Diario de León

Al Capitán que no figura en el cuadro de «Las Lanzas»

Un acercamiento a todos los héroes a los que la Historia ocultó su rostró y borró sus nombres

Creador y recreador del héroe en un descanso del rodaje en Uclés

Creador y recreador del héroe en un descanso del rodaje en Uclés

Publicado por
Mª DOLORES GARCÍA | texto
León

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No es una imagen casual. Tampoco un gesto esporádico. Es el ademán del torero ante el final de la « faena », tras la suerte del estoque. La mirada del hombre satisfecho y del que a la vez mira de soslayo a la muerte, tendida sobre la arena, tras haberla visto cara a cara y a los ojos, minutos antes. Sin embargo no es ésta la luz implacable de las 5 de la tarde sobre la arena amarilla del tendido; aquí se ha vuelto bermeja y vieja, del color del cuero, de la tonalidad de lo ajado y usado, del lustre antiguo del que se cubren pergaminos, vetustos libros y objetos que se van pasando de mano en mano, durante siglos, repitiendo una misma historia. Es el color del polvo de los caminos que se adhiere a las botas y enturbia los recuerdos; color del olvido, de lo rancio y de la historia escrita con sudor; pulida y curtida como el cuero que oculta las heridas del soldado. Tampoco es ésta la imagen exacta del torero de gesto arrogante, sino el semblante de esa España altiva y en decadencia que Velázquez deja entrever en sus lienzos. Y cuan retrato suyo, el sombreado rostro permite imaginar la mirada del héroe, solo, siempre solo, a pesar de haber tomado parte en contiendas codo con codo con sus hombres, y de las que sale ileso su cuerpo a duras penas, nunca su alma de hombre errante, inconformista, insatisfecho y desencantado, consciente de su ruindad y de la de quienes le ordenan y luego le juzgan, le condenan y finalmente le olvidan. Tiene el porte desafiante y altivo del jugador que arriesga cuanto tiene, la vida, sin miedo a perder, puesto que, quien la ha arriesgado tantas veces casi termina por sentirse hastiado de ella. Y de fondo el pueblo, la masa, la multitud, unas veces herida, otras orgullosa y embravecida que pide muerte, que pide clemencia, que se humilla o que se enaltece. Que se regocija en la sangre, que se sacia en la muerte. Para ellos, seres abúlicos que se dejan arrastrar y para los que se aprovechan de ello, quedan los «restos», la efímera gloria del día y hasta la eternidad pintada y retocada por manos maestras para la ingeniosa posteridad. A ellos les deja el héroe la fanfarria y el oropel, el discreto orgullo del vencedor hundido en su propia y banal gloria, que son argumento inevitable de la mano que escribe la Historia. Frente a las erguidas lanzas victoriosas que Velázquez inmortalizara, nuestro hombre en cambio lleva su espada caída, el frío filo contra la tierra, en actitud del que vive de espaldas a toda grandilocuencia banal de la que se jactan y nutren los necios, los simples. Se aparta despacio, sin ruidos, sin fasto. Y aunque su figura no es aún la del «héroe cansado» que diría Pérez- Reverte, no es tampoco la del que espera grandes hazañas y mejores respuestas, pues sabe que éstas no llegan nunca cuando están en manos de la desidia y del engaño. Puede parecer acabado, pero no vencido. La suerte volvió a darle la mano, pero, hasta cuándo. Él no necesita la vanagloria de los que gritan la fama, ni desea trofeos mundanos, se diría que está más lejos, que su mirada alcanza otro mundo, más oscuro y lejano en el velado horizonte que se abre camino entre la multitud, pues por cada muerte que otros celebran con estrepitoso alborozo se diría que él ve cómo se acerca la suya. Su alma solitaria y triste se oculta bajo un rostro huraño y frío medio escondido en su sombrero de ala ancha. Bajo él quedan sepultados sus desafíos y miserias, sus dudas y sus tardíos temores, si es que puede permitírselos a sus años de experiencia con el acero. La mirada baja reconstruye la caída en la arena, la agonía lenta y ahogada de un rival al que le han obligado a ver como su enemigo y en cuyos ojos siempre ve la misma sonrisa fría y descarnada de un contrincante aún mayor, mil veces repetido, que le aguarda. Y sin embargo, tras tanto herir y tanto sangrar, es la vida misma la que inflige la mayor de las heridas por la que uno, un buen día descubre que se le va desangrando la suya poco a poco aunque quizás sería mejor que fuera con una seca estocada, para que no le quede a uno rastro alguno de recuerdo que le obligue a dejar escapar un lamento o la más pequeña debilidad por retenerla. Y siempre de pie, con las manos bien armadas, esperando la suerte y el consuelo de que al menos algún camarada amigo te cierre los ojos. Alatriste, el Capitán sin gloria El Capitán desplomado sobre la arena cobriza y sucia no es el modelo de héroe para la Historia oficial. Él no ilustra ni salpica las páginas eruditas de quienes prefieren la figura radiante y retocada del Cid. Los otros, los desheredados, los malditos, los que sólo son héroes del día a día no tienen interés para los soberbios gobernantes ni para sus fieles cronistas, a quienes les molestan porque ven en ellos las sucias maniobras a las que se les encomienda por escasos dineros con los que a penas sostienen sus vidas. Sin embargo es a este tipo de héroe a quien siguen los hombres que poco tienen que perder, y se niegan a ser masa gris de sus grises estados. Por eso la Historia borra sus nombres, oculta sus rostros, a pesar de haber teñido con su sangre y honor la arena inmaculada de unas páginas que luego se encargará de ensuciar ella con negra y perenne tinta. Pérez Reverte ha sacado de la sombra de los mugrientos armarios de la madrastra historia al sórdido héroe y le ha devuelto la voz. Le ha dado una nueva oportunidad de nacer y de morir .Viggo Mortenssen, a través de su recreación del personaje, le ha cedido de forma ya irremediable y para siempre un rostro y un corazón palpitante a todos esos héroes alatristes y bravos que, de León, de España, del mundo, nunca han figurado en la Historia que se enseña en las escuelas. Gracias a ellos y a quienes como ellos engrandecen la literatura humana, la Historia tendrá una nueva oportunidad de corregir sus devaneos y limpiar el borrón que cae sobre ellos.

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