Diario de León

El Emperador echa el telón tras 55 años en escena

El Emperador situó a León en el circuito nacional de las grandes representaciones teatrales desde que levantó el telón el 22 de septiembre de 1951 con la revista «Sueños de Viena». Después de 55 años, sus últimos espectadores verán caer el teló

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Juan Vázquez
León

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«En el teatro todo es una trampa, todo es mentira», comenta Tino González Muñoz, el alma del teatro Emperador, al que ha dedicado casi 49 años de su vida, aunque si nadie lo remedia, la gran sala de León se enfrentará a la cruda realidad de su cierre definitivo cuando el martes caiga para siempre el telón con la escena final de la película Cinema Paradiso, seleccionada con toda intención para cerrar el ciclo de cine con entrada gratuita con el que la empresa Elde ha querido que el Emperador se despida de los leoneses. «Está viniendo mucha gente; yo creo que más por estar una vez más en el teatro que por ver las películas, porque quien más o quien menos, todo el mundo en León tiene recuerdos muy ligados a él», dice. Pero quien más recuerdos tiene es seguramente el propio Tino, que prácticamente ha pasado toda su vida en la Empresa Leonesa de Espectáculos (Elde) y en el Emperador. «Empecé a los siete años vendiendo caramelos con mi hermano en el teatro Principal; nos daban el siete por ciento. Cuando inauguraron el Trianón, que lo construyeron por el tirón del Emperador, me ofrecieron el diez por ciento y para allá me fui. Después, porque no tenía ni la edad, empecé de botones en Elde, que me hicieron un uniforme precioso, que parecía un almirante; por eso yo siempre digo que aquí empecé de ojales, que es menos que botones», explica Tino mientras hace de guía en un recorrido por las entrañas del teatro, llenas de vericuetos ocultos para el espectador. «Llevo aquí casi cincuenta años y estoy seguro de que hay algún rincón en el que todavía no he estado, y eso que he intentado estar en todos», asegura. Paradójicamente, pese a haber pasado toda su vida en el teatro, Tino tiene auténtico pavor a aparecer en público, e incluso hubo que recurrir al chantaje emocional de la amistad y del cierre del Emperador para que accediera a participar en este reportaje. «Imagínate que incluso cuando tengo que salir en una obra para hacer algo en el escenario, aún sabiendo que la gente no me verá más que como a una sombra, siempre me cubro con un capillo de papón», comenta. Tiempos de esplendor Mientras el Emperador se dispone a acoger el último acto, Tino recuerda con nostalgia los tiempos de esplendor, cuando Elde tenía en León diez salas y 178 empleados, o cuando el Emperador se enfrentaba con orgullo al entonces pujante cine y dedicaba 200 días al año a las representaciones. «León estaba en el circuito de las grandes compañías por el atractivo del Emperador, porque había pocos teatros de la categoría de éste en capitales de provincia, y menos en ciudades del tamaño que entonces tenía León», explica Tino, que recuerda los grandes espectáculos de zarzuela con más de cincuenta actores que se quedaban quince días en León. «Se llegó incluso a poner un título por la tarde y otro por la noche», dice. Prácticamente todos los grandes de la escena nacional y del espectáculo desde mediados del siglo pasado pisaron el escenario del Emperador, y muchos de ellos eran habituales. «Marisol, Raphael, Ángel de Andrés, Juanito Valderrama, Pepe Blanco, Dolores Abril, Toni Leblanc... miles. Han venido prácticamente todos, y muchos eran asiduos. El trío Zorí, Santos y Codeso vinieron cada año durante cuarenta años, y tenían un éxito tremendo. Y ahora también ocurre con Pedro Osinaga, que lleva viniendo mucho tiempo y en León tiene un cartel, o Joaquín Crémer, que aquí tiene su público asegurado», explica Tino. El alma mater del Emperador recuerda también los grandes montajes, como el de Yerma, de Nuria Espert, para el que hubo que retirar dos filas del patio de butacas porque no cabía el gran armazón del decorado, o el de El diluvio que viene, para el que también tuvieron que quitar la primera fila porque no entraba el barco que traían. «Porque en el teatro todo es una trampa, todo es mentira», comenta Tino mientras muestra el gran espacio entre bambalinas detrás del escenario, donde se montan los decorados de cartón piedra. «Cuando llega una compañía vienen aquí y empiezan a medirlo a pasos; siempre les parece pequeño. Ha habido veces que hemos gastado hasta veinte kilos de puntas para clavar en el suelo las tramoyas que traen; por eso las compañías de teatro de siempre quieren teatros, y no auditorios, porque en un auditorio en seguida les dicen; no, aquí no se puede clavar nada, o no ates ahí eso, que se estropea. Un auditorio es un auditorio, y esto es un teatro, concebido para el teatro», dice. Todo como el primer día Tino nos muestra otro de los rincones ocultos del Emperador, el guardarropía, una sala empapelada con carteles de obras y películas en las que se almacenan cientos de enseres que una compañía puede reclamar para poner en escena su obra: muebles, pistolas, puñales, espadas, jaulas de pájaro, o cientos de botellas de todo tipo, algunas auténticas reliquias. «¡Anda, mira! ?exclama Tino cogiendo un botellín de cristal lleno de relieves? Éste es de Orange Crush, que era la naranjada que había en los años cincuenta». Y es que el Emperador evoca épocas pasadas en cada uno de sus rincones, en buena medida porque sus propietarios han querido mantener ese sabor, desde la gran araña de cristal de roca que cuelga del techo, de la que, por cierto, no es cierta la leyenda urbana que dice que un trabajador murió al caer cuando la instalaba. «Pesa 1.400 kilos, y cada dos años se baja con un cabestrante para limpiarla y reponer las 32 bombillas. Sólo bajarla lleva tres cuartos de hora», dice Tino, que explica orgulloso que todo en el teatro se repone para que siga igual que el primer día. «Cuando se rompe un cristal, que son labrados al ácido y con el logotipo, encargamos otro exactamente igual, y lo mismo con la pintura, que es al óleo y con mucho pan de oro, y cuando hay que pintar se hace exactamente igual, aunque cuesta un dineral». Las butacas incómodas Por este esfuerzo Tino se muestra molesto cada vez que escucha que las butacas de madera tallada del Emperador son incómodas. «Cuando se restauraron hace unos años, desmontar cada butaca, restaurarla y limpiarla costó 40.000 pesetas, y comprar la mejor butaca nueva en aquel momento hubiera costado menos de la mitad, pero al entrar en la sala el efecto hubiera quedado faltal. Por supuesto que las butacas pueden ser algo incómodas, fundamentalmente porque hoy la gente es más alta que hace cincuenta años, pero tampoco es para tanto, y éstas son las butacas del Emperador». Lo único que no se repuso del decorado original fue la gran alfombra que curía las escalinatas del teatro sujeta con pasadores dorados en cada escalón y con el escudo de la empresa bordado al pie de la escalera. «Cuando hace unos quince años la alfombra estaba tan desgastada que hubo que retirarla, se pidió presupuesto para una exactamente igual y era tan especial que hubieran tardado meses en hacerla y costaría más de catorce millones de pesetas, explica Tino para justificar que no se hiciera. Y es que el Emperador nació suntuoso, hasta el punto de que la empresa se declaró en quiebra al poco tiempo de su inauguración por los enormes gastos que afrontó. Tino recuerda que tras la bancarrota se hizo cargo de Elde una gran constructora de la época, Gargallo, que se la traspasó a los predecesores de los actuales gestores porque tenían experiencia con la gestión de cines y teatro en Madrid. «En esta empresa sólo he hablado de dinero una vez, que entré en el despacho del gerente, Laureano García Ventura, que llegó a ser general de división, para pedirle un aumento porque me iba a casar. Me dijo que no me casara, que él me daba a su mujer, el coche y un millón de pesetas. Después me dijo que enhorabuena y que me doblaba el sueldo», asegura Tino. Durante más de medio siglo, el Emperador fue el gran escenario de la ciudad, y no sólo para ir a ver, sino para dejarse ver. «Los palcos están muy bien para dejarse ver y mirar cómo va éste o aquella, pero para ver la obra, nada, primero porque la ves de lado, y luego porque estás sentado en una silla, y eso sí que es incómodo», comenta Tino. Y es que el teatro Emperador fue concebido y mantenido para que fuera un escenario del glamour, de las estrellas. Por cierto, que después de conocer a la mayoría, Tino confirma el tópico de que los grandes del espectáculo suelen ser gente especial y muchas veces caprichosa. «Es muy habitual que la gente del teatro te exija que no haya absolutamente nada amarillo en el escenario, y también están los que piden dos docenas de rosas rojas en su camerino. ¡Y que no se te ocurra poner claveles en lugar de rosas!», comenta. Pero los actores son humanos ?a veces demasiado? y el Emperador también tuvo que suspender la función en varias ocasiones, prácticamente siempre por enfermedad de uno de los protagonistas de la obra. Tino recuerda una ocasión en la que no se llegó a suspender, pero se llevaron un buen susto cuando a Rafaela Aparicio, ya mayor, «le dio un pampurrio entre una función y otra». También vivió el teatro la censura durante el franquismo, cuando las compañías tenían dos vestuarios, uno más recatado, con el que se hacían las fotos que se presentaban al censor, y otro más corto con el que actuaban las actrices: «Cuando veíamos que venía a la representación el censor, que creo que se llamaba Crespo, avisábamos a la compañía para que se pusieran el vestuario oficial, y no es que el otro enseñara nada, no te vayas a creer», advierte Tino. Pese al cine, el deuvedé o los televisores, Tino destaca que el teatro sigue teniendo una gran demanda en León, y recuerda que en las pasadas fiestas de San Juan se llenaron las representaciones de Osinaga y Joaquín Crémer, el espectáculo de Hombres y mujeres.com y el montaje que trajo Pablo Carbonell. «En San Froilán íbamos a programar teatro, pero las tres compañías que teníamos nos acabaron fallando porque León no les encajaba en los itinerarios de sus giras», explica Tino, que es tajante al asegurar que «León quiere teatro, lo que pasa es que no puedes programar teatro todas las semanas, porque eso no hay bolsillo que lo aguante», dice. De Heston a Mortensen Su medio siglo en la empresa le ha dejado a Tino una colección de programas de mano de teatro desde 1927 y miles de programas de cine, porque el Emperador también fue la gran sala de cine de León. «En la época dorada, entre los años cincuenta y setenta, para el miércoles ya se agotaban las entradas para el fin de semana», comenta. Tino repasa títulos que hicieron época, como Los diez mandamientos, con Charlton Heston, o más recientemente E.T, que estuvieron un mes en la cartelera; en cualquier caso, no recuerda que el Emperador haya vivido en su más de medio siglo de historia una atracción de masas como la del pasado septiembre, cuando el actor de Hollywood Viggo Mortensen acudió a la sala junto al director Díaz Yanes y la actriz Elena Anaya para la presentación de la superproducción española Alatriste. Los tres escribieron el último episodio de gloria del Emperador y ya son parte de la historia de la sala, y para que así conste se colocaron placas sus nombres en las butacas que ocuparon esa noche.

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