Diario de León

Las últimas huellas de Van Gogh Thyssen-Bornemisza: un apabullante recorrido por la historia del arte

El Palacio de Villahermosa de Madrid está batiendo récords de asistencia de público a la exposición de «Los Últimos Paisajes» pintados en los últimos meses de vida del genio holandés

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PACHO RODRÍGUEZ | texto
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El Palacio de Villahermosa, sede en Madrid de la Fundación Colección Thyssen-Bornemisza, acoge este verano, entre otras, la exposición «Van Gogh. Los Últimos Paisajes» y bate récords de asistencia de público en una muestra que aborda los dos últimos meses de vida del genial pintor holandés Es un David, aunque no tan pequeño, entre dos Goliat, en esa posible milla del arte que desde el centro de Madrid expande cultura pictórica. Pero no hay ni celos ni conflictos de competencias, porque el Museo Thyssen-Bornemisza, entre el Reina Sofía y el eterno Museo del Prado, vive entre periodos artísticos y autores distintos, la avasalladora y total colección permanente y el también constante acierto de su conservador jefe, Guillermo Solana. En realidad, son eslabones contiguos, nunca perdidos, que hacen de esta zona de Madrid un lugar que sí, que no perderá sus árboles, como contribución natural para satisfacer a todos los ávidos de cultura que encuentran en el Thyssen y sus peculiaridades un fantástico bálsamo. Una isla de lienzos entre el mar de ruido de la capital. Y ahora toca ver, en el museo impulsado por la baronesa Carmen Thyssen-Bornemisza, a Vincent van Gogh. Nada más y nada menos. Los Últimos Paisajes. Auvers-sur-Oise. 20 de mayo-29 de julio de 1890 (hasta el 16 de septiembre) en los que, como si todos fuéramos Theo, lanzó cuadros como cartas como puñales para retratar sus dramática soledad y la frenética actividad de un genio que nunca quiso ser maldito. Porque si algo hay que recordar de Van Gogh (30 de marzo de 1853-29 de julio de 1890) es que quiso triunfar, vender. Así consta en sus cartas, como aclaración de que aún maldito a su pesar, suicida, en Van Gogh había la intención inequívoca de componer una obra perdurable y trascendente. Guillermo Solana, comisario de la exposición y conservador jefe del Thyssen Bornemisza, contaba a Diario de León que una muestra de estas características cuenta con la facilidad de que «Van Gogh es un reclamo que no necesita presentación», según explicó. Pero también señaló que a la hora de reclamar las obras que necesitaba, «lo primero que recibes al pedirlas es un no como una casa. Luego se va negociando y vislumbrando que sí se puede hacer», añade el comisario de esta excelente Últimos Paisajes. Y, por supuesto, que esa premisa de la popularidad del pintor nacido en Groot-Zunder, Holanda, en el caso del Thyssen cobra el valor de lo anecdótico porque de lo que se trata es de ofrecer cultura con mayúsculas, en uno de los capítulos más importantes de la historia de la pintura, más allá de ganchos seudoturísticos. Y vaya que si lo ha hecho Solana porque lo que hay hoy en el Thyssen es una colección de veintitrés obras que surgen de la emergencia creativa de Van Gogh, que esos últimos setenta días de vida produjo setenta y dos pinturas, treinta y tres dibujos y un grabado, a los que en la muestra se añaden tres de Cézanne, dos de Pissarro y uno de Daubigny, como lógica precursora de la trayectoria del holandés. El Museo Thyssen-Bornemisza, con el patrocinio de Banco Caixa Geral y Fidelidade Mundial, ofrece este recorrido, que también cuenta con la colaboración del Consorcio Turístico de Madrid, y que añade a las tres conferencias ya celebradas a cargo de Guillermo Solana, un ciclo de cine del que quedan pendientes la sesiones del martes, 17, y jueves, 19, a las 20 horas en la propia sede del museo, con entrada libre hasta completar el aforo. El epílogo de un genio «El 20 de mayo de 1890, Vincent van Gogh descendió del tren en Auvers-sur-Oise, un pequeño pueblo a una hora de distancia de París¿». Así comienza uno de los textos que se pueden leer en el Museo Thyssen para acercarse al epílogo artístico de un genio. Antes de esa fecha, la vida del autor, sometida a sus crisis mentales, pasa por un año entero internado en el manicomio de Saint-Rémy, del que sale sólo una semana antes de ese último viaje. En Auvers, en busca de la calma nunca encontrada, Van Gogh desarrolla una arrebatada, angustiosa y compulsiva capacidad productiva. Se levanta a las cinco de la mañana y pinta campos y calles, asoma su olfato creativo a la tradición y a la modernidad y a todo le encuentra motivo. Se sumerge en el colorismo moderno de los impresionistas franceses. Tal y como explica Guillermo Solana, «dibujar con el color es el rasgo dominante de su obra tardía». Y añade que «la impaciencia creativa le lleva a pasar al lienzo hasta la mezcla de colores en lugar de utilizar la paleta». De hecho, en sus obras se detectan esas manchas en las que ha utilizado un blanco para mitigar un azul sin importarle esa huella, que deja como si ya estuviera pensando en otro detalle. En sus cartas sólo demuestra entusiasmo y una obsesiva actividad que así define en una carta: «Estos días, trabajo mucho y deprisa; al hacerlo así trato de expresar el paso desesperadamente rápido de las cosas en la vida moderna». Pinta y pinta, sin mirar atrás. A finales de junio, su inquietud creativa le lleva a utilizar un nuevo tamaño de lienzo, estrecho y apaisado. Rebusca escenarios que van desde bosques, trigales o caminos, pero que son un compendio panorámico de la vida campestre. Si su vida artística tuviera una trayectoria definida, Van Gogh remata así su evolución, de la tradición holandesa y pintoresca hasta el colorismo moderno de los impresionistas franceses. Sea como sea, el último Van Gogh también es genial. Y no llega nunca al vacío creativo. Pese a todo, dos meses después de su llegada a Auvers, ese territorio de salvación se convierte en el más maldito: en unos campos cercanos, el 27 de julio de 1890, se descerraja un tiro de revólver que le causa la muerte. Como una broma macabra, ralentizando su último vértigo, fallece, tras dos largos días de agonía, el 29 de julio de 1890. Auvers y el hermano de Theo La figura de Theo van Gogh cobra un valor total en la vida del pintor, y la persona, que encarna Vincent van Gogh. Y en esta última etapa, la que corresponde a su última estancia vital en Auvers también tiene protagonismo al ser Theo el que indaga en la búsqueda de un lugar que convierta la existencia del gran Van Gogh en algo posible que facilite su recuperación mental. Auvers-sur-Oise es un lugar que aún conserva el encanto de un lugar llamado a la eternidad paisajista de manos de Van Gogh. De hecho, en la actualidad, es un lugar de culto y peregrinación de turistas que acuden a conocer el cuarto en el que vivió el pintor, la tumba en la que reposa junto a su hermano, con el añadido de poder visitar los escenarios en los que pintó sus últimas obras. Vincent van Gogh se lo contaba entusiasmado en carta a su hermano Theo: «Pero los chalets modernos y las casas de campo burguesas me parecen casi tan bonitas como esas viejas chozas que se caen en ruinas». Fue un encanto efímero que escudriñó y pasó al lienzo, pero que no pudo superar una crisis mental que le llevó al suicidio. |||| Todo en el Museo Thyssen-Bornemisza viene precedido por la delicadeza y el respeto al arte. Pese a la peculiaridad de tratarse de un centro museístico que tiene parte de público y de privado y fundacional, la constante atención de los que allí trabajan, más el celo profesional de la baronesa Carmen Thyssen-Bornemisza, hacen de este museo un punto imprescindible del arte de máxima altura. Y, por ello, la presentación de las colecciones permanentes, la propia del Thyssen y la de Carmen Thyssen-Bornemisza, son un apabullante recorrido por la historia del arte. A lo que se añade lo que ofrecen las exposiciones temporales, que siempre suponen una vuelta de tuerca de lo que interesa ver en estos tiempos, y sin salirse de la línea marcada por la dirección. Empezando por las muestras temporales, en la actualidad se pueden observar dos de diferente calado, pero de igual importancia. La obra del norteamericano Richard Estes, calificado como el pintor de Nueva York ofrece todo un completo recorrido de su trayectoria artística como maestro del fotorrealismo internacional. Por su parte, Lynn Davis, fotógrafa norteamericana, muestra su especial mirada en una colección dedicada a la Persia Antigua y una peculiar visión de Icerbergs. Dentro de PHotoEspaña, esta exposición resume la constante de Davis siempre preocupada por lo minimalista y lo monumental, la belleza y la nostalgia del paso del tiempo. De las exposiciones permanentes sólo cabe decir que en el Palacio de Villahermosa, sede en Madrid de la Fundación Colección Thyssen-Bornemisza, hay obra de Duccio, Van Eyck, Carpaccio, Durero, Caravaggio, Rubens, Gauguin, Hopper. Compuesta por mil cuadros, incluida, desde 2004, la colección Carmen Thyssen-Bornemisza, recorre la historia de la pintura desde el siglo XIII hasta el siglo XX. Desde el punto de vista artístico, el apartado correspondiente a la baronesa es un compendio de obra de calidad, consagrada y única que cuenta con el activo de la impronta personal de Carmen Thyssen-Bornemisza, aún volcada en la elección personal de las obras. Pintura holandesa del XVII, las primeras vanguardias del siglo XX: el fauvismo y el expresionismo alemán, en especial, hacen del museo un lugar con personalidad propia a la que se suma la incorporación de pintura española del XIX y comienzos del XX, como apuesta personal del gran alma del Thyssen. Un lugar que admite el tópico de que, culturalmente, no se sale como se entra. La pintura no se detiene en el Thyssen Aunque en estos momentos, el Thyssen disfruta del éxito de la exposición de Van Gogh y bate record de asistencia de público, la maquinaria creativa no se detiene y ya hay previstas nuevas exposiciones temporales que tienen el sello de la máxima calidad que siempre propone el museo. Durero y Cranach. Arte y Humanismo en la Alemania del Renacimiento aborda el arte alemán desde finales del siglo XV hasta mediados del XVI, contextualizado en la imagen que el artista tiene del entorno y su influencia en temas como la religión y la guerra, de la mano maestra de Alberto Durero y Lucas Cranach el Viejo. Modigliani y su tiempo, ya para el 2008, es la nueva propuesta anunciada por Guillermo Solana conservador jefe del Thyssen.

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