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LA VALIDEZ DE LO DE ANTAÑO

Del paisaje cultural al polígono agro-industrial

Las concentraciones parcelarias destruyeron todo el sistema de prados, sebes y huertas de muchas vegas leonesas para convertirlas en un monocultivo, sobre todo de maíz, que empobrece y agota la tierra. ¿Hay soluciones

Publicado por
EMILIO GANCEDO | texto
León

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Podemos datar el momento en el que el paisaje de muchos de nuestros pueblos cambió drástica y completamente. En algunos casos fue allá en los primeros años sesenta y durante toda la década de los setenta. También en los ochenta y noventa. Y hoy en día, por supuesto; actualmente se continúan llevando a cabo toda una serie de modificaciones, ciertamente traumáticas, que han acabado -¿para bien, para mal?- con la fisonomía de las zonas rurales tal y como hasta entonces las habíamos conocido. Pero no podemos datar el momento en el que comenzó «lo que había antes»... resulta imposible, en la mayoría de los casos, saber cuándo y quiénes se pusieron un día manos a la obra y crearon la primera presa que remansó el agua del río y fue conducida por medio de las canales con dirección a los campos de cultivo para hacerlos fecundos. O los primeros que aprendieron a entrelazar ramas y zarzales para separar y proteger las distintas fincas. El primer tío que levantó la primer puente o aquel otro, curiosín , que empezó a poner una piedra sobre otra y alumbró la muria o pared baja que en la montaña occidental hace las veces de valla. No sabemos cuando ocurrió porque en realidad no fue uno, sino muchos, sus protagonistas. Es la propia historia de la agricultura en León. Generaciones y generaciones enteras aprendiendo poco a poco, lenta, incansablemente, desechando errores y fijando aciertos, aprendiendo de visitantes, viajeros y conquistadores... una extraordinaria odisea emprendida por centenares de hombres, mujeres y niños que ha venido desarrollándose, ininterrumpidamente, desde hace miles y miles de años, desde la llegada de las primeras técnicas agrícolas a esta región. Pero en las últimas décadas se ha producido, en un buen número de nuestras villas y aldeas, el fin de ese paisaje cultural que no es sino el fruto de milenios de interacción con el medio, milenios de aprendizaje, esfuerzo, lucha y vida. Las causantes son dos simples palabras que ocultan un amplio trasfondo detrás: concentración parcelaria. Su definición es sencilla de comprender. Según el diccionario de la RAE, la concentración parcelaria consiste en la «agrupación de diversas fincas rústicas de reducida extensión, para unificar y facilitar el cultivo». Ese es, pues, el objetivo: racionalizar el trabajo agrario y agilizar los trasportes al reunir las parcelas que antes se encontraban dispersas y alejadas, convirtiéndolas de esta manera en unas nuevas, más grandes. Pero no es tan fácil como parece. Los paisajes culturales, es decir, los paisajes marcados por el ser humano, donde el hombre encuentra su sustento y en el que desde el Neolítico ha venido intentando un equilibrio entre explotación y renovación, esas tierras han estado formándose, como decimos, durante miles de años, y su destrucción en unos pocos meses no puede sino vivirse como una gran quiebra entre el «antes» y el «después» por las gentes que viven en esos territorios. Y es doloroso especialmente en León, especialmente en nuestras riberas y nuestra montaña, que son zonas muy arboladas, porque para reunir esas fincas antes dispersas parece que es necesario hacer una especie de «tabla rasa» quitando todo lo que había antes y, por tanto, arrancando todos los árboles y arbustos que durante siglos habían sido parte del paisaje cultural de las vegas, laderas y llanos del Esla, Porma, Torío, Bernesga, Curueño, Órbigo, Cea, Cúa, Burbia, Sil, etc. ¿Y por qué esas vegas y montes leoneses son tan arbolados? Pues primero, obviamente, por razones climáticas y geográficas (abundancia de precipitaciones, gran riqueza fluvial...), pero también por profundos y enraizados (nunca mejor dicho) motivos culturales. Del Valcarce al Cea y del Cordal hasta casi el Duero, las comunidades rurales leonesas han basado su economía, tradicionalmente, en la diversificación. Prados, huertos, tierras centenales, eras y eiros , frutales, sotos, cereal... a lo que se sumaba una gran afición ganadera y una extraordinaria importancia de la propiedad comunal ( quiñones , montes del común ) todo esto es la base cultural y etnográfica de «lo leonés». Y es que, si preguntamos a nuestros padres y abuelos, veremos cómo antes la gran mayoría de los vecinos tenía «de todo» por si algo fallaba, y también porque el medio daba para ello (especialmente importante es el hecho de que vivamos en la zona con más kilómetros de cauce fluvial de toda España, lo cual significa mucha agua en regueros, regatos, presas y pontonas): vacas sobre todo, algunas ovejas, cabras, el inevitable gocho , conejos, pitas, palomas... y praos , huertos, tierras de labor (cereal, alfalfa, remolacha, todo tipo de leguminosas...)... una verdadera multiplicidad de especies que se aprovechaban mutuamente del crecimiento en un entorno variado, de gran riqueza biológica. Pero además hay razones históricas para explicar la dispersión de fincas (el poblamiento, en época medieval, lo establecieron hombres libres, y la transmisión de padres a hijos fue «parcelando» progresivamente ese patrimonio). Por último, el concejo o junta vecinal, elemento muy típicamente leonés, y enormemente positivo para nuestro medio rural, se ocupaba de «nivelar» las diferencias sociales (se repartían tierras y grano a las familias más desfavorecidas) y se preocupaba también de organizar facenderas con el fin de reparar muchos elementos del entorno (arreglar presas, descegar regatos, limpiar acequias...). Inmenso bagaje patrimonial Como vemos, el paisaje cultural es una suma de cuestiones que forman parte de la vida diaria de toda una comunidad, es su bagaje cultural, todo aquello que arrastra desde tiempo inmemorial y que le dicta cómo conducirse frente a los ciclos de la Naturaleza. Así fue durante siglos. Ese paisaje cultural era, y aún es, en la mayoría de nuestras comarcas, un tapiz de árbol, prado y labor, un ajedrezado en el que cada ser vivo cumple una función precisa, íntimamente relacionada e imbricada con la de los demás. El paisaje de sebes , cierros , matos o setos vivos forman la estructura básica de ese sistema. El gran agrónomo francés del siglo XVIII abate Rozier decía: «Soy partidario de los setos, no puedo negarlo, y de los setos muy elevados; y si algún día los viese en el Condado, en la baja Provenza y en el bajo Languedoc; bien fuesen de encinas, de olmos o de fresnos, sería para mí el momento de mayor regocijo». Es difícil resistirse aquí a reproducir parte del libro en el que se halla esa cita, el delicioso La magia de los árboles de Ignacio Abella (editorial Integral). «De algún modo, el seto es un intermediario entre los campos y el bosque. Por un lado forma el eslabón necesario que enlaza ambos organismos, y por otro, permite la comunicación, el paso de información genética a través de las especies animales y vegetales. De todo esto se deduce la gran riqueza y diversidad de especies que pueden formar parte de este completo ecosistema, sobre todo cuando se permite su desarrollo y alcanza una edad avanzada (...). Protege siempre cualquier tipo de cultivo y además, sin estas franjas arbóreas, las tierras rápidamente pierden fertilidad». Son todos estos álamos, chopos, arces, paleras, fresnos, olmos, ¡incluso robles!, retejidos de bimbres , avellanos, evónimos, zarzamoras y espinos, los que desaparecen cuando se pone en marcha la implacable y destructora maquinaria de la concentración. Pero no sólo ellos desaparecen: también toda la variada y multiforme fauna de pájaros, mamíferos e insectos, los muchísimos animales que viven en estos ecosistemas. Y aún más, desaparece el folclore relacionado con estos paisajes, la propia manera del hombre de relacionarse con el medio; desaparece la lengua, los numerosos nombres, en las hablas leonesas, que aluden a los animales y plantas de este entorno..., desciende la pesca y la caza, los animales tienen menos refugio y menos alimento, y, según numerosos estudios, hasta la propia tierra se hace menos productiva. Algunas de las claves con respecto a este problema nos las proporciona el catedrático de Biología de la Universidad de León Pancho Purroy: «Las primeras concentraciones no tuvieron una evaluación de impacto ambiental rigurosa, no respetaron las áreas de diversidad biológica... en concreto todo el sistema de sebes, con sus árboles y arbustos, regueros y pequeñas lagunas. Hubo una transformación radical del paisaje y la tierra se empobreció muchísimo». El coste ambiental fue, pues, enormemente elevado. Pero no sólo en el regadío tuvo gran impacto la concentración. Purroy asegura que en tierras de secano también se han cometido y se siguen cometiendo desmanes: «En la Sobarriba, en Maragatería, en Garrafe... se hacen concentraciones que no tienen ningún fin como mejora agroganadera... lo que hay detrás de esas obras son fondos europeos y una serie de empresas muy interesadas en ejecutarlas». ¿Se puede, entonces, compatibilizar la agricultura moderna con la preservación de la biodiversidad? A juicio de Pancho Purroy, sí. La condición es que el campo no quede «arrasado» como se ha hecho en tanto, tantos sitios, sino que se dejen linderos de árbol en el mosaico de parcelas. Y califica sin titubeos lo que sucedió en los años ochenta en el Esla y el Porma como «catástrofe». «Ya no hay en estos sitios ni sombras para que la gente pueda pasear». El catedrático de Biología cree que no se puede hacer reconcentraciones como en Villamoratiel o Payuelos, donde hasta los escasos bosquetes en el fondo de las vaguadas, junto a algún regato, se han suprimido recientemente, dejando sin hábitat a multitud de animales. «No respetan ni un sólo árbol», concluye. Incluso en áreas de montaña se realizan actuaciones que no parecen lógicas, como la creación de nuevos y grandes viales (¡de hasta seis metros de anchura!) cuando ya existe una muy amplia red de senderos tradicionales. «Las juntas vecinales de León tienen que ser muy conscientes de que el futuro de los pueblos pasa por la calidad de su paisaje», calidad que puede llevar aparejadas múltiples actividades de turismo, hostelería... que van unidas indisolublemente al carácter, variedad y belleza del paisaje, como la pesca y la caza. «De hecho, los cazadores son los que primero han notado el empobrecimiento del hábitat», objeta. «Estos monocultivos de maíz no son beneficiosos en absoluto, sin contar con que han acabado con pequeñas obras como muretes, presas, puentes, pontonas, tapias... que constituían el trabajo de muchas generaciones». ¿Qué hacer? en primer lugar, a juicio del catedrático, columnista también del Diario de León, hay que llevar a cabo siempre valoraciones de impacto ambiental rigurosas, y combinar ésto con todo lo que sabemos sobre los beneficios que ofrecen los retículos y linderos vegetales para evitar los «arrasamientos». «Ha habido muchas denuncias en torno a las concentraciones parcelarias...», argumenta. Ese tipo de concentraciones que se hicieron en las riberas bajas del Esla y Porma «cambiaron hasta las costumbres de la gente, e hicieron de los alrededores de los pueblos zonas inhóspitas», afirma. Y es que tan positivas eran esas sebes de árbol y arbusto, esos «senderos vivos», como él los llama, que, según dice, «controlaban las plagas, al servir de refugio a pájaros e insectos que se alimentan de los pulgones». Otra actividad tradicional que ha desaparecido con la creación de monocultivos son, recuerda Purroy, las colmenas: «Como no hay prados, ya no hay ni siquiera flores y plantas melíferas para las abejas». La mirada puesta en el futuro La marcha de los tiempos ha obligado a las comunidades rurales a adaptarse, a hacerse más competitivas y a poder vender sus productos en un mercado que es implacable. Con ello se ha ido mucho del paisaje cultural leonés, el del minifundismo y la secular predilección por la ganadería de vacuno. Aunque aún quedan bellos espacios de sebe y cierro en las vegas (destacamos los de los alrededores de Rioseco de Tapia y las del Torío), también es cierto que todos los días la piqueta acaba con setos vivos de gran riqueza y valor ecológico. Otra vez recurriendo a La magia de los árboles , sabemos ahora que los setos reducen la velocidad del viento, actúan como un verdadero pulmón, regulan el régimen hídrico, equilibran los cambios de temperatura, sirven de hogar a centenares de seres, protege contra la polución, tanto la del aire como la sónica y la electromagnética, es la mejor garantía contra la erosión y guarece, con su suavidad y el forraje extra que proporciona, al ganado que puede pacer en su interior. Según investigaciones de Ignacio Abella, los setos vivos y las manchas de bosque entre campos de cultivo ocasionan «una mayor productividad para los terrenos que va desde un 15-30% en el caso de los cereales a un 60-80% en el de los frutales». Los beneficios de estas protecciones naturales, que realzan la belleza del terreno y permiten los paseos por el campo, además, han movido a la Unión Europea a destinar fondos, precisamente, para la creación de linderos que palíen, cuando menos, los destrozos causados en ciertas zonas. Por de pronto, y a decir de algunos responsables, la nueva normativa obliga a dejar, o plantar en su caso, masas de bosquetes entre las parcelas. Pero es complicado arreglar los desaguisados del pasado, ya que, aunque se intente forestar las márgenes de los caminos de concentración (largos, inmensos caminos que se entrecruzan en artificiales polígonos), para los agricultores serían perjudiciales pues hundirían sus raíces en los desagües y canales impidiendo el paso de las corrientes de agua. Otra posibilidad sería la de que cada propietario tuviera la sensibilidad de plantar árboles dentro de su propia finca, algo que algunos ya hacen. Es suficientemente indicativo lo que escribe Rafael Abella en su muy recomendable libro: «Los campos son fiel reflejo de quien los cultiva: las tierras desnudas y esterilizadas son un bioindicador de la propia vaciedad del agricultor; los ricos y frondosos, donde prolifera la vida y se encuentran infinidad de seres, indican por el contrario un espíritu abierto, imaginativo, evolucionado, tolerante, confiado». Y así ha de ser no sólo con el campo, sino con todas las facetas del patrimonio leonés, entendido en su sentido más global. Dejamos morir (o no protegemos, no amamos, no embellecemos, no ponemos en valor) no sólo el paisaje natural-cultural, sino también los instrumentos musicales, las arquitecturas tradicionales, los deportes, la lengua, la identidad... pongamos remedio en todos estos ámbitos, cuidemos lo que nos es propio y tendremos la respuesta a nuestros problemas. NORBERTO |||| «El papel del hombre es el de guía y guardián del equilibrio. El poblado es una especie de cerebro; es el mayor consumidor, pero también es quien garantiza la supervivencia de la entidad como tal. De la salud y sabiduría de los hombres depende la salud del entorno y viceversa. Si el sistema degenera, el hombre se resiente, en primer lugar por la disminución de la cantidad y calidad de alimento, pero también a causa de la propia degeneración del paisaje, que se hará cada vez más dependiente de la actuación humana y más incapaz de renovarse a sí mismo, de renovar aire, agua y un sinfín de recursos vitales. En el paisaje, como en un organismo, todo está enlazado». Juiciosas palabras las de Ignacio Abella en su gran libro La magia de los árboles , palabras que pueden resultar muy aleccionadoras en relación a León. Parece claro que estamos obligados a vivir en el mundo actual, el de la oferta y la demanda, que ha roto el sistema tradicional, el nuestro, el de una auténtica «simbiosis» entre hombre, animales domésticos y naturaleza; pero eso no puede significar necesariamente que tengamos que destruir nuestro entorno. Las sebes, las vacas, las ovejas, las casas de adobe y teja, las labores, todo lo tradicional, puede que para muchos haya quedado arrinconado en este León que cada vez se parece menos al variado y ganadero León de siempre (y sí, cada vez más se parece al monocultivo castellano) pero hay que buscar la convivencia entre lo antiguo y lo nuevo. Y es que los expertos se descubren, cada vez más, ante la sabiduría de nuestros antepasados. PABLO

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