Diario de León

Picos de Europa pierden una cumbre

Después de casi seis décadas en la élite de la escalada sin un solo accidente, un tonto traspié acabó con Pedro Udaondo, de 72 años, cuando se disponía a escalar de nuevo el Naranjo de Bulnes, que ha coronado en 150 ocasiones.

ISIDORO RODRÍGUEZ

ISIDORO RODRÍGUEZ

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JUAN VÁZQUEZ | texto
León

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«¿Cuándo sacamos el piolé?» -le preguntó Chuchi Ubieta a Pedro Udaondo mientras que el pasado 17 de marzo se aproximaban al Naranjo para iniciar la ascensión. ­-«Un poco más adelante, en aquella ladera» -le contestó en el mismo instante en el que un resbalón absurdo le llevó a deslizarse sobre la nieve por la ladera con la mala suerte de que Pedro, de 72 años, dio con su cabeza contra una piedra en un golpe que resultó faltal, y que acabó con casi sesenta años de leyenda del montañismo y con una página imprescindible de la historia deportiva de los Picos de Europa. La noticia cayó como un jarro de agua fría en todo el mundo de la escalada, que admiraba sin excepción a Pedro como persona y como deportista. Un buen ejemplo de este aprecio es el hecho de que cuando Ubieta llamó al 112 para pedir auxilio, el rescate se le encomendó al helicóptero de los Bomberos de Asturias, pero debido a la niebla era muy peligroso despegar y se pusieron a pensar alternativas, pero sólo hasta que se enteraron de que el accidentado era Pedro. «En cuanto lo supieron pusieron el aparato en modo instrumental y, con niebla y todo, fueron para allá, aunque no pudieron hacer nada», comenta Isidoro Rodríguez Cubillas, un bregado montañero leonés que ha compartido con Udaondo décadas de ascensiones y convivencias en su casa de Soto de Valdeón, y que además es el depositario de su memoria deportiva, dado que el vasco anotaba metódicamente los datos de cada ascensión y se los daba a él para que los ordenase y los pasara a limpio. Los miembros de los equipos de rescate en montaña, tanto los Bomberos de Asturias como los agentes del Greim de la Guardia Civil en Sabero y en Cangas de Onís, respetaban y querían a Pedro porque era uno de los suyos, un pionero una vez más, porque fueron él y César Pérez de Tudela quienes en el año 69 rescataron los cadáveres de los alpinistas Ortiz y Berrio, que habían quedado colgados de las cuerdas cerca de la cumbre del Naranjo en el primer intento por coronar esta cumbre en pleno invierno por la pared vertical de 500 metros de altura que se alza por su cara oeste. Al invierno siguiente, el de 1970, la cordada formada por Lastra y Arrabal volvió a intentar la hazaña que les costó la vida a Ortiz y Berrio, pero tampoco lo consiguieron. Cuando estaban muy cerca de la cumbre quedaron aislados en una repisa del tamaño apenas de un sofá en el que permanecieron doce días. Sin los medios materiales de rescate actuales, de nuevo hubo que recurrir a los mejores escaladores, entre los que sin duda estaba Udaondo, que además era la mayor autoridad en lo que se refiere al Naranjo de Bulnes o al Urriellu, como llaman en Asturias a esta peña que él ha conquistado a lo largo de su vida en 150 ocasiones, ni una más, ni una menos. A falta de medios especializados, un helicóptero de la Guardia Civil de Tráfico, con un piloto que no sabía nada de montaña ni mucho menos de rescates de este tipo, se aproximó al nido de águila en el que se encontraban los accidentados con Fonsín el de Cosgaya a bordo, un montañero conocedor de la zona, que arriesgó su vida al colgarse de un patín y logró lanzarles una mochila con víveres. Mientras tanto, la cordada de rescate liderada por Pedro siguió un penoso ascenso hasta que consiguió alcanzar la cumbre con Lastra y Arrabal, pero éste último se encontraba muy mal, incapaz de descender por sus medios, por lo que fue evacuado desde la cumbre por el helicóptero en otra arriesgada maniobra que, desgraciadamente no evitó que muriera unos días después en el Hospital de Oviedo. Estos dos rescates contribuyeron a convertir a Pedro Udaondo, sin él buscarlo, en una leyenda del montañismo en los Picos de Europa, por donde apareció por primera vez en el año 1955, después de haber agotado todas las posibilidades que le ofrecían los clubs de montaña bilbaínos en los que se había iniciado en este deporte. Fue el primero ya en esa ocasión que logró completar la difícil cresta que une el Madejuno y el Llambrión, y ese mismo año subió por primera vez al Naranjo, cumbre que era casi como su casa, porque la coronó en 150 ocasiones, la última vez el pasado 15 de enero, ya con 72 años. Con seguridad Pedro Udaondo era quien mejor conocía esta montaña, que escaló por sus cuatro caras tanto en invierno como en verano. Un año después, en el 56, fue el primero en conquistar en Naranjo en invierno en compañía del que durante muchos años fuera su compañero inseparable, el gran escalador Ángel Landa, con quien formó una cordada que resultaba mítica. «El año pasado, con 71 años, subió de nuevo en invierno porque tenía que celebrar el 50 aniversario», comenta su amigo Isidoro para describir la insaciable ansia de montaña que tenía este hombre. Otra de sus amigas y compañeras de escalada, la leonesa Ana Martínez de Paz, la mujer que más veces ha subido al Naranjo, describe a Pedro ante todo como una persona entrañable y muy humana, pero sobre todo con una voluntad de hierro. «Me decía: Ana, yo no me puedo parar; si me paro, me muero. De él -añade- hemos aprendido la capacidad de ilusionarse y de seguir siempre adelante y no darse nunca por vencido». Ana se asombra de que aún con sus casi 73 años era Pedro el que iba a buscar a los jóvenes para ir a la montaña, y no al revés: «Se llevaba genial con la gente joven; lo adoraban, y él mismo vestía como un joven, siempre con zapatillas deportivas, vaqueros de diseño moderno y un anorak a la última. Era un dandy de la montaña y siempre iba a la última, no había nadie que le pudiera decir que nada de su equipo estuviera anticuado». «Pedro desgastó muchas botas y muchas cuerdas en los Picos de Europa, pero también desgastó a muchas generaciones que a medida que iban cumpliendo años no podían seguirle el ritmo», añade Isidoro, que comenta divertido que su amigo llevaba varios años rehuyendo el homenaje que el Grupo de Alta Montaña Español realiza a sus miembros de más edad. «Nos decía: Claro, para vosotros es muy fácil, porque sois más jóvenes, pero si yo me paro, a lo mejor ya no puedo arrancar otra vez», añade. Sus dos amigos recuerdan que Pedro siempre tenía actualizado un argumento para seguir en la montaña: «Primero decía que lo dejaría cuando hiciera el Espolón Walter de los Grandes Jorasses, la principal actividad alpina europea; cuando lo consiguió dijo que después de eso cómo lo iba a dejar, y últimamente su frase era: Hombre, ahora habrá que subir a los nietos». Y es que Udaondo arrastró consigo a su familia; a su mujer, Mariví, la conoció en la montaña y ella era consciente cuando se casó con él de que «tenía una amante que nunca iba a dejar, ni por ella ni por nadie» -comenta Ana-; Néstor y Ainara, dos de sus hijos, son también grandes montañeros, al igual que sus dos yernos, Ibón y Asier, a quienes él inició en este deporte. Un rasgo más de su personalidad que destacan sus amigos es su indiferencia absoluta hacia los laureles y los honores; buen ejemplo de ello es la curiosa historia de una de las vías más famosas del Naranjo, para muchos la más bella, que fue bautizada por él como Vía Cepeda en 1955. Landa, su inseparable compañero de cordada, estaba lesionado en una mano justo en septiembre, cuando él tenía las vacaciones, por lo que tenía que encontrar a alguien que lo acompañara a Picos; convenció a María Jesús Aldecoa, una aficionada a la montaña que no era ni mucho menos experta, pero en la España de los años cincuenta no podían irse solos un hombre y una mujer a no ser que fueran hermanos o marido y mujer, por lo que tuvieron que buscar una «carabina» que acabó siendo el también bilbaíno Jaime Cepeda, que no era montañero ni tampoco lo fue después de la experiencia con Pedro, que se internó junto a los dos noveles por un itinerario virgen y los tres tuvieron que salvar un paso que por aquel entonces estaba catalogado por los montañeros como de dificultad máxima. Tras conseguir la hazaña, María Jesús Aldecoa quedó para siempre en la historia como la primera mujer que participó en la apertura de una ruta nueva, y la vía se bautizó como «Cepeda» en agradecimiento a quien llevaron de «carabina». Pedro renunció a participar en los honores, porque lo único que el quería, subir a la montaña, ya lo había conseguido. La Santa Peña Pero a pesar de sus 150 ascensiones a Bulnes, Isidoro advierte que su montaña del alma era Torre Santa, como se la llama en León, o Peña Santa, su nombre asturiano. «Para él era la Santa Peña», comenta su amigo. Su historia con Torre Santa empezó al día siguiente de abrir la Vía Cepeda junto a María Jesús y Jaime; después de dormir en el refugio, a la mañana siguiente los tres se dirigieron hasta Caín y Pedro les propuso la ascensión. «Pero claro, Caín está a 460 metros de altitud y Peña Santa a casi 2.600, con lo que después de lo del día anterior los otros dos le dijero que hasta luego, y Pedro subió solo», comenta Isidoro divertido. Fue la primera de al menos 86 ascensiones a la mítica cumbre, en la que de nuevo junto a Landa, en 1961 se convirtió en el primero en conquistarla en invierno. En esta misma montaña, su montaña, Udaondo abrió en 1958 la Canal del Pájaro Negro, una vía mítica de los Picos de Europa que sólo el repitió por segunda y tercera vez. «Sólo otros dos grandes montañeros asturianos -Rafael Muñiz y Tomás Zarrazina- consiguieron hacer el tercer recorrido de esta vía, y el cuarto fue otra vez para él y para Landa», comenta su amigo. La Canal del Pájaro Negro fue uno de los 52 itinerarios que Pedro Udaondo abrió en los 52 años que lleva en los Picos de Europa, algunos aún hoy de prestigio para los escaladores, como la cara sur de las Horacas Rojas, el espolón norte de Torre Cerredo o el Diedro de Torre Peñalba, por citar algunos ejemplos. Y es que la actividad de Pedro no decaía con la edad; al contrario, ya que antes de jubilarse tuvo que renunciar a mucha montaña, e incluso a la gloria -aunque eso seguro que no le importó- porque su trabajo en la fábrica vizcaína de Firestone no le permitió acudir a las grandes expediciones españolas a los Alpes, para las que por supuesto estaba seleccionado, aunque poco a poco se desquitó y en los cincuenta recorrió todos los Pirineos y se convirtió en el primer español que coronó 14 cumbres en los Alpes. Pero sus montañas seguían siendo el Naranjo y Torre Santa. «En cada día libre se escapaba a los Picos de Europa, primero en mil transportes públicos con Landa, y después en una moto que se compraron y en la que venían los dos con todo el equipo puesto, los pantalones bávaros, las botas, el casco de escalada y la mochila con el piolé», comenta Isidoro. Pero fue tras la jubilación cuando se dedicó al cien por cien a su pasión. «Vaya fastidio; ahora que me he jubilado me he quedado sin vacaciones», recuerda Ana Martínez de Paz que decía, pero lejos de ser una broma, en los últimos años recorrió montañas de Pakistán, Kizijistán, los Andes peruanos, la Patagonia argentina, y cuando murió tenía billetes para ir esta primavera con uno de sus yernos a los volcanes de Ecuador. No podrá ser por un tropezón tonto después de casi sesenta años sin sufrir ni un accidente grave, pero los suyos están en cierta medida contentos, porque murió haciendo lo que más feliz le hacía, con los crempones puestos, en plenas facultades físicas y con su querido Naranjo de Bulnes frente a sus ojos.

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