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Gigantes y Cabezudos: algo muy nuestro La singular Tarasca

Publicado por
HÉCTOR-LUIS SUÁREZ PÉREZ | musicólogo
León

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Los gigantes y cabezudos a lo largo de los últimos siglos han conseguido entroncar perfectamente en el acervo popular hispano. En este espacio de tiempo se han erigido en uno de los iconos más entrañables y han resultado aceptados indiscutiblemente como modelo representativo de la expresión festiva española. Estos simpáticos «monigotes» de variado tamaño, siempre superior al real, están presentes en toda la geografía correspondiente a los dos países ibéricos. Con modelos y uso similares a los nuestros se localizan también en otros territorios. Entre ellos otros del resto de Europa, en lugares antaño pertenecientes a los respectivos imperios coloniales luso e hispano, en algunos lugares de raíz anglosajona o germana, e incluso manifestándose en modelos de estética muy sencilla y tribal se localizan igualmente ejemplos en el África más profunda. Pero también en algunos lugares se han convertido en un elemento representativo de la identidad de un colectivo local. Es el caso de Pamplona, Zaragoza y numerosos lugares mas del Levante español. En el plano de la cultura popular y tradicional de nuestro referente ibérico, para el investigador en etnografía y antropología no sería difícil argumentar coincidencias entre las manifestaciones antropomórficas conocidas como «peleles» y los gigantes y cabezudos, ya sean los primeros destinados a ser expuestos, manteados o quemados. Por supuesto esta reflexión científica también afectaría a su presentación mas sencilla, es decir a modo de simples monigotes a la usanza de espantapájaros o «mayo», a las manifestaciones más grotescas relacionadas con el entorno del antruejo o carnaval principalmente rural, como asimismo sucedería algo semejante en el formato más elaborado artísticamente de los famosos «ninots» levantinos. Para rastrear los orígenes de estos personajes hay que acercarnos al entorno del teatro y en concreto a las significaciones simbólico-alegóricas de la máscara. El empleo cristianizado de estos, principalmente a partir del barroco en el seno procesional del Corpus Cristi, contribuye a la proliferación del uso de los gigantes y cabezudos, que por entonces se hacen inevitables en todo cortejo de este tipo. La popularidad ancestral de los gigantes y cabezudos se ha mantenido, independientemente del contexto profano o religioso y la plasticidad del uso de estos móviles personajes en contextos festivos callejeros es algo muy vigente todavía. Buena prueba de ello es su conservación en los modelos clásicos y tradicionales que conviven con las modernas e imaginativas variantes de estos que se han tornado en una constante para las creativas comparsas teatrales de calle contemporáneas. Por tanto ya no sólo la fabricación de gigantes y cabezudos está reducida a ocasionales artesanos locales y empresas tradicionales especializadas ubicadas en Aragón o el entorno fallero de Levante. Ahora son muchos los modernos artesanos del cartón piedra y el poliéster, entre otros modernos materiales, quienes infunden un chorro de aire nuevo en las temáticas, modelo y procesado de estos personajes. No hay danzante sin castañuela ni gigante sin música, por ello y desde antiguo el repertorio musical destinado a acompañar las evoluciones y coreografías de los gigantes y cabezudos es variado y numeroso, tanto en lo melódico como en lo rítmico. Como también lo es el abanico instrumental que se encarga de su interpretación. Buena prueba del nivel de relevancia social de estas melodías y de los propios personajes la encarna la zarzuela titulada «gigantes y cabezudos» donde se recogen varias melodías del género vinculadas a Zaragoza. Sobretodo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y de modo masivo en el último cuarto del periodo, surgen numerosas agrupaciones de carácter cultural dedicadas principalmente a conservar conjuntos de gigantes y cabezudos y a difundir sus funciones lúdicas tradicionales, en especial y de modo mayoritario en el entorno levantino. Quizá este fenómeno se ha producido en algún modo por impulso o imitación de lugares como Valencia, donde allá por los años cincuenta surgió la asociación de amigos del corpus. Grupo que ostenta un objetivo: velar por la custodia de las peculiaridades de esta manifestación religiosa en su variante local, pues no se olvide que en la capital levantina la relevancia social del acto es significativa como lo prueba desde hace varios siglos la existencia de un lugar promovido por el cabildo catedralicio, la llamada casa de las rocas. En ella se guardan estos populares personajes y otros enseres de la procesión del corpus y antaño también servía de lugar de ensayo para los autos sacramentales. La proliferación de estos grupos ha propiciado los encuentros giganteros. En nuestro entorno geográfico del noroeste ibérico los ejemplos mas cercanos se refieren a Zamora y Puebla de Sanabria, el entorno portugués del norte, con Braga entre otros. Los gigantones de la capital y provincia leonesa constituyen un mas que digna representación del género tanto en si mismos como objeto como en lo que implica su uso tradicional. Así el conjunto de gigantes de Villafranca del Bierzo, los maragatos Juan Zacunda y Colasa en Astorga, la pareja de gigantes ponferradinos ataviada de bercianos o la tarasca leonesa, conllevan en si mismos la tradición local y a ellos se han unido otros representantes mas modernos adquiridos para distintos lugares como Coyanza, Santa María del Páramo, Bembibre o Benavides de Órbigo, entre otros. Pero también en los últimos años Astorga y Ponferrada se han sumado al carro de las muestras y encuentros de gigantes y sus gigantes antes citados, como también los capitalinos leoneses, se han ido volviendo viajeros participando en diversos encuentros a lo largo de todo el territorio hispano. Quizá sea este el momento para que el movimiento cultural asociacionista surja en nuestra provincia de modo similar al acaecido en otras latitudes. El consistorio leonés parece en la actualidad haber cogido la indirecta sobre la importancia de los gigantes y cabezudos y tal vez por ello las jornadas que se avecinan. Esperemos que si surge alguna iniciativa sobre el particular, ya se promueva por iniciativa institucional o privada, procure hacerse en el plano humano de modo integrador propiciando que todos aquellos que a lo largo del tiempo han mantenido vigente esta tradición, como portadores, espectadores o aficionados, puedan sentirse cómodos en su seno y velen por la recuperación de lo perdido a lo largo del tiempo. Para muchos leoneses la figura de la Tarasca, además de representar algo muy entrañable constituye una curiosa incógnita al reflexionar sobre su sentido. Para rastrear estos orígenes del personaje tenemos que remontarnos a tiempos pretéritos. En ellos, tanto la actual descendiente de la Tarasca como sus inseparables acompañantes «los gigantones» y cabezudos, hallaban su razón de ser en un contexto simbólico catequético y eminentemente teatral que configuraba el entorno alegórico de la procesión del Corpus Cristi, de modo similar a como todavía se conserva en algunas ciudades de nuestra España. La actual figura femenina de la Tarasca contrasta curiosamente con sus homónimas de las procesiones de otras ciudades, pues allí, con esta denominación la tradición local presenta un animal fantástico procedente de un bestiario propio del entorno procesional antes citado. Sorprendente conjunto cuya contemplación suele plantear controversia y desconcierto entre nuestros desinformados paisanos, sobretodo al contrastar con nuestra tradicionalmente guapa tarasca leonesa semejantes bichos draconianos. La solución a esta incógnita no es un enigma. Todavía en lugares como Zamora o Granada, acompañando a la procesión del corpus encontramos esta figura femenina con dicha bestia fantástica a sus pies. Esta costumbre entronca con una antañona leyenda, de origen francés, relacionada con la figura de Santa Marta de la que, probablemente, se habría desgajado tiempo atrás nuestra representante leonesa. En su bautismo popular el tempo ha conservado para ella el nombre de su bestial acompañante o el de su conjunto.