Diario de León

Nieves González: «Di mucho comomaestra, pero también recibímucho»

«Sin duda, sería maestra; siempre me gustó enseñar pero también necesitaba que me quisieran a mí»

JESÚS

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VICENTE PUEYO | texto
León

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Y algunos días, cuando se ensancha la tarde en la que hoy es su casa, -la Residencia Alborada de San Andrés-, Nieves abre la caja del tesoro y saca los viejos libros escolares, milagro de laboriosidad y color. Y viaja con ellos, sin moverse, hacia San Tirso, en tierras del Bierzo, o hacia Barniedo, en las Tierras de la Reina, o hacia Villaturiel, o hacia Valderas, última etapa antes de llegar a Madrid, parada y fonda de su larga actividad como maestra. «Sí, desde luego, si volviera a nacer sería maestra; siempre me gustó enseñar. Pero, junto a eso, había también la necesidad de que me quisieran a mí. Di mucho y recibí mucho». Nieves González Marcos, tiene 95 increíbles años. Su salud insultante, su prodigiosa memoria y su saber estar en el mundo le permiten contemplar la vida con curiosidad juvenil y con ese orgullo insuperable que da el deber cumplido, y muy cumplido. «Nunca he estado enferma; soy la única de la residencia que no tomo tabletas, ni aspirinas. Hace poco fui al médico a una revisión y me fue preguntando: ¿Colesterol? No tengo. ¿Ácido úrico? No tengo. ¿La tensión? Bien... y así todo. Entonces el médico se levantó y me dijo: haga el favor de sentarse en mi sitio y yo me voy al suyo y le voy a decir todo lo que tengo yo...». Hay en la vida de Nieves, desde muy niña, como una oscilación constante entre lo negro y lo blanco, entre la tragedia y la luz esperanzada. Nada fue fácil: «Tenía yo un año y dos meses cuando murió mi padre y mi madre estaba embarazada de siete meses. Nos quedamos dos criaturas con mi madre y mi abuela. Pero es que, cuatro años después, murió mi madre. Desde que murió mi padre, siempre estaba con su angustia, luego dicen que si se muere de angustia...». - Calamidad sobre calamidad... - «Sí pero es que eso no acabó ahí porque, pocos meses después de morir mi madre, murió también mi hermanín... Al final me quedé sola con mi abuela y con mi tía». El magisterio de la vida fue duro, y hasta cruel para Nieves que fue forjando un carácter fuerte, independiente y resuelto. Su abuela y su tía decidieron llevarla a vivir con sus padrinos que no tenían hijos y, además, le podrían dar «una carrera». «Yo no sabía qué era eso de una carrera, en realidad estuve diez años sin saberlo, pero aquello de la carrera se me quedó muy dentro». Aquel capítulo se cerraría pronto pues su madrina (su marido andaba siempre de viaje) descargó en Nieves sus frustraciones. «Cuando salíamos les decía a las otras niñas que yo era «su hija», pero yo decía que no: «La nena no tiene mamá; la mamá de la nena está en el cielo; tú eres mi madrina». A ella esto le sentó fatal y al llegar a casa recibí la primera paliza de mi vida. Me pegaba pero yo no lloraba y eso la enrabietaba más; creo que allí aprendí a no llorar». Volvió de nuevo con su abuela y con su tía sin dejar de pensar en aquello de «la carrera», una especie de desconocida caja de Pandora capaz de resolver todos los problemas. - ¿Quiénes fueron sus primeros maestros? - «La primera maestra fue doña Aurea; fue para mí una verdadera madre. El colegio estaba donde antes estaba la normal de maestras, cerca de la plaza del Mercado. Iba con mi prima y allí hice las primeras amigas. Pasado el tiempo una amiga, que se llamaba Gabriela Franco, cuando llegaron las vacaciones, me dijo: 'la semana que viene ya no puedo salir a jugar porque voy a ir otro colegio y antes tengo que dar clases con un profesor y en ese colegio me van a dar una carrera...'. Yo le pregunté si sabía qué era eso y me dijo: 'pues estudios, y así mi madre no tiene que pagar los libros ni nada'. Me fui a casa y estuve toda la noche sin parar de pensar en eso». Aquella obsesión por «la carrera», que era la puerta al mundo adulto, acabaría llevándola hasta la Escuela de Artes y Oficios Sierra-Pambley gracias a un tesón inquebrantable. Sin decir una palabra a su abuela había conseguido participar de las clases particulares que recibía su amiga y, tras convencerla con infinitas artimañas de que necesitaba, sin explicar para qué, una «partida de nacimiento», logró matricularse para el ingreso en Sierra-Pambley. «El día del examen fui, sin decir nada, con mi amiga y con su madre que tampoco sabía nada. Cuando me llamaron, me metí al aula sin que se diera cuenta la madre de mi amiga Gabi. Total que mi tía me andaba buscando y acabó allí y el bedel le dijo: ¿Nieves González? Sí, ha presentado la solicitud y está dentro examinándose... Y mí tía, casi llorando, ¡Dios mío, y con el vestido de todos los días!. Por la tarde nos dieron los resultados y yo era de las primeras. Me fui a casa corriendo y gritando; ¡abuelita, abuelita que me van a dar una carrera!». - Era usted una jovencita de genio y de ingenio... - Pues sí, sobre todo genio, para ser tan pequeñaja... En aquella escuela pasé unos años felicísimos porque todos se portaron de maravilla y me encantaban mis compañeras; el cariño era para mí una completa necesidad. Recuerdo al director, que era don Vicente Valls y Anglés, y a la profesora María Pedrosa, que era muy recta. Con ella no había retrasos, cuando daban las campanadas de la Catedral entrábamos al colegio; creo que desde entonces nunca llegué tarde a ningún sitio. A los chicos allí les enseñaban un oficio y a las chicas las preparaban para que pudieran hacer una carrera; yo empecé Magisterio y a los 18 años ya era maestra»; (después de compaginar el último año con su trabajo en una librería donde llevaba la contabilidad). Hace pocos días Nieves volvió a lo que es el Museo Sierra-Pambley y se encontró colgada una fotografía idéntica a la que ella guarda con mimo en su habitación: un grupo de escolares con sus profesores. Hablamos de los años veinte; Nieves es historia viva de una institución cuya labor marcó a varias generaciones de leoneses. San Tirso y Lamas, dos pueblecitos bercianos que compartían escuela, fue su primer destino. «A la maestra anterior la habían echado porque la escuela estaba abajo, en San Tirso, y los de Lamas le dieron un jamón para las clases se dieran arriba. Y lo hizo pero vinieron las rencillas. Al día siguiente los de San Tirso le ofrecieron dos jamones para que volviera y al final se organizó un lío y la echaron. Había nueve chicos en total; lo primero que hice fue cambiarles el aspecto, las chicas iban con aquellas faldas... les mandé a comprar telas a Villafranca y, como yo sabía corte y confección, les orienté para hacer algunos vestidos. Allí sólo estuve dos meses». - Y luego a Barniedo... - «Eso es. Aquello era precioso y la gente completamente distinta, cariñosos y con afán de aprender. Estuve año y medio con cerca de 60 chicos y chicas, todos juntos. Y también di clase a adultos. Allí me volqué, conseguí movilizarlos para hacer cosas. Hicimos una función para sacar dinero para comprar una biblioteca y no sé cómo al poco tiempo el Ministerio envió un gran lote de libros. Los inviernos eran duros y nos reuníamos las mujeres a coser y a los chicos les leía cuentos... sí era como un filandón. Un tiempo más que feliz». Nieves saca otra de sus reliquias. Una poesía que, al poco de llegar, le dedicó «la juventud de Barniedo»: Altiva, graciosa, enhiesta/ dándole al placer, placer/ vino una gentil mujer/ a coronar nuestra fiesta. Imposible resumir tanta peripecia. Después de Barniedo, Villaturiel. «¡Voy a llenar de amor el corazón de unas niñas. Y de ideas y de conocimientos su inteligencia...!» dejó escrito al recordar su primer día de clase en este pueblo. Allí tuvo su primer novio, el médico. «Me lo mató la guerra, estábamos a punto de casarnos, pero dejemos la guerra...». Ya después de la contienda y, con la vista puesta en Madrid, aún estuvo un año y medio en Valderas. De Valderas, a un Madrid que intentaba recuperarse de la hecatombe. Allí empezó trabajando en un colegio del pueblo de Vallecas y conoció al que sería su marido, también profesor y fallecido hace cuatro años. Había que buscar la peseta donde fuera y a través de una compañera, se encontró dando clases particulares, durante un año, a Leonor, la nieta de Juan March, fundador de una dinastía de película, que fue llamado «el último pirata del Mediterráneo». «A veces iban a jugar con Leonor las nietas de Franco; la verdad es que nunca me aproveché de esas relaciones». Nieves y su esposo se jubilaron a los 65 años después de haber hecho algunos ahorros y tuvieron tiempo de disfrutar viajando por toda Europa. Fue la parte dulce de una vida densa en la que nada se dio gratis. Una vida apenas atisbada aquí pues, con Nieves, nos subimos a un otero muy alto.

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