Diario de León

El reportero del tupé...

Jamás escribió una línea ni transmitió una crónica, lo que no le ha impedido convertirse en el reportero más famoso del mundo. Hace décadas que Tintín ha entrado en la leyenda. Su creador, Georges Rémi, Hergé por la cacofónica pronunciación gal

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JAVIER FERNÁNDEZ ZARDÓN VERÓNICA VIÑAS
León

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Tupé y pantalones bombachos. Un puñado de imprescindibles secundarios. Un incontenible fox terrier... y millones de seguidores que lo vienen acompañando, viviendo y soñando, desde principios del pasado siglo XX, cuando Hergé (Bruselas, 1907- Lovaina, 1983) dibujase para Le Vingtième Siècle (1929) «Au pays des soviets», una ácida visión de la Rusia soviética, «el país de la gran mentira», dónde comenzaría una aventura que duraría medio siglo y 23 álbumes -veintitrés y medio al decir de los puristas-. Aquella primera entrega en blanco y negro marcaría también el modelo de lo que ha acabado por convertirse en la escuela belga de la «línea clara», de la que Hergé no sólo fue pionero, también padre indiscutible, con evidente influencia sobre otros afamados dibujantes de la bande desinnée : Edgar Pierre Jacobs (creador de las aventuras de Blake&Mortimer), Baudouin van den Branden, Bob de Moor, Alice Devos y Jacques Martin, colaboradores todos del maestro Rèmi. Todavía balbuciente en sus trazos y sin su más característica seña de identidad, el celebérrimo tupé de Tintín no aparecería hasta pasadas cuarenta viñetas del Pays des soviets cuando el intrépido reportero, encaramado a un árbol para librarse de la persecución de la policía, salta sobre un Mercedes SSK que arranca en tromba. Con el acelerón el flequillo se levanta... y quedará definitivamente echado hacia atrás. A partir de entonces, y durante décadas «en vivo y en directo», Tintín recorrerá el mundo de cabo a rabo -lo sigue haciendo en el corazón de los incondicionales y en quienes cada día se «enganchan»-. Incluso cuando Armstrong dio el gran paso para la Humanidad, y su pequeña zancada personal, ya fue recibido allí por Tintín y por Milú y el por capitán Haddock y por el profesor Tornasol y por Hernández y Fernández. Así que, ya me dirán... Tintín, Milú y, lo mejor, toda una excelsa pléyade de secundarios salidos del lápiz, y la realidad imaginativa de Hergé, convierten cada aventura en un imprescindible mosaico de personalidades que, como la del capitán Haddock, Archibaldo Haddock -uno de los preferidos, de mis preferidos- se subliman en el histrionismo. Desde los «gorgoritos» de la diva Bianca Castafiore, «El ruiseñor milanés» que nunca consigue llamar al capitán por su nombre (Kappock, Kodack...) a los «patinazos» del profesor Silvestre Tornasol, todo un intuitivo personaje, alter ego del mismísimo inventor del batíscafo Auguste Piccard y creador de un péndulo mucho más famoso ya que el de Foucault; inventor, aunque no consiguiera perfeccionarlo, del sistema «super-color-trifonal» que nos dejara a todos con los ojos llorosos en el televisor de Moulinsart, el castillo comprado con los beneficios del tesoro de caballero Francisco de Hadoque, antecesor de Haddock con quien descubrimos Le secret de La Licorne y que, a la postre, nos llevara, de la mano de Néstor el fiel mayordomo antes al servicio de los malísimos Hermanos Pájaro, a las puertas de un sugestivo Moulinsart inspirado -dos alas menos- en el auténtico Cheverny de La Loire. Apasionado del ocultismo y la parapsicología, interesado por la física y la electrónica, la astronomía y la radiestesia, Silvestre (incluso su nombre de pila podría estar sacado de un despistado carpintero que conocía Hergé) Tornasol es -casi- el único capaz de sacar de sus casillas, casi de su viñeta, a Haddock en cada historieta. Haddock y el whisky, un binomio indisoluble. Como su carácter jovial y adusto a la vez, vividor, charlatán y, en el fondo, tan profundamente humano... por mucho que él, Archibaldo, quiera hacerse «el duro». Al que una buena pipa y un mejor whisky (Loch Lomond, por supuesto) parecen representar su perfecto ideal de vida... y no es mala la percepción vital. Haddock, que acabó por instalarse definitivamente en la serie tras una fugaz aparición en El cangrejo de las pinzas de oro (1940-41) y que, si se descuida Hergé, podría haber eclipsado al mismísimo Tintín... y todavía no está claro que no lo haya conseguido. Claro que donde la estrella del Capitán brilla a mayor altura es en su interminable sarta de insultos: variopintos, enternecedores... y estremecedores; al decir de los más afamados tintinófilos, Haddock ha elevado el insulto a la categoría de las bellas artes. «Siempre al oeste», ya saben... como cuando todos buscábamos -y lo seguimos haciendo-, a bordo de «El Unicornio» El Tesoro de Rackham el Rojo» ... y lo logramos, abandonamos el piso de la calle Labrador, vigilado por la portera madame Pisón, y nos mudamos a Moulinsart... una biblioteca bien provista, amplios jardines con agradables vistas y un cómodo sillón rojo. Lujosos muebles antiguos, antañonas armaduras... y Néstor a punto de romperse la crisma, una y otra vez consiguiendo salvar in extremis la bandeja con las bebidas en el dichoso escalón de mármol que, al final de Las joyas... Haddock destrozará definitivamente ante, de nuevo, la impasibilidad del inaccesible marmolista señor Boullu, cuyo teléfono salta siempre... a la carnicería Sanzot... ¿Qué desea?. Y por encima de todos, como intentando poner un mínimo orden en la vorágine, «odio a esos bichos que hablan», Milú el indómito fox terrier de pelo duro -y cara más dura aún- e insolente realismo, que mantiene auténticas pugnas dialécticas con su amo y desconfiando casi siempre de sus iniciativas, por mucho que esté firmemente dispuesto a seguirlo hasta la última viñeta. Milú el contrapunto del héroe, como también lo es Haddock... en el otro extremo. Son, permítaseme, los dos mejores, auténticamente imperfectos y delicadamente «humanos», de cuantos personajes hayan salido del excelso lapicero de su creador... ¡Salut! . Convertido desde hace décadas en icono cultural del siglo XX, y lo seguirá siendo en el XXI, se encuentra arropado por todo un mundillo de fanáticos lectores que lo coleccionan... y adoran. Traducido a más de 50 lenguas y con más de 200 millones de álbumes vendidos, cada aventura ronda los 9 millones. Se presume que cada 2,5 segundos se compra un álbum de Titín en algún lugar del planeta. Los observadores coinciden unánimemente: al ser un personaje neutro cumple a la perfección el papel de héroe de una serie, soporte perfecto para que el lector se identifique con él. Condición que, a lo largo de los años, y de los álbumes, aprovecharía Hergé para añadir a su alrededor personajes de gran vivacidad, singularmente elaborados. Hasta el mismísimo general De Gaulle acabó por confesarle un día a André Malraux, se supone que quizá con un punto de «sana» envidia que, en el fondo -y hasta en la forma- su único rival internacional... era Tintín. |||| El prototípico signore Arturo Benedetto Giovanni Giuseppe Archangelo Alfredo Cartoffoli de Milán... ¡Madonna! Una persecución de bandidos... ¡Va bene!. ¡Avanti! . Y Cartoffoli a toda velocidad, a bordo del Aurelia B20, uno de los iconos de Lancia (los coches han sido parte esencial de la «línea clara»), con Tintín, Milú y Haddock como acompañantes en una de las más histriónicas -e histéricas- persecuciones automovilísticas que se recuerdan ( El asunto Tornasol ) en historieta alguna. |||| Aunque todo comenzó en blanco y negro (1929) con Tintín en el país de los soviets , Hergé alcanza su madurez artística, ambiental y documental con El Loto Azul (1936) tras conocer a un joven estudiante chino, Tchang Tchong-Jen, quien introduciría a Rèmi en el siempre sugestivo e ignoto -para los occidentales- mundo asiático. Conocer a Tchang y realizar El Loto... darían un giro copernicano a la obra del maestro belga. Será entonces cuando Hergé tome conciencia de la importancia de documentar exhaustivamente sus álbumes, de trasladar la «realidad» a la viñeta en una suerte de crónica periodística que muy bien hubiera firmado Tintín... si es que alguna vez le hubiese dado por elaborar una crónica. Así que, junto con La isla negra y El asunto Tornasol , El Loto... redondea la trilogía, auténtico triunvirato de culto en la producción de Hergé: trazos impecables, escrupulosamente dimensionados tras las enseñanzas de Tchang, guión perfectamente documentado y héroes primorosamente perfilados. ¡Una joya!... Lástima que el inefable Haddock, el entrañable Capitán, no viajase a China; no lo hacía aún... viajar, digo. |||| Georges Rèmi nació el 22 de mayo de 1907 en Etterbeerk, un barrio de Bruselas. Hasta aquí el puro dato biográfico. También podría apuntarse, para redondear el retrato que lo hizo -nacer- en el seno de una modesta familia, francófona y católica, en la que, al parecer, no existía tradición artística alguna. Ahora sí que se ha redondeado el retrato biográfico. Todo lo demás forma ya parte de la magia de sus pinceles, de los trazos de la «línea clara», de sus especialmente trabajadas viñetas y del dibujo que de cada época nos trazase aquel Hergé empeñado, eso también, en dar vida a los personajes más apasionantes que el mundo haya conocido desde el arranque de la tercera década del XX. Interpretaciones ideológicas aparte, de la mano de Hergé, y con los viajes de Tintín, saltamos de los sempiternos conflictos de Oriente Medio ( El país del oro negro, El cangrejo de las pinzas de oro ) al tráfico de esclavos ( Stock de coque ) en pleno siglo XX; de la redes del narcotráfico ( Los cigarros del faraón ) a los entresijos de la guerra fría ( El asunto Tornasol ) por no hablar del conflicto chino-japonés ( El Loto Azul , el álbum de los álbumes) y el estado títere de Manchukuo, también magistralmente retratado ( El último Emperador ) por otro genio de la imagen, Bernardo Bertolucci aunque esa... es otra historia. Fernández - Este individuo nos ha insultado y le exigimos una explicación. Hernández - Eso es... este individuo nos ha explicado y le exigimos un insulto. Fernández - No es eso, ¡desgraciado! ¡Es al contrario! Hernández - En efecto, en efecto... Hemos insultado a este individuo y le debemos una explicación. |||| El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, de pequeño quería ser Tintín. Así se lo confesó a Ángels Barceló en el programa A vivir que son dos días que se emitió el pasado día 19 desde el Musac. Realmente, le pega. Para un asterixófilo, Tintín, ese reportero que jamás escribió un artículo y en sus «largos viajes a lo largo y ancho de este mundo» (que diría el capitán Tan) no se despeinó nunca el flequillo ni se arrugó ese «retufado» pantalón bombacho, resulta demasiado políticamente correcto. Una lástima que el héroe de Hergé no estuviera a la altura de sus grandes secundarios: como Hernández y Fernández, Haddock, el profesor Tornasol o la chillona Castafiore... Para los asterixófilos -en esto del cómic pasa como en el fútbol, que si se es fan de Astérix se odiaba a Tintín-, el reportero y su detestable Fox Terrier de pelo duro carecían de la irreverencia, de esa rebeldía chovinista de los irreductibles galos creados por Uderzo y Goscinny. El escritor y periodista Pierre Assouline, biógrafo de Hergé, ensalza en el héroe su imagen de pureza, generosidad, tolerancia, fraternidad y coraje. «Desde El Loto Azul ( 1934) sabemos que Tintín es el inventor de los derechos humanos», aseguraba Assoulin. Estupendo. Sin entrar en debates políticos o filosósicos, Tintín para un amante de Astérix y Obélix -y no digamos del aventurero Corto Maltés creado por Hugo Pratt-, siempre resultará demasiado tibio...

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