«Prendía como con un mando a distancia»
Agosto del 2006 iba a ser un mes de asueto y de barrigas al sol en la Galicia del millón de fiestas. Pero a veces las cosas se tuercen Marina Medina | Fisterra Susana López Arias | Santiago R. Vázquez | Vilagarcía Israel Sas | Bertamiráns P. Fd
El verano transcurre razonablemente bien -o razonablemente mal- y así lo recogen los periódicos de principios de mes: Interior anuncia que reforzará el control en las carreteras con trece nuevos radares; Pescanova se cela de una empresa noruega; y en un pueblo pequeño de nombre escaso, Peque, la serpiente informativa llega en forma de debate surrealista: cementerio nuclear sí, cementerio nuclear, no. En el mundo, Fidel Castro desaparece en combate, temporalmente, y Hezbolá demuestra su poder masacrando con sus cohetes a siete israelíes; una jornada normal. Todas esas noticias se van quedando relegadas a un segundo plano según avanza el viernes 4 de agosto, el día que Galicia empezó a arder como no lo recuerda ni el demonio más viejo. El arranque de la ola de incendios en los montes de Cotobade, en Pontevedra, tiene un componente especialmente trágico que hace que los gallegos traguen saliva: dos mujeres perecen calcinadas junto a su automóvil y se convierten en las primeras víctimas de lo que serán casi dos semanas desastrosas. Marisa Castro y su madre, Celia Golmar, viajaban en dirección a Ourense por la nacional 541 cuando su Renault Mégane se quedó atrapado en Dorna, en el límite entre Cotobade y Cerdedo, mientras el monte ardía salvajemente a su alrededor. Los cuerpos aparecen, calcinados, a unos tres metros de la puerta del copiloto. Además de esta tragedia, hay otra circunstancia ciertamente sorprendente para aquella fecha: el gran incendio que les ha costado la vida a las dos mujeres se ha originado, según los testigos, en seis puntos diferentes y de manera simultánea. Todavía faltaba mucho por arder, pero la Xunta ya anticipaba que la campaña contra el fuego sería «de unas características sin precedentes». La iniciativa de los vecinos, herramienta básica en las jornadas sucesivas, se activa espontáneamente en la aldea de Serrapio, parroquia cerdedense de Pedre. Mientras arden sin control los montes de Cerdedo, Cotobade y Campolameiro, ellos mismos diseñan su propio plan de evacuación artesano, sin nadie de uniforme que les eche una mano. Otra circunstancia nueva: el fuego, ese viejo conocido del estío español, se acerca impertinente a las casas como nunca antes se había atrevido. De repente, se hizo viernes de dolor en Galicia, con decenas de incendios activos en el entorno de Pontevedra, en Saiar (Caldas), la parroquia que más arde de Galicia; en Vilaboa; en Moaña, pero también en zonas de la provincia coruñesa como Rois, en Ourense o en la sierra del Barbanza. En el subconsciente colectivo se quedan grabadas las palabras que utiliza un adolescente de Ames para describir la situación en los montes de Firmistáns, a tiro de piedra de Compostela: «O lume saía como se o prenderan cun mando a distancia, primeiro nun sitio e logo noutro». El arranque desbocado de la campaña incendiaria coge desprevenido a todo el mundo. Los servicios de extinción están desbordados, y la cosa sólo acababa de empezar. En ese día, Galicia registra cinco de los seis fuegos de alerta máxima en lo que va de verano: arde Cerdedo, arden los montes de Bermés (Lalín); como arde la frondosidad de Cangas; y arrancan incendios desatados en Brión, en Teo, en Padrón... Los diez focos de Ames, con más de cien hectáreas arrasadas en un día, son un avance de lo que se avecina; 150 bomberos y miembros de brigadas trabajando sin cuartel; cuarenta casas desalojadas. Se oyen las primeras voces que claman en el desierto: ¿quién está detrás de todo esto? Lejos de mejorar, el temporal forestal arrecia el sábado. Se da en esos días una terrible coincidencia, ciertamente preocupante para quienes entienden de meteorología, y que tiene como protagonista al número 30: temperaturas de más de 30 grados, vientos del nordeste de más de 30 kilómetros por hora y una humedad relativa inferior al 30%: pólvora pura. En dos días, 5.000 hectáreas Los titulares del domingo sobrecogen: un tercio del monte quemado este año ha ardido en las últimas 48 horas. Ya se habla de 5.000 hectáreas arrasadas ¡en dos días! Un incendio de varios frentes hace que Santiago de Compostela sea la primera ciudad en alerta 1. Mientras el humo obliga a cortar la AP-9 entre Vigo y Pontevedra durante tres horas, un individuo es detenido por provocar un fuego en Monterroso. Vigo permanece cubierta por el humo hasta tal punto que parece que hayan borrado San Simón de la faz de la ría; la periferia de Ourense es incandescente, y la de Vilaboa, y la de O Corgo... Casi es más fácil enumerar lo que no arde que todo lo que se está quemando. La leña política empieza también a alimentar la hoguera dialéctica. Mientras el conselleiro de Medio Rural, Alfredo Suárez Canal, señala que hay «muchas manos negras que quieren hacer daño quemando» y achaca a «una actividad criminal desaforada» la ola de incendios, los alcaldes de Cerdedo y Cangas acusan a la Xunta de descoordinación y falta de medios. Se abre así otro frente inherente a cualquier tragedia ecológica desde que el Prestige vació sus tripas podridas en las costas gallegas; las catástrofes son armas políticas de primer orden. Las llamas no perdonan ni el entorno de la residencia oficial del presidente de la Xunta en Monte Pío. Domingo, 6 de agosto. La ola de incendios se cobra una nueva vida, la de Manuel Parada Fontela, un hombre de 74 años que colaboraba en la extinción de Campo Lameiro. Ya son tres los fallecidos. La situación en Pontevedra es tan crítica que obliga a movilizar al Ejército. Mientras las llamas llegan a las mismas puertas de la ciudad de Pontevedra, decenas de vecinos de Muros y Lousame tienen que abandonar sus casas. Con la que cae, todavía se oye el estruendo de las bombas de palenque que atruenan el firmamento en nombre de algún santo patrón. Se abre el debate: ¿deben suspenderse las fiestas? En Castro (Lugo), deciden prescindir de la pirotecnia, pero sólo después de que las chispas quemen dos prados. En otras localidades, el hombre sigue mandando cohetes al aire como si nada; Galicia muestra su personalidad múltiple y complicada. Lunes 7. Hay esperanza: la Guardia Civil detiene in fraganti a un incendiario en Soutomaior; hay otros dos arrestados, uno por el fuego de Cerdedo en el que perecieron dos mujeres. La realidad es, sin embargo, descorazonadora: menos del cinco por ciento de los apresados en Galicia ingresan finalmente en prisión. En el frente político, el presidente Touriño reúne un gabinete de crisis para declarar la alerta generalizada. Las llamas cobran viveza, sigue soplando el viento del nordeste y las llamas aíslan Pontevedra y Vilagarcía durante todo el día. Vigo, Navia, Soutomaior, Barbanza, Porto do Son, Ourense, Compostela, A Coruña... arde el país como si fuera a acabarse. El martes día 8 Galicia entra en estado de emergencia; las cosas siempre pueden ir a peor, y van. Las cifras de hectáreas quemadas empiezan a bailar según quien las recite; se habla ya de 10.000 en un día en el que se registran 127 fuegos activos a la vez, con las provincias de A Coruña y Pontevedra en una alerta máxima que es lo más parecido a un estado de guerra que se haya vivido en años. En A Cañiza, un hombre sufre quemaduras de tercer grado, mientras que en Padrón las llamas arrasan tres naves de la empresa de curtidos Picusa; Vigo, Pontevedra y Santiago se despiertan en otro día de contienda, igual que Ourense y que Rois, lo mismo que Poio. El pronóstico meteorológico no es nada halagüeño: el calor y el viento favorecerán, una semana más, la propagación del fuego. Polémica: Alberto Núñez Feijoo se retrata en Meis apagando un fueguecillo con una manguerilla, una camisilla y unos zapatillos. La foto traerá cola. El goteo de detenidos continúa. Hay otros tres con los grilletes puestos, a los que se acusa de estar detrás de incendios provocados en Lalín, Outeiro de Rei y Santiago. Para esos días, la imagen de los gallegos tratando de sofocar, caldero en mano, el infierno forestal, ya ha dado la vuelta al mundo. Se sacan fuerzas de donde no las hay; interminables cadenas humanas se convierten en acueductos de carne, hueso y corazón que desembocan directamente en medio de la gigantesca hoguera que es Galicia. Ha renacido el espíritu del Prestige . Comienzan a llegar las primeras muestras de solidaridad de obra; las de palabra ya habían hecho acto de presencia. Un juez compostelano manda a la cárcel a un santiagués de 60 años, sobre el que pesa la acusación de ser uno de los autores de los fuegos que cercaron la capital gallega durante el fin de semana. La mano siniestra del hombre está demasiado presente en esta cadena de fuegos que parecen no terminar nunca. Aire difícilmente respirable La telefonía, la electricidad, el transporte por tren y por carretera hacen aguas por culpa del fuego. Parece que alguien quisiese poner a prueba ya no a Galicia, sino a todos y cada uno de sus habitantes. Día 9 de agosto, miércoles de ceniza. Ese día se bate un triste récord: 158 incendios consumen Galicia hasta los tuétanos; el calor y la ceniza elevan la contaminación en Vigo hasta el punto de que el aire se hace difícilmente respirable. Esta calurosa y ventosa jornada de agosto, el fuego avanza hacia el norte y alcanza Ferrol y A Coruña, se ceba otra vez en Barbanza, en Porto do Son, en Ourense. Desde la avioneta que pilota Víctor Calvo es posible observar una compacta columna de humo que lo cubre todo, desde el sur de Vigo hasta el norte de Santiago: cien kilómetros de ruina. Mientras los gallegos siguen convirtiéndose en bomberos por obligación para salvar lo que tienen, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, llega a Galicia «para asumir responsabilidades». Los seis días que tarda en pisar tierra quemada son muchos o son pocos según quien los cuente. El presidente dice que Galicia está ante un «desafío serio» y ofrece más apoyo, planteando duplicar incluso la presencia del Ejército y reforzar la de la Policía. Bajo el brazo se trae otro anuncio: el próximo Consejo de Ministros aprobará un plan de ayudas por los daños en la comunidad. Al Partido Popular no le convence nada, ni cómo está gestionando la crisis el gobierno bipartito, ni la visita de Zapatero, ni cómo se están coordinando las ayudas... nada. Tanto es así que la formación que preside en Galicia Alberto Núñez Feijoo decide montar en los ayuntamientos sus propios gabinetes de crisis. Se habla de gobiernos paralelos. En los sesudos análisis de las radios, los periódicos y las televisiones, expertos de mayor o menor pedigrí tratan de desenmarañar los móviles que se ocultan tras el fuego: cuestiones políticas; intereses urbanísticos; la madera; pastos, limpiezas y venganzas; que si la caza; descuidos o incluso, tal como recoge algún manual de la Guardia Civil, «fuegos para despistar», esto es, incendios provocados para desviar la atención sobre otro tipo de actos delictivos, como la descarga de droga en la costa. Tampoco se escapan del listado las razones laborales, los cohetes perdidos, los cristales inconvenientemente arrojados al monte y, por supuesto, la acción de enfermos mentales. El jueves día 10 se habla ya de 50.000 hectáreas destruidas, aunque los datos oficiales no se harán públicos hasta el final de la crisis. La posibilidad de que el fuego haya arrasado el nueve por ciento de la superficie total de la provincia de Pontevedra sobrecoge. La Xunta no dice ni que sí ni que no. Más de mil profesionales llegados de todas partes refuerzan el operativo, por tierra y por aire. Pero cien incendios continúan asolando las provincias de A Coruña y Pontevedra. La cadena de brazos que transportan cubos en O Carreirón (isla de Arousa) recuerda inevitablemente a aquel otro dispositivo, artesano pero efectivo, que sirvió para que miles de manos arrancaran de la costa las deposiciones indeseables del Prestige . Zapatero, abucheado en Ponte Caldelas, se va de Galicia el jueves con la promesa de enviar militares de élite. Mientras, el turismo empieza a resentirse de la crisis, sobre todo los cámpings y las casas de turismo rural. De la investigación van trascendiendo tímidamente algunos datos. Uno es preocupante: de los últimos ocho arrestados, dos forman parte de las brigadas antiincendios. Este colectivo defenderá a capa y espada su profesionalidad y su imagen, perjudicada seriamente por unas declaraciones de Cristina Narbona, en las que la ministra de Medio Ambiente relaciona peligrosamente a quienes apagan con quienes encienden. A jueves se habla de 760 millones de euros en pérdidas, y es sólo una estimación. Las fotos de la NASA darán que hablar. La agencia espacial norteamericana ofrece en su web imágenes en las que, a vista de astronauta, se ve lo que los gallegos respiran: Galicia arde por todas partes. El Partido Popular sacará sus propias conclusiones y echará mano de otra web que interpreta las instantáneas americanas para concluir su propio dato sobre la superficie arrasada: 175.000 hectáreas. La información oficial tardará varios días en rebajar el cálculo popular a menos de la mitad. ¿«Trama» organizada? ¿Y qué hay de la «trama» organizada sugerida por algún político para explicar semejante escalada incendiaria? El viernes día 11, la Fiscalía se muestra partidaria de trabajar en ello, aunque los investigadores consultados por distintos medios siguen sin creérselo; resulta muy difícil encontrar vínculos entre las personas, desde un anciano de 92 años apresado en Gondomar hasta jóvenes con mayor o menor expediente policial sorprendidos en Santiago. El propio ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, constata los escasos resultados de la investigación policial. Mientras, Galicia se quema por 143 sitios distintos y la Xunta dice, con la boca pequeña, que la situación tiende a mejorar. Mientras la Costa da Morte vuelve a llorar de nuevo y el fuego se acerca peligrosamente a las viviendas de Cee, los primeros agentes de la Guardia Civil a caballo empiezan a patrullar los montes de Mondariz. Siguen llegando ayudas, e incluso Marruecos ofrece ocho aviones. Portugal contribuye con setenta bomberos que no le tienen miedo a nada, como sus compañeros de las diferentes comunidades autónomas. Ya son 6.000 las personas que luchan a pecho partido para que Galicia no se queme. Tampoco el sábado 12 es un sábado de gloria. El fuego lleva el pánico a quinientos núcleos y a un millar de casas aisladas. Al menos veinte viviendas vacías, galpones y fábricas han quedado reducidos a cenizas. El conselleiro de Medio Rural empieza a ver una luz al final del túnel y de nuevo, con la boca pequeña, como se dicen las cosas en tiempos de crisis, señala que la situación está empezando a remitir. No falta quien piense que quizás es que ya ha ardido todo. Malas noticias el sábado: el anciano de A Cañiza que había sido ingresado con quemaduras en el 25% de su cuerpo muere. Gustavo Vallejo Pérez se convierte en la cuarta víctima mortal de un mes de agosto terrible. Los momentos heroicos protagonizados por quienes luchan hacen correr ríos de tinta: un avión descarga 4.000 litros de agua en Soutomaior y salva de una muerte segura a siete brigadistas. Suárez Canal: «Esto fue muy gordo, bestial, pero nunca me sobrepasó». Ya se ha dictado prisión para seis de los veintidós detenidos con la oleada de fuegos, pero sigue sin haber pruebas que sustenten la teoría de la trama. Lugo es la única provincia que se va salvando de la quema. Y la temperatura aumenta en el debate político. Mientras que Touriño sostiene que «la trama incendiaria es una hipótesis a contrastar», Mariano Rajoy declara cosas como ésta: «Lo que a mí me dice la gente es que aquí no manda nadie». El BNG, por boca de Francisco Jorquera, añade que treinta concellos gobernados por el PP se negaron a crear brigadas. Domingo 13. Un total de 44 incendios siguen fuera de control. Las esperanzas están puestas en las lluvias que se anuncian para el miércoles y que deberán marcar, definitivamente, el fin de la crisis. Un bombero sufre quemaduras en el 50% de su cuerpo. Nunca Máis convoca una protesta en Santiago. El lunes 14, la Xunta se compromete a facilitar la información oficial de la superficie quemada en 48 horas. El PP mantiene que son 175.000 hectáreas. La Nasa no se pronuncia. Nueve de los 26 supuestos incendiarios detenidos desde el día 14 están en la cárcel. El martes 15 Galicia no puede más. Padrón, Arbo, Oia y Cotobade anuncian que pedirán la declaración de zona catastrófica. Un juez ourensano encarcela a un brigadista al que se acusa de incendiario. Se trata de Julio Pascual Díaz, detenido con una garrafa de gasolina y catorce mecheros en su poder. Y por fin, el miércoles 15, cae del cielo, en forma de lluvia, el agua por la que los gallegos suspiraron durante días. Por fin, la Xunta hace oficial el dato de superficie arrasada: 77.000 hectáreas que han desaparecido de un fogonazo. Hay 28 detenidos y doce encarcelados, con la duda de que ni sean todos los que están ni estén todos los que son. Durante estos días de pesadilla, Galicia sacó lo mejor de sí misma y se alió para luchar contra el enemigo común, un enemigo interno que no está, ni mucho menos muerto; si acaso, agazapado esperando.