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Publicado por
M. A. PÉREZ | bióloga
León

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|||| Es muy dudoso relacionar la quema de combustibles fósiles con el calentamiento global. Pensemos en la evolución de la temperatura. La Tierra parece estar calentándose pero se desconoce cuánto, por cuánto tiempo y si se trata de un cambio inusual o se produce de forma periódica por razones naturales. Además, las previsiones de los científicos están basadas en simulaciones por ordenador, lo que las convierte en especulativas y dependen de muchos supuestos que son fácilmente debatibles. En 1998 se dio a conocer un estudio que creó la alarma en todo el mundo y sirvió de base para que el IPCC justificase Kioto. Se trata del gráfico del «palo de jockey», desarrollado por el científico Michael Mann, que recibe ese nombre porque, al estudiar la temperatura del último milenio describe una evolución plana que se rompe repentinamente en el siglo XX, momento en el que la temperatura aumenta de forma significativa. Sin embargo, antes de darse a conocer, los científicos coincidían en que la Tierra había sufrido grandes variaciones de temperatura incluyendo un periodo medieval cálido (los vikingos cultivaban tierras en Groenlandia), al que siguió un pequeño periodo glacial, en el que el Támesis se congelaba a menudo. En el año 2003, los científicos demostraron que el trabajo de Mann contiene errores de cotejo, extrapolaciones injustificables, datos obsoletos y cálculos erróneos, lo que significa que siguen existiendo razones para dudar de las alarmas existentes sobre el calentamiento global. Hace unos meses, The Wall Street Journal publicó el artículo «Kioto de forma gradual», en el que se afirma que los modelos por ordenador que predicen el cambio climático sugieren que la atmósfera superior se debería haber calentado de forma significativa en las últimas décadas. Sin embargo, los datos recogidos por satélites y globos aerostáticos contradicen esa predicción. El periódico neoyorkino también hace referencia a la reducción de la masa de hielo antártico y el aumento del nivel del mar. Recuerda, que los datos más recientes sugieren que el hielo se está haciendo más grueso y que las temperaturas están cayendo en la mayor parte del continente. Afirma, además, que cada vez más científicos aseguran que las variaciones en la radiación solar se deben a los ciclos solares y a nuevas teorías sobre los rayos cósmicos. Que el hombre contribuya al efecto invernadero no significa que las actividades humanas influyan decisivamente en el incremento de la temperatura. Según los expertos, el efecto invernadero participa en el calentamiento del planeta en 153 vatios por metro cuadrado, de los que 150 se deben al vapor de agua y el resto a gases como el CO 2 . Es decir, sólo una pequeña parte del CO 2 que hay en la atmósfera tiene su origen en la actuación humana. Es cierto que las empresas contaminan y hay que tratar de reducir ese impacto, pero no se puede afirmar que 6.000 millones de toneladas de CO 2 procedentes de las actividades humanas influyen en el cambio climático, cuando en la atmósfera hay 750.000 millones. Además, la mitad de ellas es absorbida por las plantas y los océanos. Por tanto, el peligro no está en 3.000 millones de toneladas (la mitad a su vez se debe a agricultura y ganadería), cuando al año se emiten más de 180.000 millones (respiración, vegetación, océanos). Tampoco hay que olvidar que cada 100.000 años hay eras glaciares y la última se remonta a hace 115.000. Además, antes de las edades de hielo la Tierra se calienta y son normales las sequías e inundaciones, tal y como sucedió hace 4.200 años cuando se colapsó el imperio egipcio. Por tanto, aunque el planeta es un poco más cálido que hace un siglo, nadie sabe a ciencia cierta por qué. Y si la quema de combustibles fósiles fuese culpable, la diferencia sería escasa. La aplicación del Protocolo de Kioto, que supondrá a los países miles de millones de euros de inversión, solo traerá consigo daños a la economía global, especialmente a los países en desarrollo.

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