Diario de León

De la princesa Elvira y otras bravas insignes

La Dama de Arintero tuvo correligionarias que, en la misma época, lucharon para defender sus derechos y sus familias

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CRISTINA FANJUL | texto
León

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Durante la Edad Media, la guerra era una actividad dedicada de manera exclusiva a los hombres. Los escasos casos que se conocen de mujeres se producen casi siempre debido al hecho de que los hombres, por cobardía, renuncian a su papel de defensores. Tal vez por eso existen más casos en los que las mujeres se ven obligadas a luchar de manera colectiva, con el fin de no terminar como botín de guerra. La historiadora Margarita Torres ofrece numerosos casos de mujeres que, por azar del destino o para defender sus derechos o sus vidas, se vieron forzadas a vestir la coraza. Entre estos casos, destaca el de Yamilah, hermana del emir de Mérida, apodado el gallego , por su posible ascendencia cristiana. Yamilah huyó a la España cristiana junto a su hermano y se puso a las órdenes de Alfonso III. Poco tiempo después el emir muere y Yamilah queda en manos de los condes cristianos. «Se la rifaban, y no estoy hablando en términos metafóricos, porque esta joven musulmana sabía montar a caballo, tirar con arco y luchar con lanza y espada. Habría sido una gran guerrera», manifiesta Torres Sevilla. Al final, Yamilah se casó con el conde don Pedro y fue la madre del arzobispo de Compostela. Famosa también, esta vez del lado cristiano de la frontera, fue la princesa Elvira, hija de Ramiro II de León y tía de Ramiro III, del que fue tutora. Elvira fue obligada a tomar los hábitos y a ingresar en Palat del Rey. Sin embargo, al atacar los musulmanes Medinaceli, se presentó en el campo de batalla vestida de guerrera y obligó a los nobles allí reunidos a que le besaran los pies (símbolo de la sumisión), tras lo cual lideró las tropas y consiguió vencer la batalla. Soltaos el pelo Otro caso peculiar es el de la reina Figelhaita de Sicilia. Esta reina era vikinga o normanda y tenía un cuerpo de guerreras con el que acudía a la batalla con el fin de estar cerca de su marido. Fue además la madrastra de Bohemundo de Taranto, caudillo de la primera Cruzada. Los libros refieren también la historia según la cual el rey godo Teodomiro obligó a las mujeres a soltarse el pelo (característica masculina) con el fin de que los musulmanes que intentaban tomar la plaza pensaran que el ejército era mucho mayor. Así, el rey colocó en primera fila a los hombres, a continuación dispuso en posición erguida los cadáveres de los soldados y en tercer lugar situó a las mujeres disfrazadas. De esta manera, Teodomiro consiguió que los árabes pactaran unas condiciones beneficiosas para los cristianos. Por último, cuando los almohades trataron de arrebatar la ciudad de Marraquech a los almorávides, los guerreros huyeron y abandonaron a su suerte a la población civil. Fueron las propias mujeres las que, disfrazadas de hombres, defendieron la ciudad.

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