Rafaria Montecristo, todo un gran reserva
El virtuoso y veterano guitarrista leonés publica un disco personalísimo y de desnuda belleza, puramente artesanal
Desde hace algunos años, el que fuera virtuoso guitarrista de Solomones, Deicidas, Languetas, Cometa Errante... halló exilio voluntario en San Miguel de las Dueñas, no muy lejos de los ermitaños refugios de san Fructuoso y san Genadio, Tebaida leonesa. Huyendo del lodazal ruido, Rafael Hernández se topó con el silencio verde del Boeza, a menudo amenazado por el azufre que eyaculan los falos de Compostilla. En aquella batalla de lanzas que son choperas halló el neocantautor sosiego, refugio e inspiración. Atrás quedan las bandas y los grupos. Rafaria Montecristo -bonita broma de un nofumador e ítem profesor de gimnasia-, en la guarida, se ha enfrentado con los fantasmas de la muchedumbre para salir al dintel cantando como un solo hombre. Lo que media entre sus horas de docencia -ese exigir sudor y elasticidad a la adolescencia tan sobrada- y las obligaciones para con su femenino can, las ha llenado el artista con bandadas de pardales atravesando las líneas de alta tensión como si fueran corcheas puestas a secar en los pentagramas. La vida es un coto de hierro -no lo dijo el poeta, pero que quede dicho, por si acaso-, una veta wagneriana que nos cae a plomo derretido sobre esta piel tan sensible al hambre y al absurdo. En estas explotaciones toma Rafaria aliento para escribir con postura prehistórica en las paredes del cd las rosas de mineral, los tormentos que tal que el azogue, abrasan y platean. Hay hierro colado en la voz que araña la ironía; hay hierro acerado en las guitarras que son hileras de termitas. El músico se ha sometido a una cura de agua ferruginosa, resultando que le ha salido una inspiración de cadera cimbreante sentada en el pupitre mordisqueando un chupachús salino, Lolita. El disco de Rafaria Montecristo, para qué nos vamos a engañar, es nada recomendable para el verano de jujú y mongolismo y, a mayores, sienta mal si no es uno llegado de los desiertos musicales con el hueso cular desollado de rozar contra el camello radiofórmulo. Hay que dejar la trompa de Eustaquio al relente de los grillos para saborear este racimo de dátiles, que, como en todo racimo, se nos dan dulcísimos o agraces, pero siempre con su hueso sorprendente y vaginal. Ha salido el anacoreta de su gruta y deja sobre el rocío un cedé que es un pan bregado para las palomas y, benditos de Dios, también para los córvidos. Traducción: Rafael Hernández, uno de los músicos más capacitados que ha dado esta tierra, saca su primer álbum solitario titulado con su sobrenombre artístico Rafaria Montecristo . Son casi 70 minutos de letra y música (más un vídeo) donde el autor se despacha con composiciones íntegramente propias, una versión del tatareado Puerto España de Noel Soto y algunas letras musicadas del poeta Moisés Gaspar Gómez. El trabajo es eminentemente original por la artesanía bajo la que ha sido confeccionado: todo en él es trabajo paciente y pausado de Rafa en su casa/estudio de San Miguel. Sólo ha necesitado ayuda para los coros y los vídeos que podrán apreciarse en su presentación oficial, que será en septiembre. Rafaria Montecristo, por estas características de vanguardia y artesanía a la vez, ha contado con el apoyo de la Fundación Leer León y ha sido editado por Lobo Sapiens; todo lo cual no es loco de pavo.