Diario de León

Palestina aprende a esquivar las balas

Los habitantes de los territorios ocupados sobreviven pese al bloqueo de la comunidad internacional y la amenaza de una guerra civil entre los partidarios de Al Fatah y Hamás

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MARÍA CEDRÓN | texto y fotos 1397124194 Palestina -West Bank (Cisjordania) y Gaza- es un camp
León

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Y es esa condición de cuadrilátero histórico la que frena la afluencia de peregrinos de todas las confesiones cristianas del mundo a esa parte de Tierra Santa, incluso en Navidad. «Hemos perdido mucho turismo. Los extranjeros tienen miedo y no vienen, y después hay muchos cristianos de los países vecinos que tienen prohibida la entrada», explica un guía de Belén, ciudad levantada junto al muro de la vergüenza, cuya construcción empezó en el 2003, y que dista tan sólo diez kilómetros de Jerusalén. Las delicadas relaciones de Israel con los estados vecinos, Líbano o Emiratos Árabes, impiden que los miembros de las comunidades árabes cristianas de esos países puedan acercarse hasta lugares como Nazaret o Belén. De hecho, esos estados prohiben el acceso a todo aquel que tenga en su pasaporte un sello israelí. Días negros Los cuarenta días negros en la primavera del 2002 en la iglesia de la Natividad, con duros enfrentamientos entre soldados israelíes y activistas palestinos, o la muerte en Belén de una niña, Christine, un año después, desangraron todavía más una economía deteriorada por las consecuencias de la segunda Intifada y por el bloqueo impuesto a Palestina por la comunidad internacional tras el triunfo de Hamás en las elecciones parlamentarias de enero del 2005. Sólo en Belén, en los últimos tres años, coincidiendo con la construcción del muro, el desempleo ha alcanzado ya el 50%, según los datos que manejan las autoridades locales de esta ciudad de 38.000 habitantes. Tampoco hay dinero para pagar los sueldos de los funcionarios públicos, que llevan meses sin cobrar y que incluso estuvieron en huelga. Esa falta de perspectivas de futuro es la que ha resucitado el espíritu de la emigración. Lo han hecho, sobre todo, los que tienen un mayor poder adquisitivo, los árabes cristianos. Aunque Chile es su principal destino, con una colonia de 200.000 personas, otros estados sudamericanos están en el punto de mira de los habitantes del lugar en el que nació Cristo. Muchos, como el presidente de la República de El Salvador, han alcanzado puestos de alta responsabilidad en el cono sur. Pero ese difícil contexto se disfraza en época de Navidad. Las bombillas de colores iluminan la ciudad. Hombres de rojo y blanco, emuladores de Papá Noel, inundan las calles de un lugar que deja de ser fantasma sólo una vez al año. Pero el 24 de diciembre en Belén no tiene, ni de lejos, la afluencia de un 25 de julio en Santiago. Tampoco hay sonido de gaitas, ni gritos de manifestaciones pacíficas que discurren por las calles. Aquí se mezcla el Noche de Paz cantado a capella en una acera con los sonidos de las sirenas de los coches de policía. «Ahora -dice Haima- está bonito, pero después cuando quitan las luces, esto parece un cementerio». Ese punto y aparte en la rutina es lo que explica que todos, árabes y cristianos, esperen la llegada de estas fechas. Incluso algunos creyentes en Alá, reciben presentes del obispo Nicolás, quien después de haber vivido en el IV está ahora transformado en Papa Noel por obra y gracia de Coca-Cola. Aumento de musulmanes Los ritos cristianos quedan blindados ante el creciente incremento de musulmanes entre la población del área de Belén. Y es que la emigración ha hecho que los árabes creyentes en el Islam, con una tasa de natalidad mucho más elevada que los seguidores de Cristo, vayan desbancando a los ortodoxos, incluso en poblaciones como Beit Yala, en las que existe un 65% de cristianos (un 40% ortodoxos). A lo que no tienen derecho los musulmanes es al pase especial de un mes a territorio de Israel que el Gobierno israelí de Olmert ha concedido por primera vez este año a los árabes cristianos que carecen de permiso para cruzar el muro de forma habitual. «Nunca habían hecho esto antes -explica Omar-. Lo habitual es que te dieran unos días o que tuvieras que regresar por la noche». Por eso, este profesor universitario, aprovechará para hacer turismo y viajar hasta Nazaret. Desde allí vinieron a pasar la Navidad los Bonlos, una familia de cristianos ortodoxos que todos los años celebran la fiesta junto al Pesebre. Son árabes, pero tienen residencia israelí. Ése es el salvoconducto que les permite cruzar el muro sin más o menos problemas que el tener que descalzarse o incluso quitarse la ropa en caso de que el escáner de los chek point emita un pitido delatador. Los israelíes están obsesionados con que los suicidas (mártires por la causa y por el bienestar de su familia a los ojos de los palestinos) introduzcan una bomba con la que hacer estallar algún autobús. Los detectores instalados en los puntos de control del muro aprecian hasta la presencia de un alfiler. Las mujeres que utilizan velo los quitan, uno a uno, antes de atravesar el escáner, una tarea que dilata la espera para cruzar la barrera con la que se blinda Israel y que, en su mayor parte, está levantada por manos palestinas. Son los trabajadores más baratos. Los mismos que preparan comida kosher para los judíos ortodoxos en las cocinas de muchos establecimientos de Jerusalén. El muro de la vergüenza está protegido por soldados que, en su mayoría no superan los 25 años de edad. Al menos no lo parecen. El servicio militar es obligatorio para ellos y ellas. Una de las funciones encargadas a esos aprendices de soldado es la de vigilar los controles. Son los mismos jóvenes que, armados con fusil ametrallador, se encuentran en las estaciones de autobuses de Jerusalén pidiendo una hamburguesa, ojeando discos o haciendo calceta mientras esperan el autobús que les conducirá a su hogar para estar con su familia durante el fin de semana. Y es que en un primer contacto con el conflicto árabe-israelí, éste parece una guerra de niños. Los del lado israelí: jóvenes que tras acabar la secundaria hacen el servicio militar. Los del lado palestino: niños y adolescentes que se enfrentan a pedradas al Ejército que los ha colonizado. Pero el ambiente no es uniforme en todos los territorios ocupados. Junto a la conflictiva Gaza, escenario de los últimos secuestros de extranjeros, está Cisjordania, una zona en la que los puntos de calientes varían en función de los acontecimientos. Viajar, por ejemplo, de Belén a Nablus resultaba esta Navidad mucho más complicado que desplazarse hasta Ramala. El Ejército israelí tiene en el punto de mira a la Universidad de Nablus como uno de los nidos en los que se forman futuros terroristas. Jenin, gobernada por Hamás, no le anda a la zaga. Hace poco más de una semana, lo soldados del Gobierno de Olmert entraron en una aldea de las cercanías de ésta última. Hubo varios heridos. Pero ésa es una anécdota más. Sobre todo ahora que al conflicto árabe-israelí se ha unido la lucha entre Al Fatah y Hamás. Los primeros acusan a los segundos de radicalismo religioso y no quieren dejar las riendas del poder, mientras que los segundos hablan de la corrupción de los primeros y cuentan con el apoyo de buena parte del pueblo, motivado por la política de ayuda social, tal y como corroboraron las elecciones de enero del 2005.

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