Rodas, el Caribe gallego
¿Qué tienen las islas Cíes que no tengan las demás playas del mundo? El diario «The Guardian» menciona las dunas, el lago, la arena fina, aguas verdes y transparentes, fondos marinos espectaculares y mágicas puestas de sol. Incluso crece sobre
La zódiac planea a gran velocidad sobre las olas en medio de un campo de bateas de la costa de Cangas. Amenaza temporal y la espuma azota por estribor. «O mellor das illas Cíes son as mulleres», ironiza el piloto con sarcasmo mientras cala la visera de la gorra y acelera los dos motores fueraborda. En el horizonte, sobre las olas azul cobalto de la ría de Vigo, asoma la sobrecogedora silueta negra de las tres islas montañosas: San Martiño (la sur), Monteagudo (la norte) y Faro (la del medio). Las dos últimas están unidas por una barra de arena fina y aguas verde turquesa. Se trata de la playa de Rodas, cuya inconfundible silueta en forma de medialuna destaca sobre las «ovellas de mar», como denominan los marinos a la cresta de las olas. Estamos a pocas millas del mejor arenal del planeta, según el criterio del diario británico The Guardian. Ni las playas de Zanzíbar, Filipinas, Brasil o México han podido desbancarlas. Pocos saben que las islas Cíes se formaron recientemente, prácticamente ayer en términos geológicos. Hace 10.000 años, el fin de la última glaciación provocó el deshielo de Europa y esto aumentó el nivel del mar. Las aguas del océano invadieron los valles gallegos para formar las rías, nutridas de los aluviones de los ríos. Las cumbres de los montes más sobresalientes quedaron aisladas y se convirtieron en el archipiélago vigués que algunos describen como un paraíso alejado del mundo urbano. Desde entonces, la isla ha acogido a todo tipo de culturas, incluidas tribus de la edad de bronce o druidas celtas (han aparecido piedras agujereadas y con surcos, supuestamente para recoger la sangre de los sacrificios). Dice la leyenda que el romano Julio César persiguió con su flota a unos piratas lusitanos que se ocultaban en la isla de los Herminios, situada en el Atlántico. ¿Azores? ¿Cíes? Y fue escenario de la batalla naval del estrecho de Rande. La flota angloholandesa hundió a cañonazos los galeones que traían el oro y plata de América y capturaron el Cristo de Maracaibo, que llevaron cargado con el botín. A su paso por las Cíes, el buque encalló y naufragó. Dicen que por exceso de peso. Todavía hay buzos que buscan el tesoro. Incluido el capitán Nemo, el personaje de la novela de Julio Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino. El piloto de la zódiac señala hacia unas rocas de la isla sur, escenario de uno de los múltiples naufragios de esa costa. «O mar está bravo. Esta tarde vai temporal. Teñan coidado onde poñen o pé cando salten a terra», dice el lobo de mar. La embarcación amarra en el muelle de Carracido, la puerta trasera de la isla norte. El temporal que se avecina ya ensaya su coreografía en la isla Sur, golpeada por olas de tres metros. «É unha lenda urbana que estea prohibido visitar a illa de San Martiño. Os veleiros poden fondear na praia e incluso hai unha senda ata un muíño hidráulico. O resto é reserva», comenta Suso Framil, biólogo y guía del parque natural. Acceso restringido El cartel del Ministerio de Medioambiente anuncia la entrada al parque nacional de las islas Atlánticas. Alguien ha pintado en amarillo: «Cíes é patrimonio de todos». El público sólo puede visitar la isla en Semana Santa y verano. Acoge a 3.000 personas diarias y la eliminación de las papeleras ha acabado con la basura. Cada turista debe regresar a casa con sus desperdicios. Las inundaciones de diciembre han provocado derrumbes que destaparon antiguos vertidos ilegales. Un pequeño cangrejo negro recibe a los visitantes en las estrechas escaleras cubiertas de algas. Sobre los intrusos humanos sobrevuelan varios cuervos marinos crestados o cormoranes moñudos. Las gaviotas no paran de chillar. Ya nos han visto. Vamos camino de la mejor playa del planeta. ¿Cuál es el secreto que le ha alzado al primer puesto de las diez mejores del mundo? «Por aquí no atacan los tiburones ni las fanecas y quizás eso clasifica mejor», bromea uno de los tres guardas forestales que habitan en la isla. Para comprender el secreto de Rodas hay que subir el monte por pistas de tierra hasta la Pedra da Campá, una formación rocosa horadada por el hombre. Desde esa atalaya, el visitante pueden contemplar el paisaje espectacular de las dos caras del archipiélago. La fachada oeste muestra el lado más bravo y salvaje del océano Atlántico: escarpados acantilados azotados por fuentes vientos y olas y colonizados por gaviotas que anidan en sus rocas. La cara este muestra la fachada idílica de las Cíes, la sensación de calma y de paraíso alejado del mundanal ruido. El secreto es un lago intermareal que impide la entrada de las frías corrientes del Atlántico en las aguas de la ría de Vigo, un istmo providencial para el microclima de la ría. A veces, la marea o el oleaje hace que las aguas se unan y, al retirarse, se aprecia mejor el lago natural, uno de los signos de identidad de Rodas. Pisar el paraíso Es hora de bajar. Las pistas de tierra, dotadas de un carril de cemento para los todoterreno de los guardas forestales, se internan en una especie de jungla que cubre las ruinas de la antigua colonia. Uno siente la sensación de que se acaba de internar en el oscuro Rain Forest (bosque lluvioso) de Australia. Eso se debe a la acacia negra, un bello árbol exportado de las antípodas y que es más dañino para el suelo que el eucalipto. Sobre sus raíces sólo crece maleza. Ambas especies compiten por adueñarse de la isla. Al final del camino, aparecen las dunas de Rodas. Parques Naturales instaló hace un año unas vallas de protección para que los turistas no caminen sobre ellas. Con el fin de proteger este frágil ecosistema, los bañistas deberán dirigirse a la playa por un paseo de madera. En las dunas, crece delicada flora, incluida una colonia de armeria, la única que queda en Galicia. No se ven más hasta Lisboa. Y, por fin, la playa. Efectivamente, el periodista de The Guardian no mentía. Las aguas transparentes mantienen una temperatura media de 16 grados centígrados y su color verde turquesa recuerda al Caribe. El efecto espejo explica el misterio: las aguas gallegas tienen turbidez y el fitoplancton marino absorbe la luz azul mientras que el color verde es reflejada por el fondo. La arena es blanca, limpia y tan fina que se deshace en las manos. El escaso espacio entre los granos reduce la entrada oxígeno y en la cercana playa de las Conchas provoca un olor a putrefacción cerca de la orilla. Bajo ella crecen campos de navajas que son extraídas por buceadores autorizados. La marea ha arrastrado conchas, tablas de madera y botellas de agua. «O mar cóspeo todo», sentencia Suso. Sobre las rocas de la playa hallamos otra sorpresa: herbas de namorar como las que crecen en San Andrés de Teixido: la leyenda dice que hay que esconder una flor rosa en el cajón del amado. Y, por supuesto, a la mejor playa del mundo no podía faltarle un toque romántico: las puestas de sol, rojo como un tomate, en el verano. La magia del momento suele ser interrumpida por el pitido de los teléfonos móviles de los bañistas. Sólo faltan las palmeras.