Diario de León

Los pandilleros que nos esperan

La conmoción en la sociedad británica a causa de la muerte de un niño de once años en Liverpool, a manos de los llamados «hoodies» (encapuchados), recuerda lo que puede suceder en España en poco tiempo si se mantienen determinados modelos socia

Los «hoodies» montan en bicicletas, comen golosinas, consumen drogas y siempre van armados

Los «hoodies» montan en bicicletas, comen golosinas, consumen drogas y siempre van armados

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IMANOL ALLENDE | texto
León

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Un niño juega al fútbol en las inmediaciones de una urbanización de casas unifamiliares con sus jardines de manicura, vehículos relucientes aparcados a la puerta, familias y parejas aprovechando el sol y un adolescente que pasea en bicicleta desenfunda una pistola, con frialdad apunta a los niños y realiza tres disparos. Luego enfunda el arma y prosigue su paseo. Es el último de los 17 menores que han sido asesinados en lo que va de año en Gran Bretaña. Es el resultado de una juventud corrompida por la cultura de la violencia, una juventud anárquica, sin proyección y expuesta a la corrupción de la droga y la alineación. Los adolescentes británicos viven con el peligro diario de caer en las bandas juveniles, pero es un peligro que les inyecta adrenalina en sus venas, lo único que les hace sentirse arraigados, formar parte de un colectivo, aunque sea criminal. Son los «hoodies» (encapuchados), van armados, llevan chalecos antibalas bajo sus sudaderas y con la capucha siempre echada. Imponen su ley a base de terror -aunque para ellos son hazañas bizarras-, montados en sus mountain bikes, mascando golosinas y consumiendo drogas. Hace unos meses, cuando el Gobierno anunciaba un descenso del 13% en el número de delitos con armas de fuego nadie planteó que el porcentaje de crímenes de adolescentes portadores de armas había aumentado gravemente. La radiografía de esos criminales adolescentes que recorren los arrabales de las ciudades inglesas en bicicleta al más puro estilo Mad Max es la de un joven procedente de un hogar fragmentado, con grado de instrucción bajo, por lo general de raza negra, rapero, fervoroso seguidor de la cultura norteamericana de la pólvora -se apodan con nombres de pistoleros del Oeste: Jessie james, Billy the Kid y otros-, y forman bandas porque según ellos es la única manera de sobrevivir en la calle. De hecho, ya han sido descubiertos niños de sólo ocho años portando una pistola. Un arma de fuego cuesta en las calles de Londres, Manchester o Liverpool una media de 70 euros. Sólo en Londres la Policía Metropolitana ya ha detectado 169 bandas, la mayoría de adolescentes. Ser admitido en un grupo de hoodies no es fácil. Además de la recomendación de un miembro, el bautismo exige dar una paliza o un navajazo a alguien. Por lo que se baraja que el asesino de Jones quizá fuera un aspirante a hoodie que ejecutaba el examen de ingreso en los Nogzy o los Crocky, dos de las bandas más conocidas. Las bandas más organizadas tatúan a sus miembros e incluso administran páginas webs en las que vuelcan sus mensajes. Los sociólogos han advertido que los hoodies no se consideran integrantes de bandas callejeras, sino como camaradas de un ejército urbano. Cada banda está formada por entre 20 y 30 miembros, con edades comprendidas entre los 12 y los 25 años. Además se sembrar el terror en la comunidad -destrozando vehículos, jardines o acosando a los ancianos- y filmar sus hazañas en móviles para luego distribuir las imágenes vía Internet, se dedican al transporte de droga, robo en viviendas y en la vía pública, y a la compraventa de mercancías robadas. Liverpool es uno de los mercados de droga más baratos, un gramo de cocaína cuesta unos 60 euros, mientras que en Londres alcanza los 90. En el asesinato de Jones una mujer y su hija fueros testigos directos del crimen, pero a pesar de los ruegos de los padres de la víctima, la mujer se ha negado a prestar declaración por miedo a las represalias. En 1995 Blair prometió poner fin a «la fractura social de nuestra sociedad, drogas, violencia y jóvenes deambulando por las calles sin nada que hacer». Nada ha cambiado: uno de cada diez adolescentes reconoce portar un arma blanca o de fuego, uno de cada dos quinceañeros ha estado involucrado en peleas, fuma o ha mantenido relaciones sexuales. El año pasado 6.700 niños fueron puestos bajo protección oficial tras sufrir abusos emocionales de sus padres, 5.100 fueron agredidos físicamente y 2.600, sexualmente. Antes, un joven libraba sus disputas a puñetazos. Hoy desmonta de la bicicleta, desenfunda su pistola y apunta a la cabeza del rival. Parte de los futuros ingleses adultos del siglo XXI son así. ¿Responsabilidad?. Casi todo el mundo señala a los padres y a los educadores.

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