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Bush se queda sin cerebro

La salida de Karl Rove de la Casa Blanca, anunciada el pasado lunes, anticipa el final de una presidencia que será recordada por la guerra en Irak. Más allá, certifica el ocaso de una era en Washington en la que se impuso el acento tejano

Publicado por
ÓSCAR SANTAMARÍA | texto
León

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Un acento que Bush llevó a la capital estadounidense tras ganar las elecciones a finales del 2001 con el objetivo de cambiar la manera de hacer política en el país más poderoso del mundo. Para ello, se rodeó de su gente, de quienes le habían acompañado durante su etapa de gobernador de Tejas. De ese equipo, apenas queda ya nadie. Tan solo el fiscal general, Alberto Gonzales, a quien muchos ven siguiendo los pasos de Rove antes de que acabe el año. «El arquitecto», como le llamó el propio Bush, quizá el asesor presidencial más poderoso y controvertido de la historia de este país, se va salpicado por los escándalos y 17 meses antes de que llegue un nuevo inquilino a la Casa Blanca, dejando atrás un legado con rotundas victorias pero también con sonoras derrotas. ¿La principal y más dolorosa para él? No haber podido dejar amarrado un bloque suficientemente sólido entre las bases republicanas para garantizar que los conservadores retuvieran el poder durante años, más allá de la presidencia de Bush. Este era su gran sueño, su fantasía. La evidencia de su fracaso le golpeó el pasado noviembre, cuando los demócratas arrebataron a los republicanos el control de las dos cámaras del Capitolio, donde reinaban desde 1994. Al gran estratega, cuyas dotes electorales habían llevado a Bush al Gobierno de Tejas y a la Casa Blanca dos veces seguidas y le habían convertido en un mito en círculos conservadores, le fallaron las cuentas. Y es que según la lógica que mueve Washington, no siempre las estrategias electorales sirven a la hora de hacer política. Rove optó por el secretismo (en su forma de ejercer el poder), la confrontación (con la oposición) y la división (apostando por los votos evangélicos y dando de lado a los latinos, por ejemplo). Como resultado, el Partido Republicano está más atomizado que nunca, Bush con la popularidad en mínimos históricos y el mapa electoral más igualado, si cabe, que cuatro años atrás. Demasiado lejos Muchos son los que opinan que Rove -al que sus oponentes se referían con sorna como el «cerebro de Bush»- fue demasiado lejos al «politizar» el Gobierno federal. Su empeño y cerrazón han acelerado, según sus críticos, la pérdida de credibilidad y del mando en el Congreso de los republicanos. Pero su declive empezó antes de noviembre del 2006, cuando el Gobierno vio cómo era incapaz de sacar adelante las dos grandes iniciativas que se había marcado tras su reelección en el 2004 para su segundo mandato: la reforma de la Seguridad Social y del sistema migratorio. Las llamadas de Rove a los legisladores de su partido no sirvieron de mucho, testigo atónito de su rebeldía. Y se profundizó cuando estalló el escándalo de la ex espía de la CIA Valerie Plame, del que se libró por los pelos, y más recientemente por el caso del despido de ocho fiscales federales por motivos partidistas. Un episodio que aún no se ha cerrado para él, pues los demócratas ya han dejado claro que su marcha no impedirá que el Congreso le exija responsabilidades por su papel en esta trama. Pero su comparecencia ante la comisión de investigación parece más que improbable, pues gracias a una potestad presidencial a la que recurrió Bush, su asesor tiene garantizada la inmunidad incluso ahora que está fuera de la Administración. No obstante, los demócratas amenazan con revocarla y tener a Rove cara a cara.

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