Diario de León

Pasión por el vino en la tierra de la alegría

Terras Gauda amplía su presencia en los grandes mercados internacionales al mismo ritmo que avanza en la investigación sobre las variedades de uva autóctonas de O Rosal en favor de la singularidad y la calidad de sus blancos

B. FERNÁNDEZ

B. FERNÁNDEZ

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RAFAEL BLANCO | TEXTO
León

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Miles de años después de que los pobladores venidos del norte descubrieran las excelencias de la tierra de la alegría y decidieran, con evidente buen criterio, que era un buen lugar para vivir, los herederos de ese espacio vital bendecido por todos los dioses y envidiado por todos los hombres siguen buscando los secretos que se esconden entre el suelo y el cielo, justo allí donde el Miño, enigmático e inquietante, desborda generosidad e invita al sosiego. O Rosal, entre Tomiño y A Guarda, sólo instantes antes de que el río que mece el agua que brota en las tierras altas de León entregue su caudal al océano Atlántico -«el Miño lleva la fama y el Sil el agua», ya se sabe-, es un fértil valle asentado sobre terrazas fluviales y cerrado por ondulaciones montañosas desde las que España y Portugal se miran cara a cara, con suaves temperaturas y abundantes precipitaciones. En ese escenario redescubierto se cultivan kiwis y mirabeles y se mima un excelente viñedo de variedades autóctonas que tiene al albariño por estrella. Es, además, una de las tres subzonas, junto al Valle del Salnés y el Condado de Tea, de la denominación de origen Rías Baixas, surgida de la revolución que el sector experimentó en 1980. De esa evolución surgieron también Viñedos do Rosal SA y Adegas das Eiras SA, fundidas años después en Terras Gauda, la bodega que en 1990 toma representación física precisamente en As Eiras, por impulso, como muchas otras iniciativas en torno al albariño, de quien entonces y ahora presidía y preside la sociedad, José María Fonseca. Un año después, en el 91, salen al mercado las 37.000 primeras botellas de Abadía de San Campio, un monovarietal que lleva a su etiqueta la referencia patrimonial más importante del entorno. Para entonces ya estaban claros los principios de la compañía: «El albariño, siendo como es una variedad nobilísima, podría dar mayor dimensión unida a otras cepas, siempre autóctonas, que le aportasen nuevos matices y que le dieran a los vinos de O Rosal una categoría mayor de la que ya tenían de por sí». De la aplicación estricta de ese dogma nace el vino que toma el nombre de la bodega, y de los matices visuales, olfativos y gustativos de éste, la reafirmación en esa filosofía y la apuesta inequívoca por otras variedades autóctonas y singularísimas: treixadura, loureira, felizmente recuperada, y caíño branco, especialmente. Utilizadas ambas en proporciones «adecuadas» como complemento del 70% del aporte de albariño dan como resultado la excepcionalidad de este Rías Baixas polivarietal, efectivamente, pero también excepcional por la riqueza de sus matices, más sorprendentes todavía en el Terras Gauda Etiqueta Negra que estos días llega al mercado tras una enriquecedora estancia en madera -entre tres y cinco meses- que, en busca de la más alta nobleza, siempre ha de ser roble francés y de un solo uso. Todo un lujo, por supuesto. En los planes de la dirección técnica de la bodega está avanzar en la elaboración de otros polivarietales, pero invirtiendo las preponderancias de las castas en favor del caíño branco, que sería entonces principal, relegando al albariño al papel de complementario. Seguramente será para celebrarlo. Y será, además, pronto. Pero en ningún caso ocurrirá lo mismo con la loureiro, muy débil en estructura y pobre en graduación alcohólica como para soportar tanto protagonismo. Terras Gauda, sin duda la bodega con mejor imagen entre las de la denominación de origen Rías Baixas, pero también puntera por su volumen de ventas -1,4 millones de botellas con la cosecha de este año-, sustenta su éxito en esas convicciones, pero también en la investigación, aspecto que merece ser tratado aparte, y en la ilusión y la tenacidad de un equipo joven, pero clarividente en los aspectos técnicos y comercial, en cualquier caso bajo la tutela de Enrique Costas Rodríguez, su consejero delegado. En el último año logró un crecimiento del 26% en sus ventas en el mercado exterior, con avances importantísimos en Estados Unidos, Argentina y Noruega, en este caso pese a la dificultad añadida que supone el control de su comercialización por un monopolio estatal. Gran Bretaña, Suiza, México, Bélgica, Alemania, Brasil y Canadá siguen siendo sus principales destinos. Y el sudeste asiático (Taiwán, Singapur y Japón¿), primero, y China, después, sus grandes objetivos. Pero no los únicos. Porque en los planes de posicionamiento de la bodega respecto al mercado nacional se apunta la posibilidad de reforzar su presencia comercial con la extensión a otras denominaciones de origen. En el Bierzo, tierra del mencía, ya está desde hace cuatro años, a través de Pittacum. Y a la Rioja sólo hay a un paso. Las perspectivas, en fin, no pueden ser más optimistas para la gran bodega de la Tierra de la Alegría, probable o imaginariamente bautizada así (¿de A Guarda, guarda, gauda, alegría¿?) por los pobladores celtas y suevos que, siglos atrás, decidieron que la ribera del Miño era un excelente lugar para quedarse. El tiempo demostraría que también para hacer buen vino.

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