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Un espalda mojada

Cerca de dos millones de mexicanos han llegado de manera ilegal a Estados Unidos atravesando la frontera cruzando el Río Grande, nadando mar adentro hasta salvar la barrera que separa los dos países

RIC VASQUEZ

Publicado por
P. CORDERO DEL CASTILLO | texto
León

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Este es el nombre que se da a todos los mexicanos ilegales en Estados Unidos, hayan atravesado la frontera cruzando el Río Grande, nadando mar adentro hasta salvar la barrera que separa los dos países, o marchando campo a través por los cerros o las llanuras del desierto. Uno de esos cerca de doce millones de ilegales o «espaldas mojadas» que, lógicamente, quiere mantener su nombre en el anonimato, me ha contado su historia sin perder en ningún momento la compostura. Mi nombre es¿ pongamos Eduardo, Pancho o José, que más da, si mi historia es la de tantos otros compañeros mexicanos. Tengo 32 años y soy el menor de una familia de seis hermanos. Soy natural de México D.F. y no estoy casado, aunque tengo un hijo fruto de la relación que mantuve con una muchacha mejicana más joven y más rica que yo. Sus papas no me aceptaron y ya hace unos años que no se nada de ella ni de mi hijo. Yo vine a los Estados Unidos por primera vez en 1990, cuando tenía solo 16 años. Entré por Tijuana con cinco personas más, guiado por los «coyotes» o «polleros» (nombres con que se conoce a los que trafican con inmigrantes). Esperamos al cambio de guardia de medianoche y atravesamos la frontera por medio del campo, por los cerritos. Estuvimos andando toda la noche hasta llegar a un lago. Allí nos estaba esperando otro coyote que nos condujo a una granja medio abandonada cerca de San Isidro, donde quedamos descansando todo el día. A la noche siguiente nos subieron a los seis en la parte trasera de un «pick up» (un todo terreno), nos cubrieron con una lona y nos llevaron a Los Ángeles. Durante ese viaje yo creí morir por el calor y la falta de agua. En Los Ángeles nos repartieron con distintos empleadores. Un encargado del patrón mío me llevó a la estación del Grey Hount y me mandó a San José, al norte de California, para la recogida de la cereza. Ese fue mi primer trabajo en Estados Unidos, «la pica de cherry» (to pick cherry). La ciudad de San José dicen que es muy linda, aunque yo no la conocí. En San José estuve casi un año haciendo distintos trabajos, primero en el campo y luego en restaurantes. Cuando ya había juntado unos dólares me volví a México para ayudar a mis papas. Pero ya no me gustaba la vida de Méjico y después de dos meses de estar con mi familia, volví a Tijuana en busca de polleros para pasar nuevamente a California. En aquellos años era muy fácil pasar la frontera y los coyotes solo te cobraban de 1.000 a 1.500 dólares; no como ahora que te piden 3.000 dólares o más. La tercera vez que atravesé la frontera fue muy fácil. Un amigo me prestó su «green card» (tarjeta de trabajo) y no tuve ningún problema en la aduana; aunque pasé mucho miedo, pues uno de los policías miró mucho rato la foto y creo que sospechó algo, porque mi amigo y yo no nos parecemos mucho. Bueno, aunque los dos tenemos bigote, ojos oscuros y piel tostadita, sin ser negros. Esta vez me quedé en Los Ángeles y estuve trabajando en el Burger King de un árabe. Yo trabajaba en la cocina fregando. Allí estuve trabajando siete años de 5,30 A.M. a 2 P.M. y durante los cuatro últimos años trabajaba también en otro restaurante de 3 P.M. a 12 de la noche. Quería hacer mucha plata para recuperar a mi novia y a mi hijo, pero sus padres la llevaron lejos, a otro estado. Ya hace años que no se nada de ellos. A mi hijo, le veo por la calle y ni le conozco. Varios trabajos En 1999 ya estaba muy cansado de aquel trabajo y busqué otro de jardinero en un hotel. No ganaba tanto, pero solo trabajaba ocho horas al día. En el 2002 volví a trabajar en un restaurante y estuve allí hasta el 2004. Desde entonces estoy en el trabajo actual y estoy contento. No gano mucho, pero me tratan bien. Como sigo siendo ilegal, prefiero que no diga ni el lugar ni el tipo de trabajo que hago. Ahora los de la «migra» (Inmigration) son muy caramba y si te pillan sin papeles te deportan hasta la frontera. Pancho (nombre cariñoso que se suele dar a todos los mexicanos), háblame de tu experiencia con los coyotes. Yo he tenido una experiencia muy larga; he atravesado la frontera siete veces y menos la vez que atravesé con la green card de un amigo, las otras veces siempre lo he hecho por lo ilegal, con los coyotes. Hace años era fácil, pero ahora me da miedo y ¡chiguagua, lo que te piden los polleros! La última vez ya les tuve que pagar 2.500 dólares, pero ahorita mismo ya te piden más de 3000. En Tijuana hay muchos polleros que te buscan por la calle, en la estación de autobús, en las cantinas o en cualquier parte. Una vez que contactan con tigo, te ofrecen una casita para pasar el día y por la noche te acercan a la frontera. Algunas veces tienes que esperar tres o cuatro noches hasta que los coyotes creen que ha llegado la ocasión. La mejor hora para atravesar es a media noche, cuando cambia la guardia. Los días de espera en Tijuana son los peores, pues no hay trabajo y casi no tienes para comer. Yo la última vez que estuve allí tuve que ir a pedir limos a una iglesia hasta sacar para comprar unos taquitos y un elote (nombre indio que dan a la mazorca de maíz cocida), que es la comida que mas me gusta. Los coyotes siempre trabajan en grupos de tres y hasta cuatro personas, depende del número de ilegales que tengan que pasar. Uno camina delante del grupo avisando de los peligros. Si ve a un policía o a alguien sospechoso, te hace de señas y tienes que tirarte al suelo y permanecer inmóvil en medio del fango o de cactus, según donde te pille. Los otros coyotes van con el grupo de ilegales, que suelen ser de ocho a diez personas como máximo. El primer momento de atravesar la frontera siempre es el más difícil. Cuando estás en tierra de nadie ahí te pueden balear de los dos lados; pero cuando pasas a Estados Unidos ya es mejor, porque los coyotes tienen «pick ups» y te pueden cargar. Bueno, eso también es malo, pues algunos han muerto asfixiados por el calor en los pick ups. En los pick ups te llevan kilómetros y kilómetros, igual hasta San Francisco o hasta Sacramento, si es tiempo de la vendimia. Allí, cuando llegas, ya te están esperando los empleadores americanos, asiáticos y también algunas veces hispanos. Yo prefiero a los americanos, son más formales. De los coyotes no te puedes fiar, ellos son gente muy caramba. Pero si les pagas lo acordado no sueles tener problemas con ellos. Los que yo he conocido son todos mejicanos y a mi me han ayudado a cruzar la frontera siempre que he querido. ¿Y que me cuentas de tu infancia? Chiguagua, si casi no me acuerdo de cuando era niño. Yo nací en un barrio muy pobre de Méjico. No fui a la escuela porque mis papas no me mandaron; me echaron pronto a trabajar. Yo trabajaba limpiando carros en el cruce de las carreteras. Pero ganaba poco y no me gustaba, por eso comencé a ahorrar para venir a Estados Unidos. Quería hacerme rico aquí, pero no tengo papeles, no se inglés y no he tenido suerte en el trabajo. Ahora lo único que quiero es hacer unos ahorritos y volver pronto a México para poner un negocito y quedarme allá, porque yo soy mejicano y México es mi patria.