Basilio Manso: «Lo que más vale la pena es lo que te ha costado ganar»
«Si tuviera otra oportunidad, haría lo mismo: dedicarme a las ventas... sólo me arrepiento de lo que no hice»
No hay exageración. Toda España en su retina. Desde su primera fonda, «La Madrileña», en Ponferrada, ha recorrido todas las fondas, todas las pensiones, todos los hoteles de todas las estrellas. Desde el menú del día vino incluido, a Maxims. Diecisiete coches. Tres millones de kilómetros sin percances por las carreteras del mundo... Basilio Manso González-Posada, viajante pura sangre, auxiliar de farmacia, inventor, espeleólogo... confiesa que ha vivido. Y es bien cierto. Hoy, a sus 73 años, contempla con serenidad y absoluta lucidez un paisaje sólo turbado por dos errores convictos y confesos con nombre de mujer. -¿Cómo se da cuenta un mozalbete de que su futuro puede ser el mundo de las ventas? -Pues muy fácil. Empecé a ayudar a mi padre que tenía representaciones y me daba una propina los domingos de 50 o 100 pesetas. Pero conocí a un señor, don Pelayo, que tenía igualmente representaciones y también tenía una fábrica de alpargatas detrás de la Catedral. Alguien le habló de mí y me llamó. 'Chico, ¿tú quieres ganar dinero?'. 'Pues sí', le dije, y ahí empezó todo. No voy a decir que no me explotara pero me enseñó mucho. Íbamos a medias en las comisiones y lo que resultó fundamental es que llegaba el domingo y un muchacho de 16 años como yo salía con los amigos y, mientras ellos llevaban veinte duros en el bolsillo, yo llevaba dos mil pesetas. «Es que me lo he ganado», les decía. Basilio, gran lector y un hombre de infatigable curiosidad intelectual, podría escribir una enciclopedia sobre el arte de vender y un tratado filosófico sobre las equivocaciones del género masculino pero, de momento, ha ralentizado el motor y se limita a beberse sorbo a sorbo una apacible jubilación en la residencia que la Junta tiene en Armunia. Sin lujos, con lo justo y lo necesario, y con una atención que él juzga inmejorable. Pero lo mismo podía estar en estos momentos dulcemente acompañado en una gran mansión con vistas al Cantábrico... El periodista se ha comprometido a vestir de bruma este error capital del viajante porque todo está vivo; los recuerdos aún nublan los ojos. «Tenía una mujer maravillosa, Mari, con la que estuve 24 años y que me dio cinco hijos. Pero me quedé viudo y cometí la enorme barbaridad (el otro error que carga en su portaequipajes) de volverme a casar... Esa catalana, con la que tuve otros dos hijos y de la que me separé, sabía más que los peces de colores». Y fue justamente en esa tierra de nadie entre la primera y la segunda mujer cuando «de la manera más tonta, estando trabajando por el norte, conocí a una mujer maravillosa... Me dijo: vente conmigo a Nueva York». Pero no fue y puso la levadura de un permanente arrepentimiento. «Ese fue el gran amor de mi vida... que no olvidaré aunque viva otros cien años». Habla, se emociona y se vislumbra el poder absoluto que llega a ejercer en un hombre una mujer hermosa. Nacido en Gijón, su madre, Estela González-Posada González, era de Luanco y su padre, Basilio Manso Serrano, de Toral de los Guzmanes. Basilio recuerda con admiración a su abuela que sacó adelante a su familia con esa valentía que nace de una inquebrantable voluntad. El padre de Basilio trabajó como auxiliar de farmacia en Avilés; cuando en la farmacia, hoy atribulada por pañales y potitos, todavía se respiraba el orgullo de la vieja alquimia. Cuando la guerra asomaba los dientes, se fueron a Luanco y luego vinieron a Toral y de ahí a León donde Basilio padre trabajaría muchos años en la farmacia de Anastasio Vélez. Esa tradición familiar llevaría a Basilio hijo a la Farmacia Militar de Oviedo; pronto se metió al capitán en el bolsillo tras demostrar que sabía más que el sargento. -Me dijo que era inventor... -Yo, junto con Pepe Sancho, uno de los socios de Samoes, que era una de las fábricas de plásticos más importantes de España y que estaba en Valencia, desarrollamos la primera nevera de automóvil que funcionaba enchufándola al encendedor. Pero, por diversas circunstancias, no llegó a comercializarse entonces. También inventé la caja apilable par la sidra». -¿La caja apilable...? -Las botellas de sidra, en los almacenes, y a la hora de transportarlas, no van derechas como las de vino sino tumbadas. De ahí que diseñé una caja de plástico apilable especial para la sidra. Vendí cientos de miles de esas cajas. La primera partida, de 25.000 cajas, se la vendí a El Fugitivo, una fábrica que está a la salida de Gijón. Tuvo mérito convencer a los fabricantes de que con la caja de plástico, mucho más ligera que la de madera, iban a ganar dinero en el transporte a pesar de que costaba diez veces más. Tengo alguna otra cosa en el cajón pero no he encontrado quien me lo financie. Es un sistema para editar un libro con dibujos que se puede leer en tres idiomas. Pero no me tires de la lengua que no te voy a decir más...». -¿Recuerda qué es lo primero que vendió? -Una de las primeras cosas fue papel con ese señor Pelayo. Y también vendí un montón de esponjas... Cuando empezaron a aparecer las primeras esponjas modernas de poliuretano, Angelín Arce tenía un vagón de esponjas de goma de las antiguas, que hacía la firma Hutchinson, y veía que se las iba a tener que comer. Me llamó y le vendí todas las esponjas que tenía y gané mucho dinero. Después vendí plumas estilográficas de la casa catalana Feu y con ellos fui de los primeros que empezamos a distribuir en España el bolígrafo Bic. Lo vendimos hasta a los que no sabían escribir. Luego fui por toda España, pero cuando digo toda es toda. Me dices un pueblo y si tiene más de cien habitantes allí estuve yo. También conozco todo Portugal y he viajado por Italia, Francia, Alemania, Bélgica, Suiza, Bulgaria... He vendido cerámica, cemento, flores, plásticos, confección, productos navideños... lo único que no he vendido son cajas de muertos pero sí he vendido los accesorios como los cristos y las asas de plástico». -¿Qué es lo que le dio más dinero? -Los plásticos de Samoes. Hice mucho dinero con una bolsa de plástico que fabricaba una empresa radicada en Venecia y que en España estaba en Cieza. Llegué a vender 400 millones de pesetas en un año. Basilio practicó la espeleología y en una ocasión su afición casi le cuesta un disgusto. «En Abarán , Murcia, había una cueva de la que se contaban muchas historias. Con un compañero, y perfectamente equipados, decidimos visitarla. Salimos del hotel después de trabajar, a eso de las nueve de la noche. Se lo dijimos al gerente y se asustó mucho: que dónde íbamos a esas horas, que si estábamos locos, etcétera. El caso que entramos, la recorrimos tranquilamente, levantamos planos, vimos que no había nada, nos fumamos un cigarro y a eso de las cinco de la madrugada salimos. La sorpresa fue que, menos salvamento marítimo, estaban todos: Cruz Roja, Bomberos, Guardia Civil... Estaba todo el pueblo movilizado pensando que nos íbamos a quedar allí dentro y nos querían detener porque decían que no teníamos permiso; nos reprochaban que nos hubiéramos metido de noche. ¡Pero si en las cuevas siempre es de noche! les decíamos». -Un hombre con su experiencia quizá pueda dar un buen consejo a los que empiezan, a los jóvenes, para que afronten la vida... -Les diría que lo único que vale la pena en la vida es aquello que te ha costado ganar, que hay que trabajar por las cosas. Gastar el dinero de papá es la cosa más estúpida que hay. -Y, por cierto, si hubiera tenido ocasión, ¿qué le hubiera vendido a Dios? -Una estaca... -Pero si Dios es bueno, dicen. -Tiene que serlo porque si no ya hubiera acabado con esto.