Cerrar

«A estar atento cuando pasan las ideas le llaman suerte»

David Álvarez | El emprendedor de Crémenes, patriarca también de empresarios, cumple 80 años y sigue al frente de su impresionante entramado de negocios, del que viven casi 60.000 familias. «Hacer el bien me da felicidad y dinero», asegura.

NORBERTO

Publicado por
MARÍA JESÚS MUÑIZ | texto
León

Creado:

Actualizado:

David Álvarez sonríe. Más con los ojos que con el rostro, que desde luego es risueño. Desempeña un trato afable y tranquilo, pausado en reflexiones, que a buen seguro no ha podido o no ha querido mantener siempre. ¿Se levanta un imperio desde una infancia humilde en Crémenes a base de sonrisas? Pudiera parecer que sí. El maestro superempresario, patriarca de empresarios, habla de la filosofía del negocio como un intercambio de esfuerzos y recompensas en forma de felicidad. Y también habla de dinero. Sin tapujos, sin disculpas, sin falsas modestias. Sus proyectos mueven cantidades mareantes de euros. «De todo esto saco mucha felicidad, para mi y para los demás, y además dinero. Por lo tanto voy a continuar, no voy a cerrar la tienda». Sabe que puede hablar así desde el púlpito de sus 80 años. «Con la edad dices cosas que los demás no se atreven a decir. He perdido el pudor». Debe ser lo único que ha perdido con el paso del tiempo. Porque bajo la apariencia de un cuerpo fatigado chisporrotean a través de los vivarachos ojos azules nuevos proyectos, asaltan su voluntad antiguas aspiraciones y modernas oportunidades de negocio. Sigue entrando en su despacho cada día «a la hora convenida», atiende sus visitas y sus negocios y cierra la agenda sobre las nueve de la noche, «demasiado cansado. Tengo que alejarme no de mis negocios, pero sí de mi despacho. ¿Cree usted que eso es jubilarse?» ¿Jubilarse de qué? ¿Cuando se arrebata pidiendo a los leoneses que apoyen sin envidias ni zancadillas los proyectos que asientan las bases del futuro? ¿Cuando ve en San Glorio no un remanso de paz para la vejez, sino un motor económico que aportará a la provincia más que aquella Fasa Renault por la que medio siglo después todavía suspiran algunos? ¿Jubilarse desde el balcón de su imperio, desde donde contempla como responsable máximo los negocios que dan de comer a casi 60.000 familias en doce países diferentes? Este abuelo afable, de pelo cano inmaculadamente atusado y coquetería incombustible que florece en los impecables sastres en forma de pañuelos de vivo color verde, o corbatas rosa pálido que resaltan lo bronceado del rostro, mantiene en forma un ejército de neuronas y un corazón que se alían para permanecer en constante alerta, «hay que estar atento para abrir las puertas cuando pasan las ideas. A eso le llaman suerte». Hasta en el ocio es «un peligro». Un día pensó que a León le faltaban líderes formados en plenitud («hombres y mujeres», es un ejemplo permanente de lenguaje políticamente correcto en cuanto a género se refiere); se asomó al río Dueñas sobre un puente y vio pasar por aquellas aguas a nuevas generaciones de leoneses preparados para el futuro. Allí nació el Colegio Internacional Peñacorada (que debió llamarse Torrecerredo), y no cejó hasta verlo hecho realidad. Un ejemplo más de una labor social que acompaña a una incansable actividad económica, traducida en el Grupo Eulen, estructura de la que penden empresas de servicios en limpieza, seguridad, trabajo temporal, teleasistencia, centros de día y residencias, ayuda a discapacitados, servicios escolares, de información o comerciales, mantenimiento, trabajos medioambientales, mensajerías, gestión de documentos, jardinería, restauración colectiva, logística, telemárketing,... Imposible enumerar todas las actividades del entramado que timonean este empresario y sus siete hijos e hijas, que viste su parte más glamurosa con las históricas bodegas Vega Sicilia. Todo un rascacielos de números, actividades y nóminas que surgió de una escoba. La de la señora que limpiaba la academia donde Álvarez daba clases para sacar adelante a su familia. «Tenía ingresos abundantes, pero no duraderos, porque no eran buenos tiempos para los maestros. La señora me decía cada día que yo trabajaba mucho, pero que lo que realmente daba dinero era el negocio para el que ella trabajaba, que habían montado dos alemanes emigrantes de la Primera Guerra Mundial, Limpiezas El Espejo». Aquellos dos huidos de la guerra y el cubo con el que recorrían las calles limpiando cristales fueron en realidad la inspiración de lo que acabó siendo Eulen. «No había negocios como este en España, y la gente con mucho dinero no se iba a dedicar a la limpieza. Yo podía hacerlo sin menoscabo de mi dignidad, así que invertí 8.000 pesetas y contraté a dos personas para empezar el proyecto». De eso hace 45 años. «¿Que si pensaba llegar hasta aquí? No, por Dios. Pero tampoco sé hasta dónde pensaba llegar. Lo puse y acerté». En la aventura empresarial le acompaña ahora una nutrida segunda generación de entusiastas empresarios, sus hijos. «Ellos son el principal activo que tiene esta empresa, aunque no aparece en las cuentas de resultados. Son siete colaboradores fieles y eficaces, trabajadores». Porque David Álvarez, don David en reverencial apodo que utilizan cuantos se acercan a saludarle, tiene como principal secreto de su éxito y de su vida una fe de la que presume sin ñoñería, pero también sin complejos. Y junto a la fe, el esfuerzo. «Mis hijos no viven de lo que tienen, sino de su trabajo; ese es un mensaje importante para las generaciones jóvenes. No intentes vivir del dinero, porque es lo más difícil de saber tener. En cambio, hay que tener empresas, trabajar en ellas y sacar para vivir dignamente». Tanto que hasta hace dos años en su casa no se repartían beneficios. Sus hijos son hoy su familia y su empresa. La vida le dio también dos mujeres, y le privó después de ellas. «Las dos me quisieron muchísimo, y de las dos supe sacar lo que me daban, mucho más que lo que ellas obtuvieron de mi. Fallecieron, dolorosamente, las dos de cáncer de pulmón. La primera, la madre de mis hijos, no fumaba, y la segunda era una chimenea. Sufrí más cuando perdí a la segunda, porque mis hijos ya estaban casados y me quedé solo; pero ellas, junto con mi madre, son las mujeres que han hecho de mi lo que soy». Su madre, a la que rezó, pero no lloró, cuando murió una fría noche de la montaña leonesa. «Salí a buscar a la mujer que amortajaba en el pueblo y con la nieve por la rodilla y un cielo estrelladísimo, me pareció verla entrando en el cielo. Al día siguiente el cura del pueblo me confirmó aquel presentimiento. 'Tu madre entró anoche en el cielo con madreñas', me dijo». Ella le legó una fe a la que se ha aferrado siempre. A ella y a la montaña leonesa, a la que no ha dejado de volver nunca. «Mi tierra es mi infancia, todos somos nuestra infancia, como decía Josefina Aldecoa. Vengo aquí a cargar pilas, a madurar los mejores sentimientos que tengo, a reposar, a tranquilizarme. En este ambiente me rejuvenezco. No he envejecido más por dos cosas, porque trabajo mucho y porque vengo al molino». Recarga pilas y sigue. Sobre su apego al trabajo sólo planea el nubarrón del síndrome del lunes. «Cada domingo por la tarde me resisto a volver al trabajo el lunes por la mañana, no deberían existir los lunes. Me pasa desde que iba al colegio, pero no me da vergüenza, es un sentimiento humano». Pero cuando supera la fatídica mañana que inaugura la semana cobra incansable el pulso de la actividad. «Y como hacer el bien me da felicidad y dinero, pues sigo haciendo el bien». Advierte de que se exagera la bonhomía con la que le halagan, «tengo mis graves defectos»; pero aspira también a que se le recuerde sobre todo como un hombre bueno. Y asegura que va a levantar el pie del pedal de la actividad frenética. Pero sólo para añadir inmediatamente: «Pero tengo tanto que hacer... ¡Cómo voy a ser más feliz!».

Cargando contenidos...