Maras, vidas tatuadas de violencia
La fotógrafa Isabel Muñoz propone en su último trabajo una reflexión sobre las maras o pandillas de delincuentes que se han convertido en un grave problema en Centroamérica
N o hay criatura tan baja ni pequeña que no represente la bondad de Dios», escribió el teólogo alemán Thomas de Kempis en el capítulo segundo de La imitación de Cristo . En el caso de las maras, pandillas de jóvenes delincuentes que se están extendiendo por Centroamérica como una auténtica plaga, todo signo de humanidad y misericordia está atrapado en una telaraña de calaveras, tumbas cinceladas y siniestros símbolos del maligno que cubren cada ápice de la geografía corporal. Tras las niñas prostituidas en Camboya, la fotógrafa Isabel Muñoz continúa un peculiar descenso a los infiernos para enfrentar a la sociedad con sus propios fantasmas, con aquello que es temido por incomprensible. La violencia más fría, aquella que escapa a cualquier explicación, atraviesa a quien contempla los retratos que componen su último trabajo, Maras. La cultura de violencia , que permanecerá hasta el 27 de mayo en la madrileña Casa de América antes de comenzar su periplo internacional. Patrocinada por la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior y Caja Duero (Seacex), la muestra supone una aproximación, a partir de la visita de la artista a las cárceles de El Salvador en el 2006, a un fenómeno que en la actualidad está emergiendo con fuerza: la mara está considerada como la tercera banda latina más potente, después de los Latin King y los Ñetas. Vestidos con ropas flojas que llaman tumbado y cubiertos con tatuajes en los que está grabado su currículo delictivo, lo s homeboys (pandilleros) , según fuentes policiales, son responsables del 30% de los asesinatos cometidos en El Salvador, lo que significa más de 850 homicidios anualmente. Sin embargo, estas pandillas, cuyos orígenes se remontan a las calles de Los Ángeles a finales de los años sesenta, se ha convertido en un grave problema en Centroamérica: la Interpol y el FBI hablan de 70.000 jóvenes enrolados en estos grupos, aunque hay evidencias de un gran crecimiento. Están formadas por jóvenes marginados socialmente con edades comprendidas entre 12 y 30 años que se reconocen como parte de una de las agrupaciones conocidas como mara Salvatrucha (la MS-13) y pandilla de la Calle 18 (la 18) y se caracterizan por un fuerte sentido de identidad, el uso intenso de la violencia, además de un gran sentimiento de solidaridad. «La mara es matar o que te maten», afirma una ex pandillera.