Diario de León
Publicado por
T. FERNÁNDEZ | biólogo
León

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|||| Es evidente que la Tierra se está calentando y aunque sea difícil predecir sus consecuencias, las predicciones son desalentadoras. Después de aplicar modelos matemáticos a los datos enviados por satélites y recogidos de boyas oceánicas, los científicos concluyen afirmando que la Tierra está desequilibrada térmicamente, es decir, que absorbe más energía de la que retorna al espacio, provocando un efecto invernadero. Este desequilibrio está relacionado con la contaminación y las emisiones de gases de efecto invernadero como dióxido de carbono y metano. Los océanos, que ocupan las dos terceras partes del planeta, se calientan, el agua se dilata y aumenta el nivel de los mares, con unas consecuencias que podrían ser catastróficas si se cumplen los pronósticos que aseguran que a finales de este siglo el agua podría subir hasta siete metros, haciendo desaparecer muchas zonas costeras en las que viven millones de seres humanos. Desde la Revolución Industrial, y especialmente durante el siglo XX, la concentración de gases nocivos ha crecido de forma exponencial debido a la actividad humana (uso de combustibles fósiles, quema de vegetación para ampliar tierras de cultivo). El Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), organismo dependiente de la ONU, encargado de coordinar todos los estudios sobre este tema, ya advirtió en 1995 que el conjunto de evidencias sugiere un cierto grado de influencia humana sobre el clima global. Sin embargo, en el informe elaborado en el año 2001, ya se afirma de forma contundente que es perceptible la acción del hombre en el cambio climático y que el calentamiento global es evidente. De lo que no hay duda es que el clima está cambiando y debemos estar alerta. En los últimos 130 años la temperatura global se elevó 0,6ºC. Desde mediados del siglo XVIII el CO2 de la atmósfera se incrementó en un 30%, el metano en un 150% y el óxido nitroso en un 17%. La última década ha sido la más calurosa de los últimos 500 años y se calcula que a finales de este siglo aumentará entre 1,5 y 4,5ºC, y hasta 8ºC en las regiones polares. Este incremento provocaría variaciones en los regímenes de precipitaciones, con un desplazamiento de las zonas climáticas y agrícolas, así como disminuciones en el rendimiento de los cultivos debido a veranos más secos, tempestades, sequías y olas de calor y de frío más frecuentes e intensas. Los desiertos serán más cálidos, afectando al cada vez más precario abastecimiento de agua en Oriente Medio o África. Como el cambio climático existe y es un problema global, su solución pasa por lograr un acuerdo internacional. Algo muy difícil porque entran en juego los intereses de los países, y mientras que la UE está dispuesta a asumir costes para potenciar la renovación, en Estados Unidos no se quiere oír hablar de reestructurar su industria con tecnologías menos contaminantes. Los que están en vías de desarrollo, por su parte, piden a los más ricos que les apoyen en la financiación de nuevas tecnologías no contaminantes. Es evidente que la única forma de luchar contra el cambio climático pasa por utilizar energías limpias, proteger los bosques, océanos y la capa de ozono. Ahora bien, la humanidad debe escoger entre mantener el actual ritmo de crecimiento económico y reducir las emisiones atmosféricas (para ello hará falta la nuclear porque con las renovables no será suficiente), o apostar porque prevalezca el medio ambiente sin caer en los riesgos de la energía nuclear, lo que supone renunciar al bienestar asociado a un consumo cada vez mayor de energía y poner en marcha sistemas menos dependientes del transporte. Existe una posición intermedia, que defiende fomentar el ahorro, sustituir los combustibles fósiles por energías limpias y utilizar la energía nuclear sólo como energía de transición, limitada al objetivo de proteger el medio ambiente.

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