Diario de León

Las chicas son guerreras

Casi todas las culturas han creado su propio arquetipo de mujer combatiente y aguerrida, y no sólo bajo el disfraz de varón, sino también como colectivo salvaje, al estilo de las amazonas, y siempre bajo un halo de leyenda que las situaba a med

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E. GANCEDO | texto
León

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Un simple vistazo a cualquier compendio de Historia Universal nos revela que todas esas múltiples, continuas y cada vez más sangrientas guerras, combates, asesinatos, holocaustos y magnicidios que salpican página tras página son, muy habitualmente, provocados por hombres: reyes, guerreros, soldados o usurpadores que aparecen empeñados en eliminarse mutuamente y en hacerse con los métodos más efectivos para cargarse a la mayor cantidad posible de semejantes. Por eso se ha dicho alguna vez que si fuera la mujer en vez del macho la que hasta ahora hubiera dominado el mundo, todo ello habría cambiado en favor de la ternura, la compasión y el amor. Pero, bien porque el ser humano, en el fondo y pese a quien pese, es siempre el mismo independientemente de sexos, o porque las féminas tuvieron que abrirse paso en medio de un ambiente decididamente hostil, lo cierto es que todas las culturas han modelado su propio arquetipo de «mujer guerrera», rompedora de tabúes, igualadora de estatus, tan atrayente como prohibida, y, por qué no decirlo, con un punto de morbo muchas veces explotado por la literatura, el mito, el cine o la televisión. En algunos casos sobre bases imaginarias, en otros sobre acontecimientos reales luego magnificados y convertidos en leyenda, las Dama de Arintero, Mulan, Juana de Arco y compañía han quedado plasmadas en la retina o en el imaginario colectivo de innumerables generaciones. El rastro de las amazonas Quizá las más conocidas de entre ellas sean las amazonas. Según la leyenda, su pista arranca en la batalla de Termodonte, cuando los griegos salieron victoriosos de un combate contra esas extrañas mujeres, hijas del dios de la guerra, Ares, y de la ninfa Harmonía. Las prisioneras fueron llevadas a los navíos, pero en alta mar se sublevaron y mataron a todos los hombres. Desconocedoras de las artes de la navegación, estuvieron a la deriva y llegaron a las costas del mar de Azov, donde habitaba el pueblo de los citas. Inicialmente las amazonas consiguieron robarles los caballos, pero los citas acabaron venciendo. Sólo cuando vieron muchos de sus cuerpos sin vida se dieron cuenta de que habían estado luchando contra mujeres. Pero, llevados quizá por sus instintos, decidieron no diezmarlas, sino más bien el contrario: proporcionarles campamentos junto a los jóvenes de la tribu para «incentivar» su emparejamiento y así ver nacer a guerreros muy superiores físicamente. Pero las amazonas, amantes de su libertad, los vencieron por sorpresa para a continuación partir e irse a vivir más allá del río Tanis (actual Don). Las amazonas son, pues, el primer y más persistente mito de mujeres en libertad viviendo en comunidades. Los mitos irlandeses y los autores latinos nos muestran muchos ejemplos del valor de las aguerridas mujeres celtas, legendarias o no. El héroe Cuchulainn fue adiestrado por una de ellas, Scathach, que moraba en la Tierra de las Sombras (isla de Skye) donde enseñaba a los héroes jóvenes que la visitaban artes muy variadas, tales como hechizos infalibles para la lucha y estrategias combativas. Julio César, buen conocedor del pueblo galo, escribió: «Una hembra celta iracunda es una fuerza peligrosa a la que hay que temer, ya que no es raro que luchen a la par de sus hombres, y a veces mejor que ellos». Plutarco, en su tratado sobre las virtudes femeninas, cuenta varias anécdotas sobre las mujeres celtas: una de ellas, por nombre Kinimara o Chiomara, esposa de Ortagion del pueblo de los gálatas, fue capturada por los romanos, el centurión de los cuales llegó a violarla. Tras su rescate le informó a su marido de que había sido ultrajada, presentándole al mismo tiempo la cabeza del romano violador. Y también hay que subrayar aquí la fuerza guerrera de la que hacían gala las antepasadas leonesas de la Dama de Arintero. El geógrafo Estrabón, refiriéndose a las tribus que habitaban nuestra montaña, habla del gran valor tanto de mujeres como de hombres, comparando de manera explícita a las señoras de la región «con las mujeres de los escitas», que eran excepcionalmente guerreras.

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