mayores de 20, y cinco veces más las niñas menores de 15) y los abortos realizados en malas condiciones. Demasiado jóvenes, también, para ver escapar su futuro por las alcantarillas de la pobreza, el analfabetismo y la desigualdad. En el marco de 15-24 años que diferencia a los jóvenes en las estadísticas, 500 millones malviven con menos de dos dólares diarios y 150 millones no saben leer ni escribir. El balance desfavorable para las mujeres se deja ver en casi todos los capítulos, como el citado del analfabetismo (96 millones de chicas y 57 millones de chicos) o el del VIH, donde las infecciones femeninas son dos tercios de todas las juveniles. Aunque la peor noticia para los menores de 25 años es que su cuota en la pandemia crece alarmantemente: a finales de 2001 era de un tercio, ahora es ya la mitad. El mundo pobre, especialmente, no puede permitirse esa sangría juvenil que resquebraja sus cimientos, y no sólo por la tragedia del sida, sino por otras catástrofes cotidianas de salud, educación, empleo. El secretario general de la Onu, Kofi Annan, recalca que «atender las necesidades de los jóvenes no es sólo una obligación moral, sino una necesidad económica» que ha sido demostrada por estudios sobre los beneficios de invertir en formación, salud reproductiva, capacitación laboral y oportunidades de trabajo. Y Obaid lo remacha: «Aunque se suele decir que los jóvenes son el futuro, también es cierto que son el presente y que deberíamos apoyar su liderazgo desde hoy». Objetivos del Milenio Sin ellos, apostilla la directora ejecutiva del Fondo de Población de la ONU, «no se podrán alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio». Son ocho, empezando por la reducción a la mitad de quienes viven con menos de un dólar diario (entre ellos 238 millones de jóvenes) y quienes pasan hambre. El segundo aspira a lograr la educación primaria universal para acabar con el analfabetismo (115 millones de niños no van a la escuela y otros 100 la abandonarán antes de aprender a leer y escribir), y el tercero, conseguir la igualdad entre ambos sexos y la autonomía de las mujeres, cuya tasa de empleo es un tercio inferior a la masculina. El cuarto persigue reducir en dos tercios la tasa de mortalidad de menores de cinco años (cada día fallecen 30.000 niños), y el quinto, rebajar un 75% la tasa de mortalidad materna, cuyo altísimo componente juvenil ya ha subrayado el FPNU. En realidad, todos los objetivos se enmarcan en un mismo contexto de combatir la pobreza que lastra el desarrollo. En el ámbito sanitario, el sexto señala como meta inicial la de «frenar y comenzar a revertir» la propagación del VIH-sida, la malaria, la tuberculosis y otras enfermedades graves. En el medioambiental, hay grandes asignaturas pendientes que quiere aprobar el séptimo objetivo: reducir a la mitad los 1.200 millones de personas sin agua potable, a los que habría que sumar 2.400 millones sin saneamiento. Y en la cooperación, la octava meta exige a los países ricos un apoyo efectivo al desarrollo, que en el caso de los jóvenes (la mitad de los parados del mundo) debería traducirse en la creación de trabajo productivo y de calidad.

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