Diario de León

Ferias antiguas y artesanías con futuro

Dos leonesas comenzaron a montar pendientes para pagar una excursión y ahora fabrican y venden cientos de piezas

PEIO GARCÍA/ICAL

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Publicado por
E. F. G. | texto
León

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Fátima y Marta son dos jóvenes leonesas de 23 y 24 años que comparten amistad y profesión. Se conocieron en la Escuela de Artes y Oficios, donde iniciaron un camino en común que las lleva a recorrer cada fin de semana los mercados medievales de varias provincias y regiones. Diseñan, fabrican y venden diversos objetos en los que el vidrio es el elemento protagonista. A pesar de su juventud, o precisamente por ella, reconocen que han tenido que espabilar a base de escarmientos en ocasiones. Pero no se quejan. Para sacar dinero para una excursión de fin de curso se les ocurrió la idea de hacer y vender pendientes y aprovecharon las instalaciones que tiene el tío de Marta -que se dedica a la fabricación y venta de manualidades-. «Utilizábamos las sobras de las vidrieras que hacían ellos, así empezamos», cuentan. Cuando acabaron los estudios continuaron en contacto y actividad permanente e iniciaron una trayectoria, no exenta de algún sinsabor pero imparable, que ahora las sitúa en una actitud positiva y un horizonte en principio halagüeño, aunque ambas prefieran vivir con intensidad el presente en lugar de preocuparse por el futuro. «Tuvimos que tirar hornadas enteras de más de 300 piezas», recuerdan como anécdota de unos comienzos en los que resultaba imprescindible un apoyo externo que ahora ya no reciben. «Todo el mundo se beneficia de ti, desde algunos organizadores hasta la gente que se dedica a la reventa, somos los más pequeños, todos te aplastan y se ha notado de año en año» -aunque matizan que están muy contentas con el organizador con el que trabajan en la actualidad-. Ser jóvenes no les ha supuesto ningún obstáculo adicional; por el contrario, su calidad de benjaminas ha hecho que sean tratadas con especial mimo por la mayoría de sus compañeros de mercado. De Quintana al País Vasco Marta y Fátima recuerdan con cariño la primera feria en la que participaron. Se celebraba en la localidad leonesa de Quintana de Rueda. «Empezamos con un pequeño toldo blanco y una mesa forrada de tela marrón y si soplaba el viento nos los llevaba todo. Buscábamos dónde podíamos atar el puesto y mientras una vendía la otra lo sujetaba», comentan entre risas. Con su buen humor y la energía suficiente para asumir los madrugones imprescindibles en muchos casos, estas jóvenes artesanas han ganado un lugar propio en ferias de Galicia, Cantabria, País Vasco y varias provincias de Castilla y León. Ahora tienen dos puestos -lo que les ha permitido asistir al doble de mercados medievales, aunque lo tengan que hacer por separado-. Uno de ellos está decorado con una cortina del Hostal de San Marcos que iba a ser desechada durante una remodelación reciente. Se reconocen como polos opuestos, algo que aprovechan en su propio beneficio. La diversidad las enriquece en lo que se refiere a la creatividad que necesitan para el desarrollo de su trabajo y también a la hora de atender su negocio, que en los meses de invierno -cuando no se celebran los mercados- se orienta a la venta a tiendas. Clientela femenina En su taller, situado en el barrio de Pinilla de la capital, producen sus piezas. Alicates, horno y vidrio son las herramientas fundamentales. La oferta de productos que ponen en el mercado abarca colgantes, pendientes, anillos, broches, pulseras, brazaletes, collares, prendedores para el pelo y todo tipo de complementos dirigidos casi en exclusiva al mercado femenino. Unas pulseras a las que no han podido darles la salida que esperaban les han provocado más de un dolor de cabeza. Pero ellas, fieles a su optimismo vital, confían en venderlas este verano, a través de un amigo que actúa como intermediario, a los variopintos turistas que abarrotan la isla de Ibiza. El mismo destino han tenido unos colgantes para hombre que esperan sean del gusto de los guiris una vez comprobada la escasa aceptación mostrada hacia ellos por el macho ibérico. La imagen del feriante Al explicar cómo viven su profesión y el mundo de los mercados medievales en el que se desenvuelven insisten en asegurar que el público en general tiene una visión bastante distorsionada de la realidad de la gente que se dedica a ellos. «Piensan que son gente que no trabajan, que son unos vagos y no es así», aseguran al tiempo que afirman con rotundidad que existe mucho compañerismo entre ellos. Lo hay, dicen, tanto para compartir comida, bebida o lo que se necesite, como para poder confiar tu negocio a un compañero si tienes que ausentarte un rato por cualquier motivo. Además, cuando los puestos se cierran, los mercaderes o feriantes comparten momentos de ocio y amistad de los que ellas dan testimonio. Ese clima de complicidad entre ellos les ayuda también a sobrellevar días o ferias en los que las expectativas de negocio se ven truncadas. «Tienes días de recaudaciones muy buenas pero también nos hemos ido de algún sitio con una caja de 50 euros», comentan. Aunque no han sufrido ningún altercado de consecuencias especialmente graves, sí contabilizan como excepción desagradable el robo de dos baldas enteras de uno de sus puestos. Confiadas en la seguridad que debía presentar el recinto, dejaron la mercancía allí durante la noche y encontraron las estanterías vacías la volver por la mañana. Sí se quejan es de la competencia desleal que a su juicio ejercen los vendedores denominados «reventas», en la mayoría de los casos originarios de países de Latinoamérica que por el bajo coste del producto en origen ofrecen unos precios con los que resulta muy difícil competir. Lo peor de su profesión, dicen, los kilómetros que llevan a sus espaldas y lo mejor, la gente que conocen porque cada mercado al que asisten se convierte para ellas en una nueva aventura.

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