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La lluvia ácida es una causa directa de la industrialización

Esta contaminación procede de la actividad industrial y del transporte y su impacto se hace sentir en el suelo, el agua, los ecosistemas, los monumentos y la salud humana

Publicado por
M. M. ALLER | texto
León

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El término lluvia ácida fue acuñado por primera vez en el Reino Unido a mediados del siglo XIX, aunque no fue hasta la década de 1950 cuando se reconoció que se trataba de un problema global creándose en el norte de Europa una red de vigilancia para analizar su impacto sobre los ecosistemas suecos tras constatar la presencia de residuos procedentes, principalmente, de las centrales térmicas británicas. Esta contaminación se produce en las zonas en las que abundan las emisiones de dióxido de azufre y óxidos de nitrógeno, como las centrales que queman combustibles fósiles, las instalaciones industriales (refinerías), el amoníaco procedente del estiércol de las explotaciones ganaderas y, por supuesto, el transporte. Cuando esos gases reaccionan con el oxígeno de la atmósfera y se disuelven en el agua de lluvia dan lugar a ácidos sulfúrico y nítrico que acaban depositándose en el suelo con la nieve, la lluvia, la niebla o el rocío e, incluso, en forma de aerosoles, gases y partículas ácidas, lo que se denomina «sedimentación seca». China, Japón e India son los países más perjudicados debido a que el carbón es su principal fuente energética, seguidos por Estados Unidos y Canadá. En Europa, la lista la encabezan los países nórdicos, Holanda y Reino Unido, mientras que en España, las zonas más afectadas son Galicia, País Vasco y parte de Cataluña. Para medir la lluvia ácida se utiliza la escala del pH. Aunque la lluvia normal es ligeramente ácida (su pH normal es de 5,6) debido a la presencia de CO 2 que al disolverse en el agua forma ácido carbónico, se considera ácida cuando el pH es inferior a 5. Efectos negativos Sus efectos se hacen sentir en el suelo, el agua y los ecosistemas. Al aumentar la acidez de los suelos cambia su composición reduciendo la fertilidad y movilizando metales tóxicos que acaban en las aguas y en la cadena alimentaria, pudiendo llegar hasta el ser humano. Además, los expertos creen que los altos niveles de calcio, potasio o magnesio que se detectan en el agua proceden del suelo. Aunque los musgos y líquenes son las especies más afectadas porque toman el agua de forma directa, la lluvia ácida influye negativamente en el crecimiento de las plantas porque pueden perder las hojas y debilitarse. La mayor concentración de aluminio, por ejemplo, dificulta la fotosíntesis. En los árboles, el lavado de componentes fácilmente solubles en ácido, tanto de las hojas como del tronco, puede aumentar su vulnerabilidad a la presencia de insectos, plagas y enfermedades. Si en el agua se produce una alta acidificación (pH menos de 5,5), el aluminio, muy abundante en rocas, suelo y sedimentos, y hasta entonces insoluble, comienza a disolverse convirtiéndose en tóxico para las especies acuáticas. Crustáceos y moluscos son también muy sensibles porque la fácil disolución del carbonato de calcio dificulta su asimilación. En cuanto a los salmónidos, distintos estudios han demostrado que son sensibles a niveles bajos de pH al afectar a sus procesos reproductivos. En el caso de los lagos situados en terrenos de roca no caliza, el efecto de la lluvia ácida se acrecienta porque, cuando el terreno es calcáreo, abundan los iones alcalinos que neutralizan en buena parte la acidificación. Peces, anfibios y plantas llegan a desaparecer por completo. La salud humana también se ve perjudicada existiendo una relación entre esta contaminación y problemas respiratorios en niños y enfermos asmáticos. La ingesta de alimentos con altas concentraciones de metales tóxicos es nociva. Así, el cadmio se acumula en la corteza renal, llegando a causar lesiones de gravedad; el cobre, diarrea infantil; el plomo, daños cerebrales, especialmente en niños, y el aluminio afecta al cerebro y al sistema óseo, pudiendo causar la muerte en concentraciones elevadas. Edificios, monumentos y esculturas sufren en forma de erosión los efectos de la lluvia ácida, especialmente los que contienen arenisca y caliza. Los materiales de construcción como acero, cemento, plástico o pintura también se ven dañados y cada vez se hace necesario aplicar nuevos recubrimientos anticorrosivos.