Diario de León

«Linger»: Diario del caminante

Viggo Mortensen recrea con palabras e imágenes sus últimos viajes a través del hombre y su entorno

VIGGO MORTENSEN

VIGGO MORTENSEN

Publicado por
MARÍA DOLORES GARCÍA | texto
León

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Decía el famoso y oscarizado fotógrafo Néstor Almendros «sólo me interesa un paisaje cuando le atraviesa un puente». Viggo Mortensen tal vez añadiría algo más: «y sólo después de haberme bañado e impregnado de sus aguas», pues de sus fotografías se desprende la necesidad de añadir a esa realidad capturada la propia vivencia así como la incitación a ella. Su último trabajo, Linger, (Edt. Perceval Press, 2005) es una cuidada edición salpicada de citas (de Goethe, Black Elk; Rumi, James Joyce, Gyrdir Elíasson) que sirven de introducción a sus textos (en inglés la mayor parte y alguno en español, como ya hiciera en su anterior trabajo, Recent forgeries ) y a las fotografías en blanco y negro tomadas por su autor en diferentes momentos y lugares del mundo. Todo ello conforma un verdadero cuaderno de viaje; diario ilustrado que trata de perpetuar intactos vida y experiencia, emoción y recuerdo para no dejar hueco alguno a los inevitables retoques de los que se sirve la memoria. Si emotivas son sus palabras, la imagen refuerza aún más ese intento desesperado de retener lo vivido. Ninguna imagen está ahí por casualidad. Tomadas desde distintos lugares y tiempos, van apareciendo como lo hacen los recuerdos en la memoria, de manera caprichosa pero conservando intacta la emotividad que la suscitó. Desde Cádiz a Reykiavik, desde lo desconocido y extraño que nos sorprendió, hasta lo más íntimo y personal que nos ha herido y nos conmueve, queda impresionado en su retina de blanco y negro. Con su portada contundente (Cádiz, 4), un muro hendido por una escalera desconchada por la que trepa la vegetación y el descuido, Linger nos incita no sólo a adivinar el mar abierto, sino a descubrirlo por nosotros mismos. Desde aquí su objetivo se transforma en la mirada del que no se conforma con ver, sino además ha de preguntar. No nos deja respiro. Cada imagen es una pregunta cuya respuesta la debe encontrar el lector. La puerta cerrada, pero iluminada de un ascensor (Closed), es como una provocación a entrar, porque todo lo prohibido parece estar hecho para ser incumplido. León, la ciudad y la provincia que Mortenssen ha recorrido de punta a punta, hasta impregnarse de su luz y de su sombra, tiene también un importante espacio en este diario de caminante voraz. Destacaría su intuitiva percepción para captar, sin molestar, momentos clave en la vida tanto inerte como vital de cada lugar y de sus gentes. Observador privilegiado, que le ha hecho visualizar instantes fugaces a los que se les dota ya del privilegio de lo eterno. En León, 8, en un marco de claroscuros se adivina, desde la silueta que el sol proyecta sobre las losas desgastadas del claustro del Hostal de San Marcos, la imagen que queda de su pasado glorioso, piedras históricas, que son ya reflejos del viejo poder y de su decadencia, una decadencia que se vuelve a ver en el transitar lento de esa mujer sobre las calles solitarias y casi olvidadas de una pequeña localidad de la montaña: Valdeteja. El León profundo Quizás una de mis favoritas sea la de la calle de Azabachería, (León, 10) en ella queda reflejada perfectamente ese rastro infantil que nunca se borra de nuestra memoria. La infancia despreocupada y feliz, absorta en el espectáculo que se presenta siempre detrás de un vidrio: «Se ve, pero no se toca». Una fotografía que podría ser de los años 50, o de cualquier otro tiempo y que nos remonta a esas vivencias con que podemos reencontrarnos en cualquier esquina de un pueblo o ciudad del mundo. Ellos, los recuerdos, siempre están allí, aguardándonos. León en su fiesta grande, San Juan y la visión peculiar de quien acude a una corrida de toros para intentar comprender dónde está la diversión ante la amenazadora sombra de la muerte. La diversión y el dolor, esta vez León en su Semana Santa, con alboroto y las calles llenas de gente y bullicio, donde sólo destaca la mirada ausente y perdida del niño que no comprende, que no sabe, que sólo mira. Y por supuesto la montaña. La presencia tenue de lo que permanece aún inalterado, de lo que marca el límite, pero también induce al desafío. La muerte que se adentra en estos parajes, donde sólo queda la huella tímida del transitar penoso y pausado de los últimos habitantes. O los caminos que nos invitan a decidirnos, como en la del pueblo del Ganso con su maltrecho indicador. Sin olvidarnos de las cigüeñas, símbolo de nuestra geografía, dueñas del paisaje. Ellas se quedan. Los textos esporádicamente distribuidos, terminan con unos hermosos versos en español que acompañan a la intrigante imagen donde el color parece haberse ido hasta rozar el blanco y negro, tal vez simulando ese adiós de párpados cerrados por los que se van los seres queridos, todo lo que creíamos perenne e inmortal en nuestras vidas. (Bye, Brigit). "Que te dejen seguir soñando, y que te perdonen el haberte caído sin fijarte por donde salía tu alma. Supiste vivir, y nadie te contó que no sería para siempre. Sigo acá, de momento, hasta cuando sea." Viggo Mortensen (Linger)

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