Cerrar

Tres días y tres noches... Beijing

El mundo sin fronteras. Beijing, la Capital del Norte en la China milenaria. Doce mil kilómetros y catorce horas de vuelo. El viajero desembarca, atónito, en el antiguo imperio del Hijo del Cielo. La realidad es lo que hay... más lo posible

Majestuosa estampa pétrea del Barco Eterno, se diría presto a zarpar

Publicado por
JAVIER FERNÁNDEZ | texto y fotos
León

Creado:

Actualizado:

Caía la noche sobre Beijing cuando los viajeros, somnolientos y desconcertados, ponían pie a tierra en la milenaria Capital del Norte. ¡Ni hao! . Como en un déjà vu -se lo había contado Bertolucci- los recién llegados creyeron revivir la magia de la seducción junto a Pu Yi; aquel último morador de la Ciudad Prohibida que, al viajero, se le antoja hoy tan inalcanzable como cercana... en una suerte de conocimiento ignoto. Y es que, lo de Beijing (Pekín, como se conoció siempre en el saber de los occidentales), resulta ser todo un ejercicio de seducción: grandes avenidas, edificios occidentalizados y, en el fondo, la ilusión de encontrarse, a la vuelta de cualquier esquina, con el espectro de la cultura preservada. No es tanto así... aunque pudiera. Alguien dijo, alguna vez, que cada país tiene su propio olor; de otra manera, no sería un país... sólo un lugar. No es el caso de Beijing. Beijing huele agridulce... a boniato asado sobre lecho de carbón, en hojalata requemada, atemperando las manos y el ánimo de los transeuntes en una fría, casi gélida, mañana de noviembre. Con un sol ora enturbiado por la bruma otoñal, ora luminoso en reflejos ocres. El ocre es el color de Beijing, como el bermellón en sus símbolos. Como el inabarcable lago del Palacio de Verano. Recortando su inmensa figura, el majestuoso contorno pétreo del Barco Eterno. Varado durante siglos, y tan real, que parece dispuesto a zarpar en cualquier instante; cuando la imaginación del viajero dé rienda suelta a sus ilusiones. Sobre el tiempo detenido... China. Y como telón de fondo... la masa ingente de cientos, miles, de paseantes. Inmensa, inabarcable en su extensión... y en sus gentes. China se ofrece a los ojos del viajero, y al objetivo de su cámara, como un abigarrado mosaico de culturas donde hoy conviven las milenarias tradiciones -que tanto subyugan al visitante- con unos modos, y modas, cada vez más cosmopolitas hasta fundirse, y confundirse, con una realidad que se antoja irreal. Despunta la mañana. A las 9 horas, 55 minutos y 43 segundos (la hora de la Serpiente), sobre las losetas de lo que se ha dado en llamar «el vasto desierto pavimentado en el corazón de Beijing», donde Mao presidía desfiles de un millón de personas, Tiananmen parecer no terminarse nunca. Faltan 628 días... para la cita olímpica. Allá a lo lejos, sumergida entre la bruma -también bajo la cúpula de un cielo polucionado- se recorta la silueta que tanto nos desvelara Bernardo Bertolucci en las magistrales imágenes que han acabado por convertirse en la postal imprescindible para quienes pretendan asegurar... «yo estuve allí». Recortada bajo la sombra de Pu Yi, la Puerta de la Paz Celestial, la Ciudad Prohibida (Zijin Cheng), se muestra pletórica en su magia. Acceso vedado durante quinientos años al común de los mortales, que pagaban con la cabeza su osadía, un mero billete permite hoy a viajeros de todo el mundo aventurarse por el vasto «imperio» que habitara El último Emperador , el último Hijo del Cielo. ¿Qué queda hoy de aquel último Emperador de la China? Para los estudiosos, su nombre oficial: Hsuan Tung del Gran Qing (se pronuncia Ching , la «q» equivale a nuestra «ch») unido a los truculentos avatares de su apasionante trayectoria vital. Para el común de los mortales, quienes sólo lo conocemos por su nombre de pila gracias a la magistral cinta de Bertolucci, la magia de una China milenaria y difuminada en el tiempo... China, 1908. Pu Yi, un niño de tres años, es arrancado de los brazos de su madre y conducido a la Ciudad Prohibida para convertirse en el Hijo del Cielo. Al poco, se proclamará la república y el niño Emperador, prisionero en el recinto de su propio Palacio Imperial, se convertirá en mera figura decorativa. Comenzaría así una nueva era para China y para Pu Yi... el exilio (Emperador del Estado títere de Manchukuo), la guerra chino-japonesa, la cárcel y el olvido... Para, finalmente, acabar trabajando como jardinero en los palacios desde los que Pu Yi había gobernado el gran imperio chino. Lo demás, queda a la imaginación del espectador... Excelente compañera de viaje -la imaginación- cuando lo que se pretende es sumergirse en las vivencias y hasta, si me apuran, asumirlas como propias. Aunque, si de imaginación se trata, nada mejor que enfrascarse en la fantástica aventura que consagrara definitivamente a Georges Remy (Hergé) y a Tintín (el reportero que jamás escribió una línea ni envió una crónica) como unos de los más sugestivos divulgadores de la China: El Loto Azul , convertido desde hace décadas en lectura de culto para cualquier tintinólogo que se precie. Por mucho que... ni fuese azul ni, posiblemente, nunca estuviese sereno («el Loto está sereno porque su corazón está vacío»). Al final... «ya no escucho el canto del ruiseñor, sólo el graznido de los cuervos...» la Emperatriz viuda, antecesora directa del destronado Pu Yi, ordena a los extranjeros abandonar Pekín en 24 horas... Aunque todo aconseja marcharse, el cuerpo diplomático y un puñado de aventureros, deciden quedarse y resistir, en el Barrio de las Legaciones, hasta que lleguen los refuerzos. Una anécdota histórica relata que los bóxers , practicantes de secretos rituales que los hacían invulnerables a las balas y cuyo principal objetivo era liberar China de la presencia extranjera, dispararon 210 balas; 198... al cielo, para matar a los dioses extranjeros y sólo una docena de ellas apuntaron a los hombres. El 14 de agosto de 1900, una fuerza internacional liberó Pekín tras... 55 días ... de asedio. Como entonces, el extranjero , perdida ya su condición de visitante, y de viajero, abandonaba Beijing...

Cargando contenidos...